lunes, 24 de agosto de 2009

Sade & Jane Birkin


Sade con música de Jane Birkin

Acaba el Festival Escena Contemporánea con un montaje multimedia sobre el lúbrico marqués


No me negarán que la cosa tenía su punto. El marqués de Sade de visita en una Abadía (el teatro) en el centro de Madrid. Si esto no es el colmo de la perversión, que venga Gallardón y lo vea.

Con Sade, de rerum naturae llegó el sábado por la noche a su fin el ciclo que el Festival Escena Contemporánea ha dedicado a las "artes experimentales sonoras", que este año se ha centrado en el mundo femenino. Le precedió en el escenario la mexicana Montserrat Palacios, protagonista única de un espectáculo único, Coser y cantar. Ella, y una máquina de coser marca Singer.

Acompañada por el runrún de la tricotosa, Cristina se remonta a las canciones que alumbraron las veladas familiares de su niñez. La mexicana se pasea por el escenario como en el salón de su casa, y de eso precisamente se trata. Recrear la normalidad del hogar allá donde el decimonónico piano ha dejado su lugar a la máquina de coser. Agita las cajas de alfileres a modo de sonajeros, incluso parece disfrutar con algo muy parecido a un orgasmo mientras pasa el hilo por el ojo de la aguja. En algún momento reparte acelgas por el escenario, gesto que, sin duda, está cargado de un significado que este cronista desconoce, en su ignorancia.

Y cose. Porque, hay que decirlo, al tiempo que canta, reparte acelgas y agita alfileres está cosiendo, y ahí no hay trampa ni cartón. Y con lo que ha cosido se confecciona una túnica que utiliza a modo de pantalla en la apoteosis con la que termina su espectáculo. Palacios se despide del respetable envuelta en un halo de luz. Tras ella, llegarían las tinieblas y, con ellas, Donatien Alphonse François de Sade. Su nombre lo dice todo.

Arranca Sade, de rerum naturae y suena Je t'aime... moi non plus, versión sádica del single homónimo con Jane Birkin cantando a cámara lenta, que podía ser ella o Lee Marvin y no hubiéramos notado la diferencia. La catalana Cristina Casanova es la madre y la principal responsable, aunque no la única, de un espectáculo pluridisciplinar en el que se reúnen la palabra, la música, las imágenes y la electrónica.

En el espectáculo se transforma la palabra incendiaria en sonidos, en música y en imagen proyectada sobre una gran pantalla. Sexo y sangre, penes tamaño John Holmes, úteros abiertos cual flor, penumbras y claroscuros... Sade, de rerum naturae dibuja un mundo lúbrico de pesadilla del que resulta difícil sustraerse. El espectáculo impacta.

Por el lado sentimental, significa el regreso de Pelayo Fernández a la ciudad que le vio nacer musicalmente. De su maleta saca algunos discos de Bach, cantos gregorianos, Herbie Hancock, Keith Jarrett... Consigue que todo suene a cualquier cosa menos a Bach o a Jarrett. El apego del jazzista por la low technology pone el justo contraste a un espectáculo dominado por la alta tecnología y la palabra del protagonista del asunto. El filósofo despreciado por los filósofos; el revolucionario a quien la Revolución llevó hasta los pies del cadalso. Aunque al final todo quedara en agua de borrajas y el susodicho resultara no ser otra cosa que un esteta que más actuó de palabra que de obra. Y eso es, precisamente, lo que queda de Sade, de rerum naturae: la palabra.

(publicado en El País 09/02/2009)


foto: Manuel Sánchez

viernes, 21 de agosto de 2009

Henry Threadgill & Zooid: "Pelados de frío"

Y es que hacía frio. Pero frío. 2 grados sobre cero a las nueve de la noche en la Ciudad Universitaria. Y la calefacción del colegio mayor en su primer día de funcionamiento que no daba abasto, lo que no hubiera tenido importancia de tratarse de una banda de tunos, un ejemplo, pero resultaba notablemente insuficiente para un músico de edad provecta cual Henry Threadgill. En otras palabras, que el susodicho andaba de puntillas sobre el escenario a un punto de congelación, y nosotros también, sólo que a nosotros no nos tocaba soplar instrumento musical alguno, y a él sí. Conclusión: el susodicho tocó una hora de reloj, ni un minuto más ni uno menos, y marchó raudo al hotel con ánimo de arrimarse al braserito.


Ni bis ni cristo que lo fundó. Y el público, parte de él, gritando "¡tongo!" en lugar de contentarse con lo escuchado, como si esto de del arte pudiera medirse al peso, a tanto el minuto de corcheas. Uno respeta el criterio de los amotinados, como no podía ser menos, aunque disiente. Aunque sólo fuera porque en una hora tuvimos más música que la que puede hallarse en la mayoría de los recitales tamaño extralargue.


Se habla de Gran Música. La que practica Henry Threadgill. Música sn referencias ni principio ni fin que le lleva a uno en volandas hasta que uno no sabe dónde se halla, ni cómo ha llegado hasta aquí, ni qué ha ocurrido entre medias. Y es que todo en la música de Threadgill constituye un enigma, empezando por los títulos de sus composiciones: "It never moved", "Lying eyes", "Extremely sweet William"... Como Ornette Coleman, este viejo león de las vanguardias ha desembocado en una obra enteramente personal donde todo parece estar atado y bien atado y bien pudiera tratarse de una ilusión.


¿Cómo definir la música de Henry Threadgill? No hay modo. Es posible que éste sea su principal encanto. Músico singular, este Threadgill. Porque existen tipos que él, existe todavía jazz.


(Publicado en El País 1-Noviembre-2008)

jueves, 20 de agosto de 2009

domingo, 16 de agosto de 2009

LIZZ WRIGHT, DEFINITIVAMENTE LA VOZ


Tiene el día tonto. El que más temen las estrellas. Lizz Wright -lo último en cantautoras casi jazzísticas- recibe a los medios para hablar de su tercer disco: The orchard. La estadounidense afronta un maratón de entrevistas y desplazamientos promocionales. Ayer, Oslo; hoy, Madrid; mañana, Berlín.

Ha aprovechado el poco tiempo libre para pasearse por el madrileño barrio de Las Letras, donde está alojada. “Antes estaba siempre preparada para hablar de lo que fuera, pero ya no tengo esa energía”, confiesa. “Eso de estar en permanente alerta a ver qué me van a preguntar para contestar algo que no haya dicho antes me deja exhausta”. Y es que Liz Wright ha vivido en 28 años lo que otros en toda una vida. Y lo que le queda. “Por eso he hecho este disco, para recordar lo que soy y lo que fui. Algunas veces estoy en un lugar y siento algo muy dentro que me dice: aquí es donde empieza mi música. Y eso fue lo que sentí justamente mientras estaba apoyada en la cerca contemplando los campos de la casa de mi abuela en Hahira (Georgia). Fue como si el tiempo se detuviera, y pude sentir la tristeza de mis antepasados que trabajaron aquella huerta; ésa es la tierra de donde vengo y ahí es donde empieza todo para mí”.

The orchard (La huerta) es la banda sonora de la infancia de Wright en una pequeña comunidad rural del sur de Estados Unidos: "La foto de la portada está tomada a sólo 10 millas de donde nací", explica la cantante. “Ésa soy yo y ése es mi lugar, aunque ahora viva en Nueva York. Me he pasado la vida cantando en aquellas pequeñas iglesitas del sur adonde la gente acude buscando una cura para sus males o algo de calor humano? cantar para ellos es como cocinar, se trata de mezclar los ingredientes y esperar a que el potaje alcance la temperatura adecuada; y a un tiempo, se supone que uno trata también de comunicarse con Dios. Por eso, mis canciones son para mí como un plato de comida y como una oración. La única diferencia es que ahora tengo un micrófono delante, lo que a veces resulta un verdadero incordio”.

Cinco años después de su primera aparición sobre un escenario, cantando a Billie Holiday en un homenaje a la diva del jazz, sigue siendo la misma larguirucha tímida y encantadoramente torpe sobre las tablas. Una dama en apuros con la voz más condenadamente hermosa que pueda imaginarse. “El otro día leí una reseña sobre mí en una revista en la que decía algo así como que mi voz es el no va más, pero como compositora dejo que desear. Estuve pensando un rato y me dije: vengo del lugar donde nació el blues. Lo que hago forma parte de esa tradición en la que lo único que importa es el sentimiento y lo demás sobra. Ésa es su grandeza y su miseria: si tienes demasiadas palabras que decir y sobre las que pensar, o si has de sugerir una idea demasiado compleja, la emoción se pierde. Ésa es la razón por la que me gustan las letras sencillas. Dicho esto, me gustaría encontrarme con el tipo que escribió eso e intercambiar con él unas palabras”.

Si una parte de la crí­tica ha puesto algún reparo a sus habilidades componiendo, la industria lo tiene claro: Lizz Wright un valor en alza. Incluso en una época como la actual, su sello no ha dudado en tirar la casa por la ventana para vestir su tercer disco. El mejor productor -Craig Street (Cassandra Wilson, K. D. Lang, Me Shell NdegéOcello)- y los mejores músicos de sesión, incluyendo al guitarrista Oren Bloedow -un tótem de la escena de vanguardia neoyorquina- o a Joey Burns y John Convertino, de Calexico. “Antes de empezar a grabar, Craig me preguntó por la música que escucho y le hablé de Calexico. Cuando vi aparecer a Joey y a John no me lo podía creer. Estaba deslumbrada”.

Por el mismo precio, en The orchard pueden encontrarse algunas versiones memorables de Ike & Tina Turner (I idolize you), Patsy Cline (Strange), Sweet Honey in the Rock (Hey mann) y Led Zeppelin (Thank you): “Un amigo me cantó la canción sin decirme de quién era, me gustó y decidí que entraba. Así de simple”. Lo más sorprendente: My heart, una sugerente invitación al baile con la joven dama de la canción sureña convertida en el reverso tenebroso de Jennifer López. “Todo empezó como una broma entre mi amigo Toshi (Reagon) y yo, que si no soy capaz de cantar algo tan rápido y tan simple? nos pusimos con ello, él tocando la guitarra y yo cantando, y cuando me quise dar cuenta ya estaba metida hasta el cuello. Lo que empezó como una broma terminó siendo una canción; el tipo de canción en el que el cuerpo va antes que la voz. Bailas un poco, cantas un poco, sigues bailando, cantas otro poquito”.

Aceptémoslo: Lizz Wright es atípica en todo. Una estrella sin vis escénica, ni una imagen definida, ni una vida privada que vender a la prensa rosa; una cantautora que interpreta versiones de otros autores y una cantante de jazz que no canta jazz, aunque comenzó haciéndolo. Volvió a hacerlo en abril del pasado año, con ocasión del multitudinario homenaje que se le tributó a la gran Ella Fitzgerald en la Universidad del Sur de California. “Yo me veía en medio de todo aquel pandemonio, rodeada de tantos iconos de la música americana, aquí Quincy Jones y un poco más allá Stevie Wonder, y no me lo creía. Pero, a un tiempo, estaba inusualmente tranquila. Era como si hubiera recibido una invitación de la propia Ella para unirme a la fiesta. Llevaba un tiempo empapándome de su música y ya formaba parte de mí. Y luego estaban todas las demás, como Natalie Cole o Patti Austin, que se portaron tan fenomenalmente conmigo. Me bastaba con estar por ahí dando vueltas en torno a ellas para sentirme la más guapa del baile”. Un baile al que sólo faltó Abbey Lincoln, la cantante y activista en pro de los derechos de los afroamericanos por la que Lizz Wright siente veneración. “Gracias a personas como ella puedo sentirme orgullosa de ser una afroamericana en este momento, pese a todo y pese a todos”. En cuanto al futuro, Wright se declara una “posible votante” de Barack Obama: “Ya era hora de que alguien en Estados Unidos hablase de juntar nuestras energías, de que es necesario cambiar, que ya está bien de vivir permanentemente aterrorizados”.

(publicado en El País Semanal 09/03/2008)

viernes, 14 de agosto de 2009

"A quién le importa el jazz"

Chema García Martínez:
"A quién le importa el jazz: divagaciones en torno a lo privado y lo público"

http://www.cuadernosdejazz.com/index.php?option=com_content&view=article&id=290

Recuerdos de un verano: Dexter Gordon en Moratalaz

foto: José María García Martínez


Procurad despertarme con vino.

Lavadme con él si persisto en mi muerte.

Hacedme con pámpanos mi mortaja y enterradme

en un jardín con rosas que recubran mi tumba.

(Omar Khayyam "Rubaiyat")


!Acaso no acabámos de ver

a Dexter en Moratalaz

firme como el mismísimo califa de Córdoba

con los pies sólidamente plantados

en las arenas de un desierto

que se parecía al océano rizado

soplando hora tras hora

hasta cubrir la noche del suburbio

de ojos azules?

(Ebbe Traberg "Pon tus lágrimas a secar")


Dexter Gordon, uno de los mejores saxo-tenores del mundo, actúa en Madrid

El norteamericano Dexter Gordon, uno de los mejores saxo-tenores del mundo, actuará esta noche en Madrid. en un marco poco habitual para un concierto de jazz: un campo de fútbol. El recital tendrá efecto en el marco de las II Fiestas de la Cultura del barrio de Moratalaz. El suceso se esperaba desde hace casi un año.Las II Fiestas de la Cultura de Moratalaz intentan demostrar cómo el jazz no tiene por qué circunscribirse a sus habituales minorías si se presenta de forma conveniente y a precios también convenientes (trescientas pesetas). El campo de fútbol donde se realizará el concierto es el del Club Urbis (calle del Doctor García Tapia, final de la avenida de Moratalaz), y la hora de comienzo será a las 10.30 de la noche.

(publicado en El País J. M. COSTA 13/06/1981)


Texto y Selección de "Rubaiyat" Rodrigo Alvarado Moore. Extraído del libro "Los Caminos del Vino". Editorial Univeritaria 1999

Ebbe Traberg "Pon tus lágrimas a secar". Madrid, 25 de abril de 1990 ("Episodios. Escritos sobre jazz". 2005)


jueves, 13 de agosto de 2009

El rincón de Angel Rubio: KARMA Y CHOCOLATINAS capítulo One.

El bajista “H”


En aquella época, estábamos trabajando mucho con una cantante de Kenia, por supuesto negra, en concreto de la etnia Kikuyo, muy parecida a los Massai. Hacíamos estándares, algún tema mío y un par de adaptaciones jazzísticas de canciones tradicionales keniatas.

“H” era (y es, porque eso no se quita ni con medicaciones fuertes) francés. Además de su controvertida nacionalidad, era uno de los músicos más versátiles, talentosos y creativos que he conocido, aunque también una de las personas más frágiles y manipulables con que me he topado. Además del bajo eléctrico con y sin trastes de cuatro, cinco ó seis cuerdas, se defendía con el piano, la batería, la flauta y el violín, era buen percusionista y “of course” (éramos pocos y...), también tocaba la guitarra.

En una ocasión le presenté a un tipo que se consideraba un virtuoso del “didjeridoo”, ese tubo de madera comida por las hormigas australianas que emite un sonido grave. Pues en menos de cinco minutos, “H” aprendió a tocarlo haciendo uso de la respiración circular y todo para estupefacción del “didjeridooista” aquel y asombro mío. En otra nos invitaron a un concierto de músicas de Mongolia...yo no lo sabía, pero estos mongoles hacen polifonía dando dos tres y hasta cuatro notas a la vez con la garganta...doce días después, era capaz de dar las dos o tres más asequibles, incluidos unos armónicos agudos casi inaudibles.

Como estábamos experimentando con mezclas de músicas étnicas para el CD de Black Market, nos hicimos con unas cañerías negras de PVC que, cortadas a la medida adecuada, sonaban sopladas por “H” como auténticos dijeridoos australianos. El único inconveniente era que, a menudo, haciendo una introducción con el didjeridoo, “H” entraba en una especie de éxtasis místico debido, supongo. a la hiper-oxigenación producida por la respiración circular, y entonces, la introducción que debía durar uno o dos minutos se iba hasta seis o diez, para irritación del batería que no era nada místico y odiaba tocar un gong suavemente durante tanto tiempo...

Las discusiones entre H y Pepe “el percuta” eran interminables. Además de esos trances místicos ocasionales, a Pepe le indignaba que “H” no tocara el contrabajo, el "de verdad". Al principio yo le ayudaba a defenderse, pero rápidamente aprendió a defenderse solo, y contestaba que a él le gustaría un percusionista que, además de la batería, tocase congas, djembe, timbales cromáticos y marimba, sin hablar de vibráfonos diversos...

Sorprendentemente, al poco tiempo le convenció (Pepe a “H”) de que estudiara un poco el contrabajo, para lo cual, (todo sea por mantener al grupo unido y en paz) traje mi viejo contrabajo que estaba a la venta con poco éxito en una tienda de Nueva York. Solo dos semanas después grabamos una cinta de estándares con “H” al contrabajo perfectamente afinado, con buen sonido y un sólido swing. Realmente apabullante. Y todavía dijo que no era tan distinto de su bajo “fretless” (sin trastes).

Poco después, “H” se enamoró locamente de la cantante keniata. En general era bastante enamoradizo, pero en este caso la cosa se complicaba porque la “cantanta” era casada. La cosa duró solo dos meses y “H” se quedo destrozado, abandonado, etc. Aunque estábamos a punto de grabar un disco, el grupo se disolvió, como suele ocurrir en estos casos...

“H” vagaba por Madrid como alma en pena, apareciendo en mi casa a las tres del a mañana para comprobar si era yo el nuevo amante de su ex cantante, nada más lejos de la realidad, por cierto. Le vi tan hecho polvo que le invité a pasar el verano conmigo en Ibiza. Allí podríamos tocar con un batería distinto, más tolerante y comprensivo, y “H” podría practicar el contrabajo bajo la sombra de un algarrobo centenario mientras nos bronceábamos al sol y practicábamos la natación en las cristalinas aguas del Mediterráneo, y todo ello en un ambiente familiar y amigable.

Yo viajé a la isla una semana antes para poner la casa en orden y apalabrar algunos bolos fijos. Cuando llegó “H” tenía cara de éxtasis, y como no estaba tocando el dijeridooo, deduje que se había enamorado otra vez. Efectivamente, en el “ferry” había conocido a una chica de enorme belleza e inteligencia, dotada de unas incomparables dotes artísticas y enorme sensibilidad..etc. además me conocía, a mí ???

(continuará)