Los músicos que trabajan a las órdenes de Charlie Mingus tienen tanta libertad que parece que, de pronto, cada uno empezara a tocar a su bola. Soplan el saxo alto y el trompetista y arremete el del trombón y aporrea el pianista, y todos se van entusiasmando con los sonidos y nos van metiendo en la vorágine de una monumental gresca. He ahí el caos, y la confusión y el delirio. Al mismo tiempo, sin embargo, la batería de Danny Richmond y el bajo de Mingus siguen manteniendo el timón, conservan el dominio sobre aquel desbarajuste y, súbitamente, las aguas que se habían desbordado vuelven a su cauce y el grupo avanza majestuoso cabalgando sobre las pautas previamente establecidas. Se producen sorprendentes cambios de ritmo, el torbellino se diluye en un fascinante remanso de paz, la furia queda embridada por la melancolía y el sosiego. Seguramente Mingus es de los músicos que mejor han traducido las fuerzas dionisiacas y apolíneas que laten en las entrañas del jazz. Y lo hizo también en un disco grabado en 1957 y del que dijo en 1962 que era el mejor de su vida: Tijuana Moods.
Mingus padecía por aquella época de amores y decidió quitarse el mal rollo yéndose unos días a México. Lo acompañó Danny Richmond. Llegó a Tijuana y, enseguida, quedó cautivado por las bandas callejeras de músicos que perseguían a los turistas para sacarles unas cuantas monedas. Bebió tequila con limón y sal, comió chile picante, el striptease de una mujer en un tugurio lo dejó embelesado. Estaba pasando una época muy jodida, y aquel viaje le dio la vida que necesitaba, sobre todo cuando fue poniéndole música a su estancia para atrapar "lo que había sentido y visto". Iba de tacos en tacos y se gastó todo el dinero que había ahorrado, y más. Luego apostó con Danny Richmond quién de los dos fue más lejos en ese endiablado círculo que incluía "tequila-vino-mujeres-canciones y baile".
Tijuana Moods no es un disco fácil: si se pone como música de fondo y no se le presta atención incluso puede apabullar. Mingus lanza a sus músicos desde el primer tema a desbordarse, y vaya si lo hacen, todo el rato se están saliendo. Hay momentos que no tienen precio, como la jondura con la que toca su saxo Shafi Hadi en Ysabel’s Table Dancer, con su aire español y sus castañuelas, o el lamento que dibuja el trombonista Jimmy Knepper en Flamingo, tan lleno de tristeza y abandono. Sí, Mingus es un experto en armar las mayores grescas (y va pegando gritos en los momentos de mayor intensidad), pero nadie es tan finísimo como él en los detalles. La última versión de Tijuana Moods viene en formato de disco compacto doble (apareció hace ya tiempo) e incluye, además de la grabación original, tomas alternativas de todos los temas. Así que se pueden escuchar las variaciones que hay entre una y otra versión y que dan una idea aproximada de la manera de trabajar de Mingus. No les decía gran cosa a sus músicos: unas cuantas pautas, y dejaba que todos se soltaran. En las notas que redactó para el disco empieza destacando el trabajo del trompetista Clarence Shaw, al que había perdido la pista y del que había oído que se dedicaba a vivir dando clases de hipnotismo. Comenta que, de haber empezado unos años antes, sería en ese momento una de las grandes estrellas de su instrumento. En medio de un solo se detenía, explica, separaba su trompeta de la boca para soplar y limpiar su embocadura, y luego seguía adelante. Mingus pensó al principio que lo hacía para hacerse el chistoso. Hasta que oyó el minúsculo efecto que aquel soplido de puro aire introducía en su solo, y quedó deslumbrado. Esos detalles, esas cosas minúsculas, esas bagatelas. Todo eso importa en la música de Mingus.
"Viviría para disfrutar de la vida, no para dar lecciones ni para predicar", cuenta en Menos que un perro (traducción de Francisco Toledo Isaac; Mondadori, 2000), sus memorias, cuando le preguntan qué haría si pudiera empezar de nuevo. "No creería en rollos como 'el amor' y no me liaría con ninguna mujer que hablara de eso… cualquier mujer que me acompañara tendría que admitir que lo que ama es el dinero. Interpretaría música por afición y solo para mis amigos íntimos del clan sin raza. Estudiaría bajo por gusto, no entraría en competiciones comerciales. Podría incluso ser yonqui si mi cuenta bancaria me lo permitiese y me diera por ahí. Eso es lo que haría si pudiera vivir mi vida de nuevo". La persona que le ha hecho la pregunta es Judy, con la que Mingus se casó y tuvo sus dos hijos menores. Ella se ríe y no cree ni una palabra de lo que le dice.
José Andrés Rojo
Publicado el 07 febrero 2011 en http://blogs.elpais.com/el_rincon_del_distraido
No hay comentarios:
Publicar un comentario