Le vendieron como lo que no era: un músico de profesión. Resultaba que Ali Farka Touré era un hombre de campo. Un huertano que arrancó a ganarse el sustento como taxista y conductor de ambulancias (e ingeniero radiofónico) y nunca hizo de la música su profesión, más que nada porque no le dio la gana.
Otra cosa que le distinguía: Touré siempre terminaba por regresar. París, Londres, Nueva York… y vuelta. Que nadie le quitara sus noches al raso del desierto, su porche mal iluminado y su música luminosa, sus amigos… Farka Touré se calzaba la boina, o el turbante, y se veía con quienes, desde la metrópolis, proclamaban la próxima revolución panafricana y estaban empeñados en hacer de él un nuevo Mesías. Y se reía, para sus adentros. Lo dijo y lo repitió a quien quiso escucharle: “yo soy un obrero a pie de obra”.
Su universo era los suyos, su tierra. En el 2004 fue elegido alcalde de Niafunké, donde vivía, y se las ingenió para asfaltar carreteras, construir canales y poner en marcha un generador de electricidad mientras seguía cantando a sus parroquianos las mismas canciones que venía cantándoles desde muy antes. Y es que Ali siempre fue diferente.
Hacía tiempo que había sustituido el tradicional ngoni por una guitarra eléctrica unida a un pequeño amplificador. Farka Touré estaba tan familiarizado con la tradición musical songhay y fula como con los discos de Otis Redding y James Brown. Su educación sentimental heterodoxa hizo de él un rara avis entre los de su especie. Suficiente como para despertar la voracidad de “la bestia”, dícese, la industria discográfica que, a nada, estuvo llamando a su puerta ofreciéndole lo que no está escrito. Y ahí se fue Ry Cooder para descubrir lo ya descubierto y grabar con Ali un disco extraordinario (“Talking Timbuktu”) en el que lo único que sobra es él, Cooder. Y puede que fuera el mismo Ry Cooder quien le bautizó como el “John Lee Hooker africano”. Una estupidez como cualquier otra, pero no demasiado alejada de la realidad. El propio Ali había advertido las similitudes entre su música y la del “bluesman” norteamericano, la primera vez que escuchó un disco del autor de “Boom Boom”. Le creímos cuando afirmaba que llegó a ello sin proponérselo, por pura intuición. Sabíamos que Alí nunca mentía.
Ali Farka Touré, ya digo, era diferente. Un “bluesman” africano, tan una cosa –bluesman- como la otra –africano-. El resultado de un raro experimento. Ali aprendió que en su música está el origen del blues y de tantas otras cosas llevadas al Nuevo Mundo por quienes habitaron Niafunké en la ancianidad. Y lo corroboró al reunirse con otro “bluesman”, este norteamericano, Taj Mahal, con quien grabó “The Source”. Un disco enorme, de una belleza contagiosa, nacida del compadreo generado entre dos que se han (re)encontrado al cabo de los siglos.
Ali no hacía fusión, no vivía en París, no pretendió derribar los pilares de ningún Estado. Él iba a lo suyo, sin prisas y al paso. Escuchándole cantar, uno tenía la impresión de que su mente estaba en otro sitio; como si la cosa no fuera con él. Contrariamente a la mayoría de sus compatriotas, Touré se resistió a ser absorbido por el “Sistema” (el negocio). Mantuvo su pulso firme, y sobrevivió.
Murió a los 67 años –el 7 de marzo de 2006- a causa de un cáncer de huesos. Cuatro meses después, su casa discográfica, publicó “Savane”. Acaso su mejor disco por ser el más personal. Difícil imaginarse una despedida más apropiada.
(publicado en idioma catalán en Cubelles Cooperació 2n. trimestre 2008 - num. 2 con el título "ALÍ FARKA TOURÉ, L’HOME TRANQUIL")
Otra cosa que le distinguía: Touré siempre terminaba por regresar. París, Londres, Nueva York… y vuelta. Que nadie le quitara sus noches al raso del desierto, su porche mal iluminado y su música luminosa, sus amigos… Farka Touré se calzaba la boina, o el turbante, y se veía con quienes, desde la metrópolis, proclamaban la próxima revolución panafricana y estaban empeñados en hacer de él un nuevo Mesías. Y se reía, para sus adentros. Lo dijo y lo repitió a quien quiso escucharle: “yo soy un obrero a pie de obra”.
Su universo era los suyos, su tierra. En el 2004 fue elegido alcalde de Niafunké, donde vivía, y se las ingenió para asfaltar carreteras, construir canales y poner en marcha un generador de electricidad mientras seguía cantando a sus parroquianos las mismas canciones que venía cantándoles desde muy antes. Y es que Ali siempre fue diferente.
Hacía tiempo que había sustituido el tradicional ngoni por una guitarra eléctrica unida a un pequeño amplificador. Farka Touré estaba tan familiarizado con la tradición musical songhay y fula como con los discos de Otis Redding y James Brown. Su educación sentimental heterodoxa hizo de él un rara avis entre los de su especie. Suficiente como para despertar la voracidad de “la bestia”, dícese, la industria discográfica que, a nada, estuvo llamando a su puerta ofreciéndole lo que no está escrito. Y ahí se fue Ry Cooder para descubrir lo ya descubierto y grabar con Ali un disco extraordinario (“Talking Timbuktu”) en el que lo único que sobra es él, Cooder. Y puede que fuera el mismo Ry Cooder quien le bautizó como el “John Lee Hooker africano”. Una estupidez como cualquier otra, pero no demasiado alejada de la realidad. El propio Ali había advertido las similitudes entre su música y la del “bluesman” norteamericano, la primera vez que escuchó un disco del autor de “Boom Boom”. Le creímos cuando afirmaba que llegó a ello sin proponérselo, por pura intuición. Sabíamos que Alí nunca mentía.
Ali Farka Touré, ya digo, era diferente. Un “bluesman” africano, tan una cosa –bluesman- como la otra –africano-. El resultado de un raro experimento. Ali aprendió que en su música está el origen del blues y de tantas otras cosas llevadas al Nuevo Mundo por quienes habitaron Niafunké en la ancianidad. Y lo corroboró al reunirse con otro “bluesman”, este norteamericano, Taj Mahal, con quien grabó “The Source”. Un disco enorme, de una belleza contagiosa, nacida del compadreo generado entre dos que se han (re)encontrado al cabo de los siglos.
Ali no hacía fusión, no vivía en París, no pretendió derribar los pilares de ningún Estado. Él iba a lo suyo, sin prisas y al paso. Escuchándole cantar, uno tenía la impresión de que su mente estaba en otro sitio; como si la cosa no fuera con él. Contrariamente a la mayoría de sus compatriotas, Touré se resistió a ser absorbido por el “Sistema” (el negocio). Mantuvo su pulso firme, y sobrevivió.
Murió a los 67 años –el 7 de marzo de 2006- a causa de un cáncer de huesos. Cuatro meses después, su casa discográfica, publicó “Savane”. Acaso su mejor disco por ser el más personal. Difícil imaginarse una despedida más apropiada.
(publicado en idioma catalán en Cubelles Cooperació 2n. trimestre 2008 - num. 2 con el título "ALÍ FARKA TOURÉ, L’HOME TRANQUIL")
Hola, Chema. Buen comentario. Me parece un excelente disco, Savane. Me apunto el que hizo a medias con Taj Mahal, que tiene muy buena pinta.
ResponderEliminarNo sabía nada de la historia de Ali, y sospecho que hay unos cuantos como él repartidos por éste mundo, lo cual es una esperanza para los que amamos la música, sin más.
Un personaje, como lo fueron Fela Kuti o Mahlathini o lo es King Sunny Ade, puesto que todavía vive, creo; cada uno de su padre y su madre, claro. Un día de estos colgaré la historia de aquella noche inolvidable con Fela en Barcelona. Un abrazo y muchas felicidades por tu blog. No entiendo de donde sacas tantos discos para comentar, lo que estoy aprendiendo leyéndote!
ResponderEliminarLo que me gustaría es conocer muchas más cosas, de verdad. A ver esa historia con Fela Kuti, que seguro que tiene su jugo.
ResponderEliminarsalud!
Pagina interesante... iré entrandoa tomar sorbitods de jazz y fumar las otras hierbas que dejes y dejaste.
ResponderEliminarUn saludo
encantado de recibirte. Aquí estamos, para lo que gustes. Un abrazo, Chema
ResponderEliminarAnoche fui a la Apolo a ver al hijo de Ali, Vieux Farka Touré. IMPRESIONANTE. Y eso que éramos 60 personas en una sala de mil, pero el ambiente que logró crear fue realmente mágico. Lo recominedo en directo sin ninguna duda. Sé tambien que está a punto de sacar un segundo álbum muy pronto. Por cierto, es una mezcal de blues, rock y música tradicional, con algunos toques progresivos.
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