Lo suponía, lo venía sospechando: la historia del jazz, está por escribir. Sun Ra, en mis encuentros con Él, me habló de músicos de los que nunca había oído hablar ni volví a oír hablar; gente íntegra que nunca se rebajó a tocar en público, menos a grabar su música. Otra cosa hubiera sido considerada una traición imperdonable.
Ahora pienso que Sun Ra es también otra historia del jazz, la que nunca volverá y acaso nunca fue. La que no será, la que muchos esperamos: el “otro mañana” del jazz. Ahora que se ha muerto, es el turno de los buitres, sus discos se editan en “compact”, que no es igual, pero es lo mismo, porque él, perdón, “Él” (“el enviado de la galaxia”) no está aquí para decirnos que todo esto es una mierda, que el jazz es otra cosa, y que el disco es la tumba del jazz, aunque de algo hay que vivir. Nacimos tarde, amigo: nos conformarnos con la mierda.
Cuando estos discos se grabaron, quiero decir los “Saturn”, los vendía un sujeto mas bien patibulario en el “foyer” de los teatros donde actuaba la Arkestra, la portada en negro sobre negro, sin créditos, ni información, ni dibujos, un puro “trip” intergalaktico. Solo el depósito legal, el nombre de las piezas, el anagrama e la Arkestra y las señas de la misma: “5626 Morton Streel Philadelphia Pa. 19144”. Ahora, los mismos, en su versión en cedé, tienen dibujitos, y bonitas portadas y textos en los que se dice quienes tocan y cuando tocaron lo que están tocando, y donde también. Entonces, los buitres estos, la crítica, digo, descubren trompetistas y saxofonistas donde no los había, pero todo eso estaba ya allí de antes, cuando la Arkestra era un ser vivo y su director también, y los críticos, y muchos músicos, decían aquello de “a Sun Ra, le quitas el teatro y se queda en nada”. Y uno les contestaba que a lo mejor es verdad y este señor nos está tomando el pelo. Venía el otro con lo ocurrido en los años de “retiro espiritual” del director de orquesta, la década de los cuarenta, es que el buen señor estuvo escondido porque, supuestamente, no tenía arrestos para tocar con los “boppers” y por eso pasó de Fletcher Henderson a Ornette saltándose las etapas intermedias. A mayor abundamiento, llegó “St. Louis Blues” –Improvising Artists Inc- que es uno de los discos más espantosos de la historia, que era el buen señor sin su orquesta y con un “Wofendorfer” y resultaba que no tenía demasiadas cosas que decir o no sabía como decirlas, o no podía, que es lo más probable. Cuestión del cuando y el cómo: a hora resulta que el disco es estupendo, éste y los dos "solo piano" que le antecedieron, “Monoralis and Atellites” -Evidence- y “Solo Piano” -Improvising Artists Inc-. Otrosí se decía que, si de Henderson/Lunceford/Ellington se condujo hasta el free-jazz/Starvinsky/Varèse, es porque nunca fue capaz de cuadrar su música y cerrar las armonías según las normas y convenciones al uso (el “free” como refugio de los ineptos, el “free” “auténtico” y el “free-tomadura de pelo” y todas esas zarandajas con que nos atormentaban los críticos "serios"). Entonces, que Sun Ra fue un payaso y un mal músico. La belleza ocasional de su música era el fruto del tropiezo fortuito al que llegaba por medios torpes que escapaban a su control, o así.
Está -y es un ejemplo, pues no pretendo ser exhaustivo, ni me da la gana serlo- “Sound of Joy”, que fue su segundo elepé, que editó Delmark en su momento, noviembre del cincuenta y siete. Por aquel entonces, quedaban Coltrane a un lado, Rollins al otro, y, en medio, Cecil Taylor, y Ornette, y Coleman Hawkins, y Ellington y Basie, que estaban vivos, también Miles y Horace Silver. Y llega Sun Ra, ¿de dónde ha salido este tipo?. Y sus músicos, que ya entonces se llamaban Art Hoyle (trompeta), Pat Patrick (saxo barítono), John Gilmore (tenor), Victor Sproles (bajo)... solo faltaba Marshall Allen al alto, para completar el meollo de la “Arkestra” que entonces todavía no se llamaba así, o no siempre, y sus componentes vestían de corbata y chaqueta, también Sun Ra. Y llega Sun Ra, digo, con una música orquestal que “puentéa” a Gil Evans, dios, padre y espíritu santo de las nuevas generaciones, para acudir a las fuentes remotas de la “swing era”.
“Sound of Joy” era, ya lo he dicho, un disco de puentes: de Ellington a Stravinsky, de Tadd Dameron (un gran director de orquesta al que cierta crítica se empeña en ignorar) a la “exótica” “hollywoodense” de Carmen Miranda y “King Kong”. “Sound of Joy” era el ritmo yoruba, el blues de Chicago, y la alucinación saturnina. A partir de este disco, la música de Sun Ra iluminó el imaginario afroamericano intuido por Ellington en la época del Cotton Club y le dió la apariencia de una película de Science Fiction de serie B.
Sun Ra, y este es el secreto que se esconde en “Sound of Joy”, es la contradicción. El disco se situó muy por encima de su tiempo o, quizá, muy por detrás del mismo. Piezas como “Saturn”, que Sun Ra volvió a grabar numerosas veces, o “Paradise”, anunciaban muchas de las cosas que habrían de venir.
Sun Ra en los camerinos del teatro Alcalá-Palace de Madrid
foto: Coral Hernández
“Sun Ra, The Singles”: con esto no contábamos. Un doble cedé con grabaciones de 1954 a 1982 que son un puro delirio, “doo woop” al estilo interestelar con “Los Rayos Cósmicos” y Yochanan, “el vocalista de la era espacial”, canela pura. Canciones editadas en discos de 45 RPM aunque uno no se imagina quién pudo comprarlas en su momento, sus protagonistas son vocalistas de medio pelo –uno se explica por qué no llegaron a más- y “backgrounds” que hubieran vuelto del revés el tupé a Elvis Presley. La pesadilla de un “teen-ager”, un verdadero atentado al buen gusto expuesto en la forma más satisfactoria para los seguidores del “pop-kistch”. Una maravilla, digo.
Y es que los años cincuenta fueron, en muchos sentidos, los años dorados de la orquesta, en ellos tomó cuerpo el repertorio, la mayor parte del mismo, y en la música prendía la llama de la experimentación pura y dura. Recién Sun Ra había abierto las puertas de su comuna: para ser miembro de la arkestra se exigía un compromiso cierto, y una convivencia continuada. Si los mismos que daban saltitos “de planeta en planeta” (“We Travel the Spaceways”) eran algo más que colegas de atril, eso es algo que nunca me quedó claro, o sí. Y llegaron los grandes éxitos: “Rocket Number Nine Take Off For the Planet Venus” (¡glup!).
De “Jazz in Silhouette” (Evidence, 1958), alguien –no recuerdo quién- escribió que es el disco de jazz más importante de la pos-guerra, ahí queda eso. Dice Francis Davis, en los textos del mismo, que la música que contiene carece de época, que lo mismo podría haberse grabado en los cuarenta como en los ochenta, que no hay mejor para montarse un “blindfold test” que este disco. Música de contrastes, de bajo eléctrico y tambores y el solo del fantástico Hobart Dotson en “Ancient Aiethopia” , que si hay un músico ”underrated”, ese es Dotson. El solo de barítono de Pat Patrick en “Blues at Midnight” es de los que no se olvidan. Curioso tipo, este Pat Patrick: cinco años más tarde grabó junto a Mongo Santamaría, la simpar Lupe (la del “puro teatro” de Almodóvar) y el trompetista Chocolate Armenteros, uno de los mayores y más entretenidos dislates del mundo mundial, “Mongo Introduces La Lupe” (Milestone). Conmino al lector escéptico una escucha atenta a uno de los cortes del disco, “Uncle Calypso”: latinidad sideral con el marchamo distintivo de la música de la Arkestra, ¿cómo se come esto?. Alguien, hablando de este y otros discos del estilo, se refirió al “cabaret galáctico”, lo que me parece una definición preciosa para la música que contiene.
En sus grabaciones fuera de la Arkestra, los miembros de la misma demostraron un sentido corporativo no muy distinto al de los ellingtonianos, y totalmente diferente al eclecticismo de los cien mil hijos de Count Basie. Todos, menos John Gilmore, que este ya tenía su curriculum de antes. El maestro (uno de ellos) de Coltrane, nada menos.
Permítame el lector algunas palabras acera de Gilmore y del misterio que envolvió su relación con Sun Ra, cuyos secretos se llevaron ambos a la tumba (para buscar una analogía se me ocurre pensar en Gonsalves y Ellington o en Lester Young y Basie). Visto desde fuera, alguien como Gilmore difícilmente encajaba con el espíritu lúdico/desmadrado que imperaba (al menos aparentemente) en la Arkestra. Todo lo que tenía Sun Ra de exhibicionista y excesivo, que era absolutamente TODO, era en Gilmore contención, esmero, misterio. Sobre la escena, parecía alguien con un mundo propio, siempre a 1 metro de distancia de sus compañeros de sección. De no haberse cruzado Sun Ra en su camino (en el suyo y en el de sus antiguos compañeros de escuela Pat Patrick y Ronnie Boykins), hubiera pasado por un (excelentísimo) “hard bopper” con inclinaciones metafísicas al estilo de Sam Rivers (quien, como él, tocó con Miles en los cincuenta). Era Gilmore un tipo poco dado a las bromas –o lo parecía- y al cortejo del crítico, y sin embargo, se calzaba su capote de espejuelos y su gorrito de terciopelo astral, y Sun Ra le ponía a cantar “East of the Sun”, que el entonaba con fingida desgana, y a tocar un tambor de dimensiones colosales que él atizaba con gesto solemne, o a bailotear entre un atril/planeta y el siguiente junto con los demás abueletes. Y él lo hacía, que es lo bueno.
Y no solo Gilmore: por la Arkestra –y esto es algo que se suele olvidar- pasaron igualmente Julian Priester, Clifford Jordan y Richard Evans. Otro dato que se tiende a no recordar: el mismo Sun Ra fue maestro de, entre otros, Ahmad Jamal, el mejor pianista en la historia del jazz. Mi opinión, y la de Miles Davis.
Vuelvo a Sun Ra. En el sesenta y uno grabó para Savoy “The Futuristic Sounds of Sun Ra”, lo que no dejaba de ser un contrasentido (mas tarde, grabó “Outer Spaceways Incorporated” para la todavía más conservadora Black Lion). La mayor diferencia entre este, y sus discos para Evidence era que este se oía, y los otros, se intuían mas bien. “The Futuristic...” tiene su historia: aquí lo editó Byg-Movieplay en su serie Actuel, con una portada mas bien abracadante consistente en una foto de material de desguace automovilístico (¿donde estaba la ironía?). En el interior, Philippe Carles desbarra como solo desbarran los críticos de jazz franceses y los comentaristas de los folletos de mano de las exposiciones de pintura. La edición del disco en cedé por Denon del año noventa y tres, nos devolvió la portada y el texto original más ponderado, de Tom Wilson. Se lo llevé, la edición española, a Sun Ra para que me lo dedicara, cosa que hizo. Ahora advierto que, además de la firma, se molestó en corregir una errata –la palabra “wounds” por “sounds” en el tema “Of Sounds And Something Else”- la cual, según compruebo, viene repitiéndose desde la primera edición, atención discófilos.
Para cuando grabó “The Heliocentric Worlds of Sun Ra” (1965, ESP), su mundo, la Arkestra, o sea, estaba ya plenamente con-formada, era lo que se dice un cuerpo maduro, con sus curvas donde debían estar y su columna vertebral bien asentada y Marshal Allen (o Allan) poniendo orden. Siempre me ha intrigado este hombre, Allen (o Allan), un ser espectral cuya verdadera identidad nunca ha sido desvelada, o no del todo. De su trabajo fuera de la Arkestra –con James Moody, el percusionista nigeriano Olatunji y Bill Dixon- no tengo noticia y dudo que exista registro (caso muy distinto al de Gilmore). Allen/Allan se dedicó en cuerpo, corazón y vida a su función como jefe de sección en la Arkestra, asumió su papel reclamando para sí su lugar entre los herederos al trono de Johnny Hodges/Willie Smith/Benny Carter/Charlie Parker. Sobre todo el primero: pocos discípulos tuvo “Rabbit” tan fieles como Allen/Allan. Si con todo ello se truncó lo que podría haber sido una brillante carrera en solitario, es algo que nunca sabremos, pero intuimos. Allen/allan era el sucesor natural de Sun Ra y de hecho, pasó a dirigir la Arkestra a la muerte del líder, en el año 1993. También participó en el estupendo “Terrible” del pianista Terry Adams. Con él están Tyrone Hill y Dave Gordon. Una vez más, el espíritu de la Arkestra, que es el de su líder y mentor, acompaña a los músicos de la misma allá donde estos se aparecen.
Desde “Sound of Joy”, Sun Ra se mantuvo fiel a un ideario que algunos juzgaron "innovador" y otros "reaccionario", "conservador" como poco. Por esta época, los años de “The Helocentric...”, se comenzó a hablar de los “space chords” como la materia prima de su música. Milagrosamente, Sun Ra se las arreglaba para mantener el control sobre materiales dispersos y diversos. “The Helocentric...” es importante también porque fue el primer disco de Sun Ra que llamó la atención entre la inteligentsia europea, donde el músico halló un público nuevo a su medida. Se aplaudía su determinación a alejarse de los desarrollos presabidos utilizando la misma instrumentación de las orquestas primitivas. Su indumentaria y su verborrea fascinaron en la Rive Gauche. En su música, escribió el crítico en un día inspirado, “pasan cosas” (que es lo mejor que puede decirse de un creador). “The Heliocentric..” era un disco puntillista con numerosos contrastes tímbricos. Del mismo se editó una segunda parte, peor que la primera, la cual, no obstante, ha sido señalada como uno de los mejores ejemplos del Sun Ra orquestal.
Tras el susodicho, volvió Sun Ra a grabar para Evidence “The Magic City” (1965) y “Atlantis” (1967-69), discos que muchos consideran los mejores de la Arkestra hasta ese momento, cuya edición marcó el final de una época y el comienzo de otra. Para algunos, la de la repetición y la decadencia; para otros, esta nueva época estuvo marcada por la afirmación en los principios motrices que movían su música y ya habían quedado convenientemente establecidos. La propia Arkestra tomó protagonismo sobre los músicos que la componían incluso sobre el propio Sun Ra (eran los tiempos del colectivismo, el “Free Jazz” de Ornette y el “Ascension” coltraniano). Piezas como “Paradise Lost” pueden considerarse obras colectivas antes que ninguna otra cosa. También fue un periodo de renovación en el instrumental: aumentó la importancia de las percusiones mientras que el arsenal de teclados pasó a incluir, además del piano y el órgano convencionales, la celesta, el “clavioline” (un precursor remoto del sintetizador), el órgano Gibson Kalamazoo (el mismo que tocaba Ray Manzarek de los “Doors”), el “mini-moog”, el insustituible “Farfisa”, el tímpano, más modernamente el “roc-si-chord” y el “spacemaster”, además de la marimba-bajo, en cuya ejecución, Sun Ra fue maestro. El estilo interpretativo se depuró y se comprimió hasta detraer del mismo todo lo que su autor no consideraba esencial. Un ejemplo: el solo del trombonista Ali Hassan en “In Media Res” (“Atlantis”), puro dadá.
Para el año 1971 de “The Solar Myth Approach” (Affinity), todo Sun Ra estaba “inventado”. Llega el himno, “Space is the Place”, en dos versiones, la banda sonora del “film” “underground” y el disco homónimo, que editaron Evidence, el primero, e Impulse, el segundo, ambos en el año 1972. Discos que son algo así como el testamento adelantado de Sun Ra. A partir de este momento, la Arkestra pasó a reinterpretar una y otra vez el mismo repertorio (a veces cambiando los títulos) y a agrandar su discografía con nuevas grabaciones, casi siempre “en vivo”.
Una conclusión entre las muchas posibles: la música de Sun Ra es grandiosa, esotérica y profundamente terrenal, casi física; hermosa y muy jazzística en cuanto que incontrolable, “una pesadilla soñada por gigantes”. Sun Ra intentó explicarla con verbo incontinente pero profundamente coherente, los hechos y sus fundamentos los desgranaba sin aparente emoción: él era el “medium”, eran “otros” quienes le dictaban. Su secreto, vuelvo a decirlo, estribó en su capacidad para compaginar lo incompaginable, su grandeza era su fragilidad, su fortaleza era su endeblez, el absurdo quintaesencial volcado a una consistencia carnal, el grito cósmico hecho voz e imagen, la de Screamin´ Jay Hawkins, George Chilton y Tomás de Antequera, de los que Sun Ra se diferenciaba porque era mucho mejor músico que ellos. Quien quiera de buscara el secreto, debía de ir más allá del destello y el neón y fijarse en el remiendo oculto tras de la capa y en la camiseta de saldo asomando bajo lo que quiere ser el uniforme de gala de un enviado de las estrellas. Ahí, y no en otro sitio, estaba la mano que mece la cuna. De allí quizá surja, quien sabe si algún día, el “otro mañana”.
“Of The Other Tomorrow” (Acerca del otro mañana) está contenida en “Sun Ra & his Arkestra Live in Montreux”, Inner City, 1976
(versión revisada del texto aparecido en Cuadernos de Jazz nº 59-2000)
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