miércoles, 25 de junio de 2014


HOY EN EL PAÍS

Sonidos más allá del País Vasco

Cada comunidad autónoma dispone de un festival dedicado al género, pero en ellos caben todos los estilos para atraer al público.

martes, 24 de junio de 2014




Jimmy Scott
El gran baladista del jazz

Ray Charles le consideraba “el hombre que definió el soul"

Pinchar aquí

lunes, 23 de junio de 2014


Daniel García,  dueño y señor del multipremiado restaurante Zortziko, con un ejemplar de mi último libro

AL DENTE
La cocina de Daniel García

 Los caminos del jazz en Bilbao

Pinchar aquí

viernes, 20 de junio de 2014

Hoy en El País




 Horace Silver, ‘cocinero’ del jazz

El pianista y compositor era una de las últimas leyendas del género

Pinchar aquí

miércoles, 11 de junio de 2014

CUADERNOS VIAJEROS: LONDRES



 foto: JMGM


 La ciudad de los muertos

Hace catorce mil seiscientos días, equivalente a cuarenta años, un avión de Iberia me depositaba en el aeropuerto de Heathrow. No sólo a mí, naturalmente. 

Londres: destino soñado para quien comenzaba su despertar a la vida, o así… a Londres se iba a abortar, ver películas guarras o comprar ropa de marca en Harrods; algunos íbamos a por discos de jazz.

Un rápido pasar por el control de pasaportes, eran otros tiempos, y volando a Dobell´s, el vetusto emporio del jazz al que se acaba de dedicar una exposición retrospectiva, cuyos dependientes no se distinguían por su simpatía, precisamente, menos aún con quien recién aterrizaba desde el Profundo Sur y hablaba un inglés de tercera. De mi primera estancia londinense recuerdo los discos del susodicho establecimiento, muchos y caros, y a Yul Brynner, a quien me encontré saliendo él de representar “El rey y yo”, y yo, de tomarme unas birras en un pub del Soho famoso por la exuberancia de sus camareras, mayormente españolas. 

“Buenas tardes”, le dije. 

“Buenas tardes”, me contestó. 

Como material para una posible entrevista se me quedó algo corto.



Luego de eso volví a Londres en repetidas ocasiones, a recargar mi arsenal discográfico y oír algo de ese jazz en vivo que se nos hurtaba aquí, y lo que no era jazz, los primeros grupos de reggae, el primer punk. Recuerdo a Sonny Terry y Brownie McGhee actuando en The Venue, un local dedicado al rock, y a Earl Hines no sé si en Pizza Express, y a John Stevens, Stan Tracey, Fred Frith & Chris Cuttler, … el Ronnie Scott´s quedaba fuera de mis dominios, una pasta, y demasiado vigilado. Mis intentos de deslizarme discretamente entre la multitud terminaron en expulsión y escarnio público. No voy a dar detalles. 

Ninguno de los que vi en mis primeras visitas a Londres está vivo, tampoco Ronnie Scott, que, a poco, estaría organizando el primer Festival de Ibiza, con Rahsaan Roland Kirk.

Londres rinde culto a sus muertos, y los muertos ocupan un lugar de preferencia en sus camposantos urbanos, las paredes de los edificios y los museos; los londinenses los adoran. 

Y es que no hay nada mejor que morirse en Londres. Uno sólo tiene que haber escrito un best seller o haber alentado una revolución no importa dónde para serle reconocido su derecho a placa allá donde vivió, o donde fue preso, o en el pub donde un día ahogó sus penas.

Ya no escucho jazz en Londres; ni en Londres, ni en (casi) ningún otro lugar. Eso es lo más fastidioso de ser aficionado al jazz, que se supone que uno debe escuchar jazz allá donde va. Luego ocurre que cuando venciendo mi natural resistencia, me propongo hacerlo, excepcionalmente, no hay localidades, o el lugar se halla a una distancia de “apenas” setenta kilómetros (me ha ocurrido), o… otra cosa es que a los londinenses les chifla lo suyo, y cuanto mayores, mejor. El Ronnie, a fecha de hoy, es un desfile de cadáveres, John Mayall o Charlie Watts, que ahora toca jazz, o eso dice, y Charles Tollivier, norteamericano, algo más joven que los anteriores, pero en peor estado, según me cuentan. La pereza, ese mal que me paraliza allá donde voy, y en Madrid también, tiró de mi con fuerza la noche en que tenía previsto escuchar a Joe McPhee en el actual epicentro de la movida londinense, el Café Oto. En su lugar, regresé junto con mi costilla al Pizza, más vale bueno conocido etc., a celebrar la ceremonia de los muertos en memoria de Ella Fitzgerald y Peggy Lee, que oficiaron Sarah Moule, en el papel de la segunda, y Shireen Francis, como Ella. Hay que reconocerlo: en esto de homenajear a los que ya no están, los londinenses no tienen rival. 


 
Fiesta mayor en Dobell´s


Muertos y más muertos. La más viva entre las ciudades muertas del mundo exhibe orgullosa sus muertos tras las vitrinas de los museos y sobre los escenarios. La veteranía, aquí, son dos grados, y un paso necesario para el reconocimiento urbi et orbi, que es el que llega con la muerte.

Cuarenta años después de mi aterrizaje en Heathrow, la Ciudad de los Muertos vive en el recuerdo de unas olimpiadas que han sido la panacea para los londinenses, como lo fue para los barceloneses la suya. ¿Cómo hacerles entender que, allá donde uno vive, se brindó con la noticia de la eliminación de la candidatura para las olimpiadas de 2020?. 

Madrid, sospecho, sigue siendo different


Chema García Martínez

lunes, 9 de junio de 2014


Cuadernos de Jazz

Got

por Chema García Martínez

Pinchar aquí

jueves, 5 de junio de 2014

HOY EN EL PAÍS




Larry Graham

Una leyenda del baile

Si el ‘funk’ está basado en el bajo eléctrico, Larry Graham fue quién enseñó al mundo cómo usarlo, hasta el punto de marcar un antes y un después

Pinchar aquí

martes, 3 de junio de 2014

Hoy en El País




Herb Jeffries

Entre el jazz y el afro-western


Uno no siempre puede elegir el tipo de vida que va a llevar. Y si no, que se lo hubieran preguntado a Herb Jeffries. Los caprichos del destino hicieron de él el primer vaquero cantante afroamericano en Hollywood y uno de los escasos cantantes masculinos de jazz de la historia, antes de convertirse en improvisado empresario de la noche parisina. La única constante en su vida fue, podría decirse, la inconstancia. Jeffries falleció el pasado 25 de mayo a la muy respetable edad de 100 años, en la ciudad de Los Angeles, debido a un fallo cardíaco.

Nacido como Umberto Alexander Valentino (o Herbert Ironton Jeffries, según algunas fuentes) un 24 de septiembre de 1913, en la ciudad de Detroit, Herb Jeffries era un compendio viviente de todas las razas conocidas o por conocer: por sus venas corría sangre irlandesa por parte de madre, amén de francesa, siciliana, etíope, magrebí, portuguesa, española, india americana y negra, la cual, según el interesado, predominaba sobre las anteriores. En un mundo racialmente bipolar, Herb pasó de blanco a negro con una liberalidad que mueve a la duda razonable. Si, como afirman sus biógrafos y remachaba el propio interesado, se mostraba orgulloso de su parte negra, no dudó en declararse blanco cuando era preciso, ya fuera para obtener una licencia de matrimonio o conseguir un empleo. Algo estaba claro: blanco o negro, nadie pudo dudar de su instinto para los negocios, que le llevó a descubrir un nicho de mercado en la música de jazz que interpretaban las orquestas negras en Chicago. Sin edad para firmar contratos, Jeffries marchó a la Ciudad Ventosa en busca de su oportunidad. Durante un tiempo, recorrió los cabarets del South Side propiedad de Al Capone y demás ilustres mecenas de los tiempos heroicos. Con 19 años, se convirtió en el cantante titular de la Vendome Orchestra del violinista Erskine Tate. Jeffries –la piel clara, los ojos azules- salía a escena con el rostro oscurecido para no levantar suspicacias, lo que terminó convirtiéndose en un hábito. 

No duró mucho en el empleo. Actuando junto a Tate en el Savoy Dance Hall, fue “asaltado” por Earl “Fatha” Hines, quien a poco le estaba ofreciendo un nuevo empleo convenientemente remunerado. Jeffries pasaba así a la primera división del jaz,z en un momento en que el pianista, famoso por sus grabaciones junto a Louis Armstrong, labraba su fama como director de su propia orquesta: “Earl Hines era lo máximo a lo que podías aspirar en aquellos años” (Doc Cheatham). La voz del joven cantante viajaría a lo largo del país a través de las ondas hertzianas,  acompañando a Hines y su orquesta, en directo desde el Grand Terrace Cafe. Son los años de la Exposición Universal de Chicago de 1933; el aficionado acaba de descubrir el “verdadero jazz” y Herb Jeffries estaba allí, en medio de todo ello. Aún así, su carrera de crooner tampoco duraría. 

Asistiendo a una proyección cinematográfica en el Sur del país durante una gira con Hines, Jeffries volvió a tener uno de esas súbitas iluminaciones que cambian la vida: “era una película de vaqueros. De repente me di cuenta de que los pequeños de piel oscura, no sólo negros, también puertorriquenses, mejicanos, todos ellos no tenían un héroe de película”. Decidido a convertirse en “la respuesta afroamericana a Gene Autry”, el cantante estableció contacto con  Jed Buell, un productor independiente de series B bien relacionado entre los directores de estudio de Hollywood. Su respuesta fue determinante: “olvídalo. No eres lo suficientemente negro”. Nada que no pudiera solucionarse con un poco de maquillaje.

En 1937, el “vaquero de bronce” hizo su primera en pantalla interpretando sus propias composiciones de estilo country."Harlem on the Prairie”, comercializada como “el primer western musical negro de la historia”, recorrió con algún éxito el circuito de las "sepia movies". Su protagonista no perdió el tiempo: en sólo 2 años rodó 3 nuevos westerns musicales -"Two-Gun Man from Harlem," "The Bronze Buckaroo" y "Harlem Rides the Range”-, ninguno de ellos una obra maestra del Séptimo Arte, pero qué importancia tiene algo así cuando uno puede recorrer el país montado en un Cadillac, con 2 cuernos de toro luciendo en su frente y el nombre impreso en letras doradas a ambos lados. En su actuaciones, Jeffries daba muestra de sus habilidades como cantante, lanzando el lazo y haciendo girar su Colt 45 a la velocidad de un tiovivo desbocado. Aún así, su mente calculadora le llevaba a no hacerse ilusiones. Sabía de lo efímero de su reinado, sustentado en unas producciones de baratillo “de serie C”, a lo que se unía su proclamada renuencia  a actuar en papeles de criado en producciones “blancas”. 

El destino vino nuevamente en su auxilio durante una visita promocional a su ciudad natal. Jeffries asistía a un concierto de Duke Ellington cuando fue invitado a subirse al escenario y cantar con la orquesta, de lo que derivó una invitación formal a unirse a la misma: “ni lo dudé”. Eso sí, tuvo que cambiar de registro para adaptarse a los requerimientos del repertorio; de ser un “exquisito y seductor tenor lírico” pasó a un "barítono sedoso y sensual”, en palabras del crítico Jonny Whiteside. Su look cambió en consonancia hacia el modelo de galán latino de bigote “a la Gable” y elena aplastado bajo el peso de la brillantina. El binomio Ellington-Jeffries dio sus mejores resultados en temas como "In My Solitude", "I Got It Bad and That Ain't Good", "When I Write My Song", "Jump for Joy” y “Flamingo”, todo un éxito de ventas en el año 1941, que el tiempo convirtió en un emblema kitsch. Consecuencia de ello, el antiguo “Vaquero de Bronce” dejó su lugar a “Mr. Flamingo” una marca de éxito que Jeffries explotó con saña en su actividad como empresario, que le llevaría a abrir su propio nightclub en París, bautizado, lógicamente, con el nombre de “The Flamingo”. En lo sucesivo, su actividad pública se ceñiría a algunas apariciones en series televisivas de éxito –“El virginiano”, “Hawai 5-0”- y una película junto a Angie Dickinson, «Calypso Joe» (nada que ver con el disco homónimo de Juan Pardo). En 1967, su nombre salió nuevamente a colación gracias a “Mundo depravados” (sic), comedia erótica de culto que el primer vaquero afroamericano de la historia dirigió y produjo para el lucimiento de la voluptuosa Tempest Storm (Annie Blanche Banks), conocida por sus proporciones anatómicas desmesuradas y sus flirts con Elvis Presley y el capo mafiosi Mickey Cohen, antes de convertirse en la señora Jeffries.

Durante sus últimos años, Jeffries viajaría a Nashville para grabar un disco –“The Bronze Buckaroo (Rides Again)”- y participaría activamente en la realización de un film documental sobre su vida, "A Colored Life”. Con 90 años, compartía su retiro dorado en Palm Springs con Savannah Shippen, una starlette 45 años más joven que él.


Chema García Martínez

Pinchar aquí