La cosa viene a ser como sigue. Un festival de jazz de “fusión” con tropezones sobre las blancas arenas de la playa del Carmen, península del Yucatán, México, todo incluido. Porque, en el Festival de Jazz de La Riviera Maya , nadie paga un peso (la cerveza, a 50 céntimos de euro +-). Y hace calor. La sensación de escuchar jazz en bermudas mientras en la Vieja Europa los empleados de la limpieza municipal se afanan en recoger la nieve acumulada en las aceras...
Algunos, como Richard Bona, han recorrido medio mundo -Japón pasando por Sarajevo, Dresden, Breslavia…- para estar aquí. Con la legaña todavía puesta, el fornido bajista camerunés afrontó con su mejor sonrisa la pregunta de la colega en la multitudinaria rueda de prensa: “¿hay alguna influencia de la música africana en su música”. Pero éste es el precio a pagar por tocar en lugar como éste. Bienvenido al paraíso, señor Bona.
Stanley Clarke
Es de admirar el empeño que ponen Randy Brecker –su sueño, manifestado como tal: reencarnarse en trompetista de mariachi- y Stanley Clarke –el suyo: hablarle a los caballos… y que éstos le entiendan- en tocar todo aquello que a los críticos de jazz nos pone de los nervios. Cuestión de prioridades.
Jon Anderson
Momento para el arrumaco. Jon Anderson, el cantante de Yes, evoca a pecho descubierto los temas propios, y algún ajeno (Marley). Su guitarra -su ukelele-, su voz atildada y 15.000 seres humanos delante de él. Si no fuera porque sabemos de lo que estamos hablando, uno podría cuestionarse qué hace un chico como él en un festival como éste. Servidor formuló la susodicha cuestión al susodicho individuo, acompañada de un ingenioso juego de palabras cubriendo la distancia que media entre los términos “jazz” y “yes”. Aún sabiendo la respuesta: más que nada, por fastidiar. Contestóle el interesado con la acostumbrada y fatigosa retahíla que hace del jazz la Caja de Pandora en la que cabe todo, menos el jazz. El mismo argumento que llevó a Elton John a un festival del género en los alrededores de Madrid y ha hecho de Alejandro Sanz, una de las estrellas del Festival de Jazz de Nueva Orleans. Como que no.
Yellow Jackets
Tan plúmbeos/previsibles como era de esperar, los Yellow Jackets aburrieron a un personal que, supuestamente, goza de éstas. A uno le contaron que, aquí, el jazz de fusión es lo que alguna vez fue en el lugar de dónde uno proviene, y a lo mejor es verdad. Será por la cercanía, más estética que geográfica, con la tierra prometida del Surf, las camisas floreadas y las Pin-up en el asunto de atrás; cosas que uno asocia a éste género de música incolora/inodora/insípida/"chiclosa". ¿Por qué será?.
Fernando Toussaint
Cualquiera que se haya metido en el cuerpo los 8. 088 kilómetros que separan Madrid de Cancún por Air Europa, tarifa económica, no puede sino sentirse levemente desconcertado, y aún perplejo, contemplando a la admiradora -y puede que algo más- del fallecido Eugenio Toussaint, ídolo del Jazz-Mex, mientras dibuja sobre la arena algún tipo de anagrama cabalístico dando la bienvenida al espíritu del homenajeado. Sobre el escenario, los 2 Toussaint supervivientes, Fernando, a la batería, y Enrique, al bajo. Europa queda muy, muy lejos.

Natalia Fourcade
Natalia Lafourcade se parece a Russian Red como 2 gotas de agua separadas por el océano, y hasta es posible que también ella vote a las derechas, no me consta que lo haga. No canta jazz, aunque lo ha cantado y, por lo visto, lo sigue haciendo cuando se le pone. Hace nada estuvo en Madrid, en el barrio de Chueca, y en casa de un amigo, grabando un álbum de canciones “intimistas”, en plenas Fiestas del Orgullo Gay. Afuera, la bullanga, el despelote y los 100 metros lisos con zapatos de tacón. Adentro, la quietud, Natalia, y una taza de melancolía con sacarina.
Alex Otaola
Aquí, a Alex Otaola, se le tiene como un divinidad, sólo un escalón por debajo del Dios Descendente de los antiguos mayas. Únicamente a alguien en su posición se le permite llegarse a un festival como éste con un “espectáculo interactivo” con música, cine y ruidos varios, y salir vivo del trance, y del escenario. A un lado, Otaola con su noneto asimétrico, incluyendo varios miembros de Los Dorados y la Orquesta Mexicana de Tango; al otro, Dziga Vertov, en imágenes animadas, recorriendo las calles de Leningrado-San Petersburgo con su cámara de manivela, año de gracia de 1929. El matrimonio imposible ha engendrado una criatura voluble y avasalladora; irregular y apasionante. La nariz de Frank Zappa y los ojos de Albert Ayler. De aquí, a Stockhausen-Sonic Youth va un paso.
La cosa, que en 2012 se cumple el décimo aniversario del festival, el cual vendrá a coincidir con el arranque de un nuevo ciclo de 26.000 años (año más, año menos) en el calendario maya, preludio de una nueva era (no necesariamente catastrófica) para la Humanidad. Para éste próximo año, la organización persigue un sueño: llevar el piano de Keith Jarrett, y a Keith Jarrett, a la explanada de Tulum, la Maravilla de la Humanidad erigida en loor del Dios Descendente, donde se sacrificaba a los propios en beneficio de los ajenos y hoy se levanta un sobrecogedor complejo ecológico-astronómico-arqueológico. Aquí, Federico Fellini imaginó su última película “non nata” (“Viaje a Tulum”, trasladada al cómic por Milo Manara). Aquí, en unos meses, con suerte, podremos a escuchar al nuevo Dios Descendente. Sólo que éste toca el piano.
Chema García Martínez
(Fotos: Fernando Aceves, excepto Natalia Fourcade)
Publicado en El País-Tentaciones