Fue excesivo en todo. Como ser humano y en su forma de entender la profesión; sobre un escenario y fuera de él. Freddie Hubbard, posiblemente, el último de los “trumpet hero” de la historia del jazz, falleció el lunes en el hospital Sherman Oaks, California, a los 70 años. Llevaba un mes internado, tras haber sufrido un ataque cardíaco.
Acercarse a él entrañaba más de un riesgo, sobre todo si quien lo hacía pertenecía al género femenino. Frederick Dewayne Hubbard (Indianápolis, 1938) era como su música: un torrente. Puro fuego. Hubbard tomó su inspiración de todos quienes le precedieron, desde Clifford Brown y Lee Morgan a Dizzy Gillespie y Miles Davis, además de Max Woodbury, primer trompeta de la Orquesta Sinfónica de Indianápolis, de quien aprendió cuanto debe saberse acerca de la técnica del instrumento. En 1958, se trasladó a Nueva York. Dos años después, paseaba por las aceras de la Gran Manzana como la “estrella emergente” del jazz. Ese mismo 1960 grabó su primer disco para el sello Blue Note, “Open Sesame”, al tiempo que entraba a formar parte de los Jazz Messengers de Art Blakey, junto al saxofonista Wayne Shorter.
Los más grandes se le sorteaban. Hubbard graba y/o actúa junto a Herbie Hancock, Sonny Rollins, Thelonius Monk, Miles Davis, Cannonball Adderley … para agosto de 1961 ya ha grabado 4 álbumes a su nombre entre los cuales se encuentra la que, para muchos, es su obra maestra, "Ready for Freddie", de nuevo, con Wayne Shorter. Sin ser un vanguardista, el trompetista participó en 3 grabaciones seminales del “new jazz”: “Free Jazz”, de Ornette Coleman (1960); “Out to Lunch”, de Eric Dolphy (1964) y “Ascension”, de John Coltrane (1965). Que aquella fuera la corriente principal en el jazz explica que, al cambio de década, decidiera buscarse una fuente de financiación más fiable en lo que entonces se conocía como “muzak”. Una música que combinaba los instrumentos electrónicos y las orquestas de cuerdas, el rock, el funk y un repertorio confeccionado a la medida de los gustos del gran público al que este tipo de productos iba dirigido: “no tengo reparo en reconocer que gané más dinero con aquellos discos que lo que había ganado en toda mi vida”. En el año 1972, el trompetista obtuvo su único Grammy por “First Light”.
Que el mundo del jazz le diera la espalda por algo así era un mal colateral que estaba dispuesto a asumir. El propio Hubbard lo reconocería a quien suscribe en entrevista que salió publicada en la revista Cuadernos de Jazz, en el año 2001: “tenía que elegir entre morirme de hambre tocando jazz o ganar dinero. Y elegí”. El trompetista se curaba en salud haciendo de Miles Davis en “VSOP”, junto a Shorter, Hancock, Ron Carter y Tony Williams. Pero ni por esas. Su prestigio en el mundo del jazz se había venido abajo y la situación empezaba a escaparse a su control. El antiguo “niño bonito” de la afición se cuidaba muy mucho de mostrarse ante su antiguo público, “estaba harto de tocar esa música, necesitaba desesperadamente volver a lo mío”. Incluso alguien como él fue capaz de reconocer sus pecados. Y supo rectificar a tiempo.
En los ochenta, el mundo del jazz saludó el regreso del hijo pródigo con la misma algarabía como lo había hecho algunos años antes con Miles Davis en su vuelta a los escenarios. Freddie Hubbard estaba de vuelta en el “hard bop” que le vio nacer, volvía a disfrutar tocando y las huestes del jazz con él. Durante esa década y la siguiente vino a nuestro país en numerosas ocasiones, con sus propios grupos o formando parte de alguno de los “All Stars” a los que era adicto y en los que podía hacer gala de su carácter competitivo. Hasta que sus labios dijeron basta. Demasiados años saliendo a la pista a pecho descubierto y sin el preceptivo calentamiento: “no me cuidaba, nunca lo he hecho, y ahora lo estoy pagando”, reconocía en la mentada entrevista. Una úlcera en el labio superior apartó al trompetista de la vida pública durante 3 interminables años: “no se imagina lo duro que ha sido estar todo el santo día en casa sin poder hacer lo que he hecho toda mi vida, con mi mujer detrás diciéndome “¿cuándo vas a empezar a trabajar?”.
El último de los “trumpet hero” de la historia volvió a la escena por segunda vez en unas condiciones inaceptables para ningún trompetista, mucho menos para él. La imagen del rey del salto mortal sin red convertido en una caricatura de sí mismo durante su actuación en el Northsea Jazz Festival, en el año 2000, fue más de los que algunos podíamos soportar. Ni rastro del Hubbard original. Su incapacidad para, siquiera, sostener una nota en el registro medio, le llevó a buscar refugio en el fliscornio, primero, y en la composición, después, sin éxito. Poco a poco, su imagen se desvaneció hasta desaparecer por completo.
Freddie Hubbard ha muerto en silencio. Quien nos lo iba a decir.
Dedicado a N. C.
(publicado en El País 31/12/08 con el título "Freddie Hubbard, puro fuego con la trompeta")
ENTREVISTA: PHILIP CATHERINE Guitarrista y 'jazzman'
"El músico de jazz inventa su música al tiempo que la interpreta"
CHEMA GARCÍA MARTÍNEZ- Madrid - 30/11/2007
Será esta noche, a partir de las diez de la noche. El guitarrista belga Philip Catherine, figura referencial del jazz europeo, dará inicio con su trío a las Noches de Jazz en la Fundación Carlos de Amberes (Claudio Coello, 99; entrada 20 euros). Para Catherine, nacido en Londres en 1942, "el jazz en Europa está en expansión porque es la música en la que el músico proyecta en mayor medida su personalidad. No quiero decir que el intérprete de Chopin no la aporte también pero hay una diferencia y es que el músico de jazz inventa su propia música al tiempo que la interpreta".
Philip Catherine nació en Londres de madre inglesa y padre belga. Al finalizar la II Guerra Mundial se trasladó con su familia a Bélgica, donde escuchó por vez primera el sonido de una guitarra. El jazzista, en una entrevista mantenida en Madrid hace algunos meses, recuerda aquel momento: "Un día escuché un disco de George Brassens y me quedé pasmado por el modo en que se acompañaba a la guitarra. Me gustaba el sonido del instrumento, su ritmo. Pocos meses después, me compré mi primera guitarra".
Gracias a su primer profesor del instrumento, Catherine descubrió la música del genial guitarrista gitano, nacido en Bélgica, Django Reinhardt, que se convertiría en su primera y mayor devoción musical. "Jamás he tratado de imitar a Django", matiza, "si alguien toca como otro y utiliza a Django como modelo, no toca como Django, porque Django no tocaba como ningún otro. Para tocar como Django tienes que ser, ante todo, original".
Al tiempo que la música de Django, Catherine descubrió los cómics de Tintín. "Tintín es otra de mis principales influencias como músico", precisa el guitarrista belga. "Las relaciones entre Tintín, el Capitán Haddock, Tornasol, Milú y los policías Hernández y Fernández se asemejan a las leyes de la música contrapuntística. Todo está interconectado y constituye un verdadero análisis de los distintos medios que tienen las personas de comunicarse entre sí". En el año 1971, Catherine grabó su primer disco como líder, Stream, producido por Sacha Distel. Ese mismo año conoció al violinista Jean-Luc Ponty: "El 25 de noviembre era mi último día de mili. Ese mismo día recibí una carta de Jean-Luc invitándome a unirme a su grupo. Desde entonces no ha habido otra cosa en mi vida, únicamente la música".
A lo largo de su extensa vida profesional, Catherine ha tocado junto a Dexter Gordon, Stéphane Grappelli, Charlie Mingus -quien le bautizó como "el joven Django"- y, a dúo, con el también guitarrista Larry Coryell, con quien protagonizó dos multitudinarias giras por el Viejo Continente mediados los años ochenta. Aquellos fueron sus años de mayor popularidad, y los más controvertidos: "Nos llamaban los guitarristas-metralleta porque éramos capaces de tocar muy rápido. Lo que pasó es que, por donde quiera que fuéramos, había 2.000 guitarristas siguiéndonos y tomando nota de todo lo que hacíamos, y aquello derivó en una verdadera batalla campal. Todos querían ser el mejor e impresionar a los demás. Todos querían sonar como nosotros y como John McLaughlin, y tocaban cada vez más rápido y descontrolaban..., pero era una guerra que no tenía nada que ver con nosotros".
A mediados de los ochenta visitó España como miembro del trío del legendario trompetista y cantante Chet Baker. El afamado guitarrista reflexiona sobre su compañero: "Hay mucha leyenda en torno a Chet; que si era un yonqui, que si resultaba imposible convivir con él..., no importa lo que se diga de él. Tocar con Chet fue una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Por supuesto que éramos muy diferentes él y yo, y nuestra formación musical nos distanciaba pero, a la postre, lo único que importaba era la espontaneidad".
(publicado en El País)
“Homenatge a Lou Bennet” Philip Catherine Trio
Sala Jamboree – plaça Reial, número 17- Barcelona.
Vierns 29 y sábado 30 de enero (21.00h y 23.00h). Precio: 15€
Una sombra pelea contra su sombra bajo la blancura del gimnasio. El silencio acompaña las ráfagas de golpes que remueven el aire. Un cuerpo envarado que se aduja y se estira, le da mil vueltas al ring. Es Miles Davis y lleva guantes verdes.
Los héroes de Miles fueron Sugar Ray Robinson, Johnny Bratton y Jack Johnson. Ese trío le sirvió de inspiración cada vez que decidía salirse de los tremedales de la vida. El boxeo fue para él un espacio al cual asomarse y encontrar sosiego. ¿De dónde creen Uds. que sacó fuerzas para liderar tantas bandas exitosas, para ser, literalmente, el jefe de tantos monstruos del jazz? Miles Davis, por si no lo saben, lideró conjuntos en los que no solo tocaron gigantes, sino que esos gigantes descubrieron que podían ser tales sólo cuando tocaron bajo sus órdenes. Que lo digan Bill Evans, John Coltrane, Chick Corea, Wayne Shorter y un largo etcétera de músicos monumentales.
Miles fue una persona compleja que tuvo que forjarse su propio caparazón indestructible para permanecer incólume ante los desafueros de su época. Estamos hablando de un hombre tímido que se escondía detrás de un muro de palabras obscenas para que los pervertidos de su mundo se las vieran negras, si pensaban joderlo. Hablamos de alguien que le daba la espalda al público en sus conciertos; de alguien que no le pasaba una a nadie, ni siquiera a sus mejores amigos.
(Una noche en que la luna le sentó mal a Max Roach, Miles lo sentó de culo con un soberbio derechazo a la barbilla. Así sería el golpe, que a Max se le evaporaron los efectos de su borrasca química y continuó tocando su batería como si nada hubiese pasado).
Quien observe con atención la vida de este visionario nacido en Alton, Illinois, en 1926, se dará cuenta de que la música y el boxeo le dieron estructura a ese impulso de supervivencia al que muchos confundieron con misantropía. Aunque no fuera evidente, Miles Davis siempre se ganó la vida a golpes. Que apareciera de vez en cuando en un gimnasio, pegándole a un saco de arena o a una pera de cuero, no tiene nada de raro, sobre todo si ese hombre tenía que lidiar con sus propias adicciones, con el racismo que gobernaba su entorno y con su propia capacidad para adelantarse a sus contemporáneos.
A lo largo de su vida, Miles vislumbró el futuro de la música varias veces. Si te pones a pensarlo con cabeza fría, te darás cuenta de que no debe ser fácil crear formas nuevas y saber que esas formas preludian el porvenir. Este trompetista-boxeador, este músico y maestro, le abrió las puertas al cool jazz, al jazz modal, a la fusión eléctrica y al mismísimo hip hop. ¿Cómo no habría de buscar refugio en un gimnasio, si la creación del futuro produce desequilibrios en cualquier época?
El secreto de Miles radicaba en enfocar la música desde distintos puntos de vista, en saber dónde debía alargar las frases y dónde debía poner los acentos. Nada de circos de solfeo ni de chorros de notas… De ahí que los silencios de su trompeta se nos asemejen a la actitud del boxeador que observa con paciencia a su contrincante, le haga algunas fintas y logre que su cabeza se mueva hacia donde él ha lanzado a toda velocidad una mano demoledora, lista para el impacto certero. Eso, damas y caballeros, es pura y simple perfección; puro arte en el que se conjugan la música y el boxeo.
Esté donde esté, Miles debe vendarse las manos y subirse a un ring todos los días a lanzar golpes y a pelear con su sombra. Desde ahí nos hace recordar que la buena música siempre viene del futuro.