De izda. a dcha:. Pedro Sarmiento, Pelayo Fernández
Arrizabalaga, José Antonio Galicia, Luis Escribano
José Antonio Galicia
Una carta y un recuerdo
BUENO NO SE SI ESTO SIGUE FUNCIONANDO PERO POR SI ACASO VOY
A CONTAROS QUE MAÑANA 29 DE SEPTIEMBRE HACE 9 AÑOS QUE SE FUE MI GRAN AMOR EJ GALI ESTUVE CON EL
18 Y NO HAY UN SOLO DIA EN QUE MO LO RECUERDE SU RISA SU MANERA DE AFRONTAR LA VIDA SU HUMOR HO SE MIL
DETALLES SUS ASPERAS MANOS DE GRAN PERCUSIONISTA Y TODO SU AMOR FUI MUY
AFORTUNADA PORQUE CON EL APRENDI A VIVIR PARA QUIEN QUIERE SABERLO SOY SU TERE
BONITA
Comentario remitido a "Jazz y Otras Hierbas" el viernes 28 de Septiembre
MI DEUDA CON "GALI"
Esta sí que no se la perdono. Morirse así, sin darle a uno
tiempo de pagar su deuda: esto no se hace a un amigo. Con lo que, finalmente,
la entrevista que tanto tiempo nos ocupó, a él, ajustándola, y a mí,
repasándola una y otra vez, verá la luz, solo que ya no estará para leerla.
Tiene narices.
Me tenía engañado, Gali. Mintió cuando, principiando septiembre, me emplazó para tomarnos unas cañitas y revisar el escrito a poco que se sintiera “un poco más fuerte”. Venía de recibir un homenaje de la profesión en el Cuartel del Conde Duque, y estaba a punto de ser objeto de un segundo, este más recoleto, en el Festival de Jazz de Soto del Real, también en Madrid. Siete de septiembre del 2003: nunca se le volvió a ver sobre un escenario.
Fue una noche de ensueño, como cuando, en Madrid, se escuchaba el mejor y más libre jazz del mundo: el grupo de jazz, con Pedro Sarmiento (piano) & Luis Escribano (contrabajo) y un “tocaor” -Marín-, un artista plástico –Jorge Beda- improvisando sobre el lienzo, inspirado por el sonsoniquete de la música, y la “crítica joven” –José Manuel Gómez y servidor- reunida al cabo de los años, haciendo los honores: vais a escuchar a una leyenda.
Es más que probable que el respetable sotense no conociera al mentado, como sí le conocían los colegas que acudieron al Conde Duque cinco días antes. Aún así, de seguro intuyeron la enormidad artística y humana comprendida en quien apareció de tal guisa, reducido a su quintaesencia, perfectamente irreconocible, vapuleado/abandonado a su escasas fuerzas pero imbuido de su sempiterno espíritu indomable. Y vimos al ciclón de otros tiempos convertido en suave brisa y a su cuarteto reduciendo decibelios hasta transformar el grito en silencio clamoroso. “Great Flamenco & Jazz Music” (“GFJM”). Tocó Gali media hora apenas: quedó exhausto.
Escribo estas líneas apresuradas a la espera de ser convocado para despedir al amigo. Como yo andan quienes han compartido una existencia azarosa y plena, los flamencos –Paco de Lucía, Morente, los Ketama, Carmen Linares...- y los del jazz, de quienes aprendió y a quienes no enseñó porque siempre se negó a ello: Jorge Pardo, Miguel Ángel Chastang, Ángel Rubio, José Vázquez “Roper”, Manfred Schoof, Johnny Griffin... los hay que no estarán, como Tete Montoliu, a quien acompañó durante año y medio en el Balboa Jazz de Madrid, y otros a los que pocos recordaron en vida ni en su muerte: el pianista Jean-Luc Vallet o el contrabajista Dave Thomas. El jazz, en este país, no hubiera sido lo mismo sin ellos.
Gali se murió hablando de futuro, volcando su proverbial vitalidad en un marasmo de proyectos que, aún en su estado precario, le resultaban apetecibles: lo mío es free jazz pero por otra vía, yo lo llamo “música libre”. Soy de los que piensan que nunca fue más fiel a sí mismo que actuando en los festivales de jazz con su grupo y un cuadro flamenco, un coro gregoriano, un conjunto de música andina, un bailarín “intergaláktiko” y un artista plástico, todo ello reunido en un único macro-espectáculo de “fusión-global”; aquellos “Cantoblepas” y “Recuerdos de Carmen Amaya” concebidos para el escarnio de la crítica bienpensante.
Nos tenía engañados. Aceptó vivir sus últimas días a tope rodeado de sus amigos, pero se reservó la despedida para sí mismo. Ahora nos damos cuenta de que fue a bienmorirse a Ibiza, sin testigos. Tenía 53 años y yo no se lo perdono.
Me tenía engañado, Gali. Mintió cuando, principiando septiembre, me emplazó para tomarnos unas cañitas y revisar el escrito a poco que se sintiera “un poco más fuerte”. Venía de recibir un homenaje de la profesión en el Cuartel del Conde Duque, y estaba a punto de ser objeto de un segundo, este más recoleto, en el Festival de Jazz de Soto del Real, también en Madrid. Siete de septiembre del 2003: nunca se le volvió a ver sobre un escenario.
Fue una noche de ensueño, como cuando, en Madrid, se escuchaba el mejor y más libre jazz del mundo: el grupo de jazz, con Pedro Sarmiento (piano) & Luis Escribano (contrabajo) y un “tocaor” -Marín-, un artista plástico –Jorge Beda- improvisando sobre el lienzo, inspirado por el sonsoniquete de la música, y la “crítica joven” –José Manuel Gómez y servidor- reunida al cabo de los años, haciendo los honores: vais a escuchar a una leyenda.
Es más que probable que el respetable sotense no conociera al mentado, como sí le conocían los colegas que acudieron al Conde Duque cinco días antes. Aún así, de seguro intuyeron la enormidad artística y humana comprendida en quien apareció de tal guisa, reducido a su quintaesencia, perfectamente irreconocible, vapuleado/abandonado a su escasas fuerzas pero imbuido de su sempiterno espíritu indomable. Y vimos al ciclón de otros tiempos convertido en suave brisa y a su cuarteto reduciendo decibelios hasta transformar el grito en silencio clamoroso. “Great Flamenco & Jazz Music” (“GFJM”). Tocó Gali media hora apenas: quedó exhausto.
Escribo estas líneas apresuradas a la espera de ser convocado para despedir al amigo. Como yo andan quienes han compartido una existencia azarosa y plena, los flamencos –Paco de Lucía, Morente, los Ketama, Carmen Linares...- y los del jazz, de quienes aprendió y a quienes no enseñó porque siempre se negó a ello: Jorge Pardo, Miguel Ángel Chastang, Ángel Rubio, José Vázquez “Roper”, Manfred Schoof, Johnny Griffin... los hay que no estarán, como Tete Montoliu, a quien acompañó durante año y medio en el Balboa Jazz de Madrid, y otros a los que pocos recordaron en vida ni en su muerte: el pianista Jean-Luc Vallet o el contrabajista Dave Thomas. El jazz, en este país, no hubiera sido lo mismo sin ellos.
Gali se murió hablando de futuro, volcando su proverbial vitalidad en un marasmo de proyectos que, aún en su estado precario, le resultaban apetecibles: lo mío es free jazz pero por otra vía, yo lo llamo “música libre”. Soy de los que piensan que nunca fue más fiel a sí mismo que actuando en los festivales de jazz con su grupo y un cuadro flamenco, un coro gregoriano, un conjunto de música andina, un bailarín “intergaláktiko” y un artista plástico, todo ello reunido en un único macro-espectáculo de “fusión-global”; aquellos “Cantoblepas” y “Recuerdos de Carmen Amaya” concebidos para el escarnio de la crítica bienpensante.
Nos tenía engañados. Aceptó vivir sus últimas días a tope rodeado de sus amigos, pero se reservó la despedida para sí mismo. Ahora nos damos cuenta de que fue a bienmorirse a Ibiza, sin testigos. Tenía 53 años y yo no se lo perdono.
Chema García Martínez
Publicado originariamente en Tomajazz (Octubre 2003)
El percusionista José Antonio Galicia "El
Gali" fallecía la noche del 28 de septiembre de 2003 a los 53 años de edad.
Su nombre es uno de esos grandes desconocidos para el gran público pero
estimado por los compañeros de profesión. Hombre de jazz y flamenco ha tocado
con algunos de los más grandes de ambos géneros.
No tenía el gusto, te agradezco la pista.
ResponderEliminarGali era un ser muy especial y absolutamente adorable, uno de esos personajes únicos e irrepetibles, además de un vallecano de pro. Es muy difícil hacerse a la idea de su verdadera dimensión musical y humana sólo escuchando sus discos.
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