martes, 15 de agosto de 2017


La caja 54



Reflexiones post mortem de un crítico de jazz


Ocurre que morí, y ni me di cuenta. El deceso, mi muerte, o sea, sucedió el jueves 27 del pasado mes de julio, a las 13:30, en la ciudad de Madrid, zona de Ventas. Se da la circunstancia de que, minutos antes del suceso, había depositado, no sin sudor, no sin lágrimas, una caja de cartón corrugado con el número 54 en el camión, furgón, o similar, que iba a trasladarla, junto a las 53 restantes, a la ciudad de Valencia, para quedar depositada en los anaqueles de la institución que vela por mi legado material.

Contenido de la caja 54:

-         - Dos “Saturn” de Sun Ra en “negro-Malévich” conteniendo los temas “Cosmos rendezvous”, “The Double that…”, “The Ever is…”, etc.

        - Seis “V Discs” originales en razonable buen estado (orquestas de Gene Krupa, Guy Lombardo, Jack Teagarden, Glenn Miller…).

-          - Una colección de en torno a 20 números la revista Players, equivalente afroamericano de Playboy (últimos setenta/primeros ochenta). “Conste que, para mí, eso también es jazz”, le escribo al encargado de la custodia de mis cosas, así las tetas y los culos como las entrevistas y los relatos de Amiri Baraka.

-          - Fotocopia de un cheque firmado y rubricado por el vasco Rekalde.

-          Edición probablemente original de “Ascenseur pour l´echafaud” (Fontana), con Miles y Jeanne Moreau (QPD) en la portada.

-          - Las grabaciones de Louis Armstrong de 1927 y 1928 en edición dura como una piedra de la Compañía del Gramófono Odeón S.A., Barcelona, de 1958, El ejemplar perteneció a mi padre y fue mi primera introducción al jazz (hubo otras).

-          - Etc.
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La mía ha sido una muerte lenta y sufrida, como cualquier muerte que se precie, con su agonía forjada al calor sofocante del verano post-cambio climático madrileño, y su desenlace inevitable e imprevisto. Una muerte en soledad y sin aparato mediático: uno, la parca y un muro de detritos, que algunos llaman “cultura”, delante de uno.

Ha sido mi primer mes de julio en décadas fuera de los focos y cuanto lo acompaña, los pintxos y las pitxurris, las apreturas, las habitaciones de hotel, siempre las mismas;, las polémicas, siempre diferentes; San Sebastián, Vitoria y Getxo… las muchedumbres dejaron paso a la clausura del almacén; las blancas arenas, al cemento, el de mi ciudad, en la que nací, y en la que no resido, ni ganas. Sólo, enfrentado a mi demonio interior, a la muerte. La sensación de desamparo resulta desconcertante y reconfortante, a un tiempo. Éste viaje debo llevarlo a cabo por mí mismo. Nadie puede hacerlo por mí.

Solo frente a mi soledad y un Himalaya deshilachado y abrumador de papeles amarilleados por el tiempo –“el tiempo es una cosa que pasa por tu lado”, anoto en mi cuadernito de anotar, “y, cuando te quieres dar cuenta, se ha ido”-, anotaciones jeroglíficas, fotografías envueltas en la bruma del olvido, “¿ese soy realmente yo?”, notas a pié de página… los downbeats y las jazzmagazines; las quarticasjazz y los cuadernos de idem; los jazzforums… las novelitas primiseculares “de tono” (de “mal tono”, se entiende) que utilicé en mi libro sobre el jazz en España; mi primer artículo publicado del año 1973 en torno a… ¡Alice Cooper!. El siguiente, sobre Thelonious Monk… todo está ahí, esperándome, convertido en espejo que me revela los cambios que en lo más profundo de mi mismo he ido experimentando al contacto con la realidad de este mundo del jazz para el que vivo desde hace cuarenta y pico años.

… y los libros. Los testimoniales -“Jazz inchiesta Italia”, de Enrico Cogno, la huella indeleble del sesentaiochismo-, los incunables -“Aux Frontières du jazz”, del belga Robert Goffin, edición original de 1932-, los inevitables –Comolli, Julio Coll, Miguel Sáenz-, pero aún Stanley Crouch no había dicho que el jazz es una cosa que es, y no una cosa que según cómo se mire.

Y las cartas, porque a veces llegan cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas, con sabor a gloria, con olor a rosas, aunque hoy, las cartas, solo vienen del Banco de Sabadell o el juzgado; cartas de colegas, de amantes, de las gentes del business, los managers, los managers de los managers, los productores, los programadores, los que pasaban por ahí y nos vinieron a tocar los cojones; cartas de músicos, felicitaciones de Navidad, cartas-bomba de efecto retardado…  

… y los telegramas y los telefaxes; las declaraciones de amor y los “me cago en tu padre”; de éstos, unos cuantos. Y los exvotos (así, la caña de saxofón obsequio de Rahsaan Roland Kirk), y los programas de mano, de cuando todavía se hacían; y las instancias a la autoridad competente emitidas por, entre otros, Tete Montoliu por letra de su guitarrista, Jorge/Jordi Pérez. Eran otros tiempos, felizmente.

… y los memorándums tan solemnes como inútiles que sucedieron a los congresos a los que fui invitado –Essen, Friburgo, La Haya, Tallin…- y a los que, pese a ello, acudí, y de los que salí huyendo como alma que se lleva el diablo… “sólo hay una cosa más aburrida que un crítico de jazz”, escribo en mi cuaderno de escribir: “2 críticos de jazz”.

Y mis textos publicados a lo largo de mi vida profesional, en los que empecé descubriendo América hasta que América me descubrió a mí, lo que es el destino de todo escritor o periodista. Ahí está todo: mis (posibles) hallazgos y mis (seguras) meteduras de pata; los recuerdos de los tantos encuentros al calor de la barra de un bar, o del hogar; las entrevistas, los viajes, Sonny Rollins en Germantown, Ornette Coleman en el Fashion District de Nueva York; cuanto podía contarse, y conté, y lo que no, y callé. Un alma caritativa reunió mis escritos por mí, los clasificó por épocas y los introdujo en unas bonitas carpetas de anillas que yo me encargué de desvencijar hasta hacer de todo ello, mis artículos y las carpetas de anillas, un totum revolutum sin orden ni concierto. Lo confieso no sin vergüenza (aunque sin exagerar).

De mi documentación en torno al jazz en España, me quedo con Wenceslao Fernández Flores y su “Música demente”: “la música negroide imbeciliza”, escribe ufano el insigne cronista de la Galicia caníbal, hace un sol del carallo. Por ahí se va el programa del XLV Festival “Club de Jazz de Villafranca” con su ruego de no asistir a los conciertos a “los no iniciados al jazz”. Y otro, correspondiendo al “Festival Casino Fin de Semana” celebrado en el Cinema Proyecciones y organizado por Radio Madrid, con premio para la señorita o el caballero capaz de citar el título de 5 discos emitidos durante el intermedio del programa homónimo, premio de un lote de artículos de belleza para ella, de aseo, para él. O aquel, bastante más pobretón, que anunciaba un festival internacional de jazz en Burgos, nominalmente “Jornadas Culturales en torno al Jazz”, organizado por la Joven Crítica (José Manuel Gómez y servidor), del que debieron venderse 2 entradas por concierto. Naturalmente, el festival se suspendió al segundo día, con los organizadores tomando el primer autobús para Madrid camuflados bajo sendas caretas con la imagen del presidente Richard Nixon. No sería la última vez que nos viéramos obligados a hacerlo.

A lo que iba. Resulta q0ue que bucear en mi patrimonio jazzístico es/fue un recorrer la historia de los medios de reproducción sonora a lo largo del siglo, de los primeros rollos de pianola a los discos de 78 RPM que sirvieron para el disco que acompañó el tocho sobre el jazz en España, y editó Blue Note; el microsurco (singles, epés, elepés…), el casete, que utilizaba en mis entrevistas y para mis bootlegs de conciertos; la cinta abierta, el cedé, el minidisc… lo que, en términos periodísticos, significó pasar de la estruendosa máquina de escribir y el papel al fax y el ordenador personal, la inmaterialidad, o sea.

Vinilos, guardaba los que no revendí previamente muy por debajo de su precio en alguno de los comercios del ramo de los que he sido asiduo; los que realmente me gustaban, la crème de la crème; aquellos por lo que sentía algún afecto por haberme acompañado durante mi existencia de adulto; las ediciones originales, exóticas o censuradas… un Milt Jackson “made in the URSS” de la época de Kruschev; el tremendo “Jazz caliente, cerveza fría”, editado por Decca-Columbia, con lo mejorcito del jazz inglés de posguerra; una edición “estrictamente para los amigos” de aquel saxofonista de vanguardia de quien, hoy, pocos se acuerdan… el ejemplar descabezado de “Sketches of Spain”, con el disco y sin la portada que tuvo a bien “rediseñar” para mí el autor del disco en un momento de flaqueza, o de inspiración, y que hoy debe lucir convenientemente enmarcada en el living room de su ilegítimo propietario (él sabe)… son las cosas que el aficionado no olvida, incluso uno que nunca fue lo que se dice un coleccionista. Los coleccionistas: otra especie a cuyo contacto experimento un sopor irrefrenable, como me sucede con los críticos de jazz.

En cambio, me pirran las extravagancias, dislates y chaladuras a que dio la “burrámia” de los ejecutivos discográficos de cuando el vinilo; las portadas inenarrables, con los nombres de los intervinientes equivocados y las piezas confundidas: lo que los angloparlantes llaman “albums for lefties”. De éstos, unos cuantos: Sting, Miles Davis y “Jill Evans” (sic) en Umbría (edición no oficial); Dave McKenna y el cuarteto de Wilbur Little tirando por lo erótico-hortícola en “Oil & vinegar” (una de las portadas más escalofriantes de la historia del jazz). O éste otro: “Para ti, los mejores”, con interpretaciones de Bee Gees, Gary Glitter y David Cassidy, entre otros, y Sun Ra y la Arkestra luciendo sus galas galácticas a todo color en la portada... y esto, ¿cómo se come?.

Asimilo a lo anterior los discos alimenticios –Lee Konitz de pajarita y rodeado de pin-ups tocando las melodías de “All that jazz”, Chet Baker y los mariachis codo con codo…-, inusuales –el inquietante “Looking out”, de Peter Ind, o el fastuoso “Danzón con Generoso”, de Generoso Jiménez-, coyunturales -Miles Davis emergiendo del sobaco de Arnold Schwarzeneger en el recopilatorio “Rock 71” editado por CBS, un must para las gentes del “rollo” por entonces-, así como los dedicados por sus autores. Algunas dedicatorias hablan por sí mismas: las de Machito (“sí! sí! no! no!”), Philly Joe Jones (“Peace”), John Zorn (ilegible) o Betty Carter, en el día de su cumpleaños (“Wolderful night!!!”). Y, aunque fuera en un libro y no en un disco, la dedicatoria-brindis de Antoni Tendes, a quién sorprendí en su refugio de la librería Batlle, en uno de mis viajes a Barcelona: “!viva el jazz genuino!”, me garabateó el ilustre protocrítico en un ataque de genuino entusiasmo sincopado.

Súmase a lo anterior, las entradas a conciertos, las  acreditaciones periodísticas, los banderines de enganche, a los que tan aficionados fueron los responsables de los “hot-clubs”; la cartelería, una mina. Art Blakey en Balboa Jazz, Astrud Gilberto en el San Juan Evangelista, cuidadín, cuidadín; los flyers fotocopiados, Bill Evans Trío “por primera vez en Madrid, y siguiendo nuestra ruta de presentaros a las primeras figuras de este arte”; Cecil Taylor en el Palacio de los Deportes, y llenándolo. En el fondo de todo ello, el hambre perturbadora del tardofranquismo, el miedo, los palos, los grises, los cardenales, la eclosión de los ochenta, Oscar Peterson en la portada de ABC, asunto éste de la “transición jazzística” de una magnitud difícil de explicar a quién no la vivió y que, acaso, pueda resumirse en el “!Gerry Mulligan en Don Benito!”, que fue el “Fuenteovejuna, todos a una” de los aficionados al jazz de entonces, aunque el saxofonista saliera de la villa pacense maldiciendo su mala suerte y a quien le llevó hasta allí.

Y, junto a los tales, mis otros “yos”, hablando de mi experiencia no por breve menos intensa, como crítico cinematográfico, probador de menús en restaurantes de lujo, dotador de voces para GPS, escritor de relatos pornográficos para diversas publicaciones del género… cuanto me perteneció y ya no me pertenece, porque así lo he dispuesto en documento oficial, a falta de la firma correspondiente, dispuesto y empaquetado en la forma adecuadamente caótica, cual corresponde a mi natural errático y resulta de las sucesivas mudanzas a las que me he visto sometido en mi peregrinar de hogar en hogar, y de amante en amante, volando voy, volando vengo, por el camino yo me entretengo. Detrás, una carrera producto del azar y la necesidad: la mía. No quiero pensar en la expresión del destinatario de las susodichas 54 cajas ante lo que se le viene encima: “si abres una y te encuentras con una txapela, es la que se calzó Sonny Rollins en su concierto de Vitoria del año…” Tengo coartada. Visto desde un punto de vista epistemológico y sistémico, todo esto –el caos, la mezcla, la mierda- no es sino reflejo de la promiscuidad que reinaba en el jazz en los años pre-políticamente correctos que a uno le tocó vivir. Lo pienso, pero me lo callo. Por prudencia, más que nada.

Quienes me conocen se preguntarán intrigados cómo he podido permanecer un mes a solas conmigo mismo y sin ver la luz del día, respirando el tipo de miasmas que desprende la materia inorgánica en proceso de descomposición. En realidad, mi menú veraniego, no muy variado, pero algo sí, se dividió entre todo aquello de lo que vengo hablando, y la lectura de las crónicas que, sobre los festivales de Vitoria y San Sebastián, vino publicando  mi sucesor en el medio para el que he venido escribiendo durante los últimos 13 años. Hacerlo, me confirmó lo que ya sabía: que nadie es insustituible. Eso, y que no hay nada nuevo bajo el sol. Y que la memoria del lector es flaca. “Son otros los tiempos”, me consuela quién me conoce, como si hiciera falta. “Y otros los requerimientos del aficionado ante la crítica”. Y otra la crítica, añado para mí mismo; y otro el jazz.

“Músicos de jazz, haylos”, escribo citándome a mí mismo. “Lo que no hay es jazz”.

“Ahora somos islas”, me cuenta Joachim Kühn con voz trémula en conferencia desde su sancta santorum ibicenco, “antes éramos océano”.

En algún momento me propongo acudir a algunos de los magníficos conciertos que ofrece la ciudad en verano, quién te ha visto y quién te ve, Madrid. No lo hice, por puro agotamiento, o porque los muertos no van al jazz, que se sepa, al menos. Me contento con asistir vía streaming al concierto que ofrecen los alumnos de la Summer Jazz Academy en la sede del JATLC, en Nueva York, bajo la dirección de Wynton Marsalis. Ninguna conclusión, más allá de la uniformación de la muchachada, en un verde-grisáceo desvaído que espeluzna.

¿Y qué estado de desesperación inconcebible lleva a uno a escuchar un concierto de Wynton Marsalis vía streaming cuando podía estar haciendo cualquier otra cosa?. Entiéndalo el lector: uno tenía sus defensas bajas, sería porque uno no se muere todos los días. Pero no puedo quejarme. Mi vida ha sido larga y fecunda, azarosa y productiva, dentro de lo que cabe. He hecho, a lo largo de la misma, cuánto se me ha venido en gana sin rendir cuentas a nadie, más allá del Jefe de Redacción, a veces, ni eso. Momento es de zarpar como el poeta, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar.


Epílogo

Veo al camión, furgón, o similar, alejarse calle abajo camino de Valencia y del organismo semioficial que va a hacerse cargo de mi legado en forma de 54 cajas numeradas y selladas, hasta donde ello le fue posible al que suscribe. Y es en ese momento que lo veo claro: soy yo el que viaja en esas cajas; yo el que, con ellas, muero.

Siento una mezcla de alivio y melancolía. A lo mejor, lo que tengo es hambre.


Chema García Martínez



Nota del autor. Con éste texto devuelvo a la vida a éste blog, En él anuncio la muerte del creador del mismo, servidor de Vds., acaecida durante el pasado mes de julio.

5 comentarios:

  1. Genio y figura hasta la sepultura.
    Salve Chema.

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  2. Ese número 54 tiene un algo mágico para mí... Y es que me hace recordar el largo (y hermoso) tiempo que pase dibujando a los "54 músicos mas importantes de la historia del jazz :) . Fueron 54 naipes y 54 grandes músicos de jazz, por eso la baraja se llamó "Jazz54".... (otra cajita54)

    Ahora que te has muerto y te han enterrado en 54 cajas , quiero que sepas que soy uno de los tantos lectores que hemos disfrutado de tu calidad literaria y de tus escritos jazzeros. Por esta razón, ahora que te has muerto te echaremos de menos.

    Y para que le conste al enterrador: Ese nº54 me ha impulsado a escribir este comentario ; que si hubieran sido 53 o 55 las cajas contenedoras de los restos, puedo asegurar que no hubiera escribo este comentario post-mortem.
    QEPD estimado ChemaGarcíaMartínez54

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  3. Kuto. Permite que te agradezca tu comentario, aunque sea post-mortem. Peor no te fíes: soy gato y, como tal, tengo varias vidas. !Fundemos el club de los amigos del número 54!.

    José Luis. Mi genio y mi figura te echamos de menos.

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  4. ¡El que nos faltaba!
    Confiemos en las vidas de los gatos...

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  5. El único peligro es que anduviera por la séptima vida sin yo saberlo, con las burradas que he hecho no me extrañaría... en fin, un abrazo, Gato-Pardo.

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