A mis amigos les encanta Fred Hersch. A Antonio Muñoz Molina le encanta Fred Hersch. Para el escritor, es el mejor pianista de jazz del mundo mundial. A mucha gente, bueno, no tanta, Fred Hersch le parece el mejor pianista (de jazz) sobre el planeta tierra. Luego está la otra parte del mundo que no sabe quién es Fred Hersch.
Me llama la atención la pasión que desata Fred Hersch entre mis amigos. A lo mejor tienen razón y es el mejor pianista (de jazz) del mundo, y yo no me he enterado. No lo sé, no estoy seguro, pero ¿cómo podría estarlo?.
Mis amigos fueron a escuchar a Fred Hersch (algunos vinieron de my lejos) en Madrid y salieron contentos y felices. Para algunos, fue el mejor concierto que habían escuchado desde… bueno, desde hace mucho tiempo. Y yo respeto la opinión de mis amigos, incluso la de los que no lo son, aunque, a veces, ellos no respeten la mía. Pero qué se le va a hacer.
A mi no me gustó Fred Hersch. No me gustó la primera vez, cuando le escuché tocando a solas en Vitoria, y lo mismo la semana pasada, en Madrid. Cuando digo que no me gustó quiero decir que no me produjo un nudo en el estómago hasta hacerme sentir en el centro de un universo inédito de sensaciones que sólo el mejor jazz puede provocar. A lo mejor es que no tengo lo que sea que uno ha de tener para disfrutar con su música. Esas cosas nunca se saben. Conste que no lo hago a propósito.
Me gustan algunos de sus discos, y casi ninguno por entero. Los hay –“Alone at the Vanguard”, por ejemplo- que me hacen pensar que el jazz ya no va a ser el mismo después de escuchar al pianista tocando “Down home”, y cuando voy por la mitad ya estoy pidiendo la hora. Es un fenómeno que me ocurre con él y algún otro, como una nube cargada de promesas que se va disolviendo según avanza. A lo mejor es uno, que es incapaz de mantener la atención en según qué situaciones, y el hombre hace lo que puede.
Vale, Fred Hersch es un gran músico, un tipo sensible, pero ¿de verdad que ese “ese” gran músico por el que mis amigos y Antonio Muñoz Molina beben los vientos?. ¿Acaso mis amigos y Antonio Muñoz Molina no pueden estar buscando consuelo en la música de Fred Hersch ante el hecho irreversible de los tantos que ya nunca podrán escuchar sobre un escenario?. Que no digo que sea así forzosamente, aparte de que eso reduciría a Hersch a la categoría de mero copista, cosa que no es (tampoco es que sea un revolucionario, la verdad sea dicha). Uno puede que no sea un fan encendido de Hersch, pero tampoco es sordo. Formularé la pregunta de otro modo: ¿qué habría sido de Fred Hersch, hoy, de estar vivos y en ejercicio de sus funciones Bill Evans, y Tommy Flanagan, Duke Jordan, Sonny Clark, Hampton Hawes…?. Más aún: ¿qué fue de él mientras todos estos estaban vivos?. Una pregunta retórica: todos sabemos la respuesta.
En esto, como en tantas otras cosas, uno debe enfrentarse al ejército de los nostálgicos que, en el jazz, son mayoría, tanto como a los fans del morbo, que en Hersch tienen adonde agarrarse. Luego que, a los aficionados, ya se sabe, cuanto más desconocido es un músico, más nos gusta. Tenemos una necesidad imperiosa de descubrir talentos escondidos dónde sea. Nos gusta llevar la contraria: “¿Chick Corea?, ¡tú no has escuchado a Fred Hersch!”. Hay que aceptarlo: somos así, y no hay más vueltas que darle.
Pese al (relativo) fiasco de Vitoria, me gusta Fred Hersch en solo. Al contrario, no me parece que sea un músico para trío, o para “éste” trío, el de su concierto en Madrid, donde uno tira –John Hébert- para adelante y otro está demasiado ocupado pensando en la próxima jugada. ¿Puede un músico de jazz pensar demasiado?: naturalmente. Eric McPherson es la mejor prueba de ello. Un gran intérprete, y tan preciso como nadie pueda serlo tocando una batería. Pura matemática. Puro pensamiento en acción.
El jazz moderno está lleno de músicos que piensan demasiado y tríos que “interactúan” (la palabreja…), y pretenden acercarse a la música de una forma “orgánica”, sea lo que sea lo que eso significa. El jazz está atrapado en la palabrería, cuando hay palabras –“swing”- que han perdido su significado.
Vuelvo al concierto del otro día: cualquier intento de “swingear” –derivado de “swing”- fue reducido a cenizas por quien estaba decidiendo la frase que viene a continuación, salvo en los tempos rápidos (allí no hay tiempo para pensar). Primera regla: el jazz se piensa “antes” y “después”, nunca “durante”. Lo que son las cosas: la noche anterior al concierto de Fred Hersch, hubo quien pisó ese mismo escenario del teatro Fernán Gómez y no fue para nada “orgánico”, ni “interactuó” con nadie, simplemente tocó la batería de esa forma a la vez espontánea y sofisticada -!swingeante!- que un día caracterizó a los maestros del instrumento. Pero a Roy Haynes no hace falta descubrirlo… ¿o sí?.
Chema García Martínez
Dedicado a Guillermo McGill