David Villa está triste, ¿qué tendrá David Villa?. Al futbolista del Barcelona y de la selección nacional se le ha roto la tibia izquierda en el ejercicio de su profesión, vaya por Dios. La noticia ha sito titular en los noticieros; pobre Villa, que hasta Mourinho se nos ha puesto tierno, y si no fuera por lo de Urdangarín, seguro que la Casa Real hubiera emitido un comunicado de condolencia a la familia, la del futbol en general, y la del futbolista, en particular. Todos con Villa. Y qué menos que poner a disposición del interesado un avión para que su tibia y él mismo, junto con su guardia de corps, viajen a la máxima inmediatez y comodidad desde Tokyo, escenario de la catástrofe, hasta Hamburgo, donde le esperaba otro aparato medicalizado con destino a Barcelona y a la mesa de operaciones. Lo mínimo, vamos.
Por dónde, servidor participó, bien que modestamente, en el operativo que sus familiares improvisaron a miles de kilómetros de distancia para trasladar a quien, por hallarse en peligro su vida, y la del “nasciturus” que albergaba en sus entrañas, debía ser enviada sin dilación a otro país y a un centro hospitalario en condiciones. No cansaré al lector con unas gestiones que pusieron a prueba la prudencia y santa paciencia de quienes las llevaron a cabo. Si, finalmente, la operación –el traslado medicalizado entre las ciudades de Maputo y Johannesburgo- pudo llevarse a efecto, fue gracias a su arrojo y dedicación, por no hablar de su generosidad, gracias a la cual pudo reunirse la muy respetable cantidad de dólares requerida por la compañía aérea en cuestión. Sin ella, no hubiera sido posible salvar la distancia de 454 kilómetros que, en su caso, separaban la Muerte de la Vida.
Unos datos
Un promedio de 10 niños menores de 5 años mueren cada día en el campo de refugiados de Kobe, al este de Etiopía.
1, 3 millones de personas enfermas de Sida han fallecido hasta 2009 en el África subsahariana.
En ambos casos, resulta razonable atribuir las razones del fenómeno a la falta de medicinas.
Suerte para David Villa.
Chema García Martínez