viernes, 29 de junio de 2012


Hoy en El País

FESTIVAL "CONTINENTAL LATIN JAZZ" CLAZZ 2012

Dos flautistas a la gresca

Néstor Torres y Jorge Pardo arrancan el Festival de latin-jazz Clazz con un duelo de instrumentos


domingo, 24 de junio de 2012



Hoy en El País


Cuestión de ‘share’

Sorprendentemente, hubo quien eligió acercarse a los jardines del Museo del Traje para escuchar a Chema Saiz

por Chema García Martínez.

sábado, 23 de junio de 2012


Ayer en El País - Babelia


Niño Josele presenta “El mar de mi ventana”

Todavía hay mucho que hacer en el flamenco

viernes, 22 de junio de 2012

HOY Y MAÑANA



COMPLUJAZZ 2012
IX FESTIVAL COMPLUTENSE DE JAZZ
Museo del Traje
Avda. de Juan de Herrera, 2 - Madrid
Metro: Moncloa (línea 3) y Ciudad Universitaria (línea 6)
Bus: 46, 82, 83, 132, 133, G


PROGRAMA


-  Viernes 22 de Junio de 2012 – 22.00 h.

1.- IGNASI TERRAZA TRÍO

2.- MIGUEL ANGEL CHASTANG QUARTET “From Harlem To Madrid 4”

-  Sábado 23 de Junio de 2012 – 22.00 h.

1.- CHEMA SÁIZ TRIO + SANTOS MORENO “Vocal Proyect”
       
        Chema Sáiz, guitarra
         Toño Miguel, contrabajo
         Borja Barueto, batería
         Santos Moreno, vocal
  
2.- PEDRO OJESTO & FLAMENCO JAZZ COMPANY
       
         Pedro Ojesto, piano
         David Cerreduela, guitarra
         Israel Fernández, cante
         Josemi Garzón, contrabajo
         Fernando Favier, cajón-batería

Entrada general diaria 10 euros.
Estudiantes: 5 euros

jueves, 21 de junio de 2012



Marta Espinós  y Agustí Fernández interpretan la segunda aria de las "Variaciones Goldberg " de J. S. Bach (fragmento)

En algún lugar, con Agustí Fernández

jueves, 14 de junio de 2012


¿Por qué nos gusta Fiebre del Sábado Noche?


He aquí la cuestión: ¿por qué nos gusta Fiebre del Sábado Noche?, ¿cuál es el secreto de la fascinación que ejerce el mayor hortera del cinematógrafo en toda su historia?, ¿serán sus cualidades cinematográficas?... en cuanto que producto fílmico, los logros artísticos de F.S.N. son equivalentes a los de la peor serie B, y aún con eso, generaciones de espectadores de toda condición han sucumbido a este Tony Manero, sujeto lamentable, macarra de barrio, machista e ignorante, conformista, engreído, grosero, arrogante, zafio, presuntuoso, fanfarrón, xenófobo y, pese a todo, un encanto.

Ante todo, FSN es una película de culto (1), no se sabe si por la película en sí, por el entorno o el carisma del personaje al que un primerizo John Travolta dio vida en forma a todas luces insuperable. Ahora bien, aceptando la acepción película de culto como adecuada a un producto de unas características artísticas precisas, ¿resulta lícito comparar FSN con musicales de culto tan estimables como El Fantasma del Paraíso o Rocky Horror Picture Show, por decir dos sobradamente conocidas?. A diferencia de las anteriores, FSN es una mala, muy mala película, un producto pobre y falto de ingenio amén de torpemente realizado. Una auténtica birria. Y una maravilla, también. Solo hay que contemplarla desde la perspectiva adecuada.

El lado oscuro de West Side Story

F.S.N. se ubica en un lugar indeterminado entre el musical hippy (Easy Rider) y el musical yuppi (Fame), con una diferencia de solo dos años respecto de All That Jazz, el musical que licenció a los musicales. Son los años setenta: la disco music simboliza lo más bajo a que se podía llegar en términos de baile, excepción hecha de la Canción de Eurovisión. La música que uno podía escuchar en la sala Consulado de Madrid, la que bailaban las chachas y los militares sin graduación en sus fiebres del sábado, un destilado de rhythm & blues y pop interpretado por los australianos hermanos Gibbs, aquellos Bee Gees que ya se habían hecho notar como un grupo de cuidadas armonías vocales y que, llegados a la madurez, vestían pantalones campana y cantaban en falsete, como Jorge Negrete, solo que en afeminado. La acción se desarrolla en el escenario pequeño y deprimente de un barrio étnico de Nueva York que es el mismo de West Side Story (también el de Who´s That Knocking at my Door/ I Call First, la primera película de Scorsese) con alguna diferencia sutil. Si en WSS, a los pandilleros se les otorga la licencia de soñar (con un futuro mejor, con la huida, con un mundo ideal), entre los moradores de Bay Ridge, en Brooklyn, soñar significa un empleo de dependiente y una noche de baile, acaso un Cadillac Sevilla. Hay lo que hay.

FSN no es una sucesión de números bailables aunque sí una demostración danzística de primer orden. Tampoco es un musical feliz sino triste al que no faltan los sentimientos contrapuestos y los personajes claramente patéticos como Bobby C, el chico triste, que no aparece en la versión de Broadway. En los Estados Unidos, fue la primera película clasificada para adultos que obtuvo cien millones de dólares de beneficio. Detrás de todo ello hay un autor de éxito discutido e inteligente, el británico Nick Cohn, escritor (Awopbopaloobop Alopbamboom, Anarquía en el Reino Unido, Broadway) e hijo de escritor (Norman Cohn,). Nick Cohn escribió Ritos Tribales de la Nueva Noche del Sábado (New Yorker,7 de junio de 1976), relato novelado de sus andanzas junto a un gang de Brooklyn y su líder, Vincent, que sirvió de modelo para Tony Manero. El reportaje era concluyente: la nueva generación asume escasos riesgos; se gradúa, busca trabajo, resiste. Y una vez a la semana, la noche del sábado, estalla. Robert Stigwood, manager de los Bee Gees y Travolta y director de la Robert Stigwood Organisation, se decidió a convertir la palabra en imagen diseñando un tipo de producción barata con la idea de promocionar la música disco en los Estados Unidos. Para realizarla, llamó al inglés John Badham, un especialista en adaptaciones de Broadway (Whose life is it aniway?, Dracula, con Laurence Olivier).

Sea por azar o porque así lo pretendieron sus autores, o puede que influidos por el sagaz sentido de la observación de Cohn, lo cierto es que FSN ofrece una acumulación inimaginable de guiños, sugerencias, aciertos históricos, premoniciones, imágenes simbólicas y alumbramientos místicos, todo en su justa medida y de una extraordinariamente forma sutil. Pocas películas hay en la historia del cine, con la excepción de algún film antiguo de Bergman, con tal cantidad de material trascendente. Se entiende que la cinta haya alumbrado sesudas reflexiones en torno al llamado síndrome sexual y el desajuste de los ciclos cardíacos que regulan la actividad sueño-vigilia. Las andanzas de Manero han servido para explicar el complejo de Madonna-prostituta definido por Freud: te amo tanto que deseo dormir contigo después de lo cual no te podré seguir amando porque eres de la clase de mujer que mantiene relaciones sexuales con los hombres. La idea del desarrollo personal a través de la transformación física, que constituye uno de los ejes del argumento, fascinó a la realizadora Karyn Kusama lo suficiente como para realizar una película, Chicas Guerreras.

Gavin McNett (Apenas Stayin´ Alive. www.salon.com), lo deja claro: FSN es una película compleja, ambivalente. Para Gene Siskel crítico cinematográfico del Chicago Tribune y uno de los personajes más influyentes en el negocio (www.suntimes.com), la película trasciende categorías y se sitúa más allá del bien y del mal. Pocos personajes, si alguno, en la historia del musical, con la personalidad e influencia de Tony Manero, un verdadero icono cultural del siglo XX.



Unos calzoncillos negros

Unos zapatos. Esto es lo primero que vemos de Tony Manero: un par de zapatos lustrosos avanzando al ritmo sincronizado de Stayin´ Alive. La cámara le sigue en su recorrido por las calle bulliciosas sin ningún aliciente aparte de las jóvenes de trasero prominente cuya visión bien merece una repasito nada furtivo: esta noche es mi futuro, primera de las varias sentencias que afloran como margaritas en estiércol a lo largo de la cinta. Habla el rey, estos son sus dominios; rey de las noches de gloria y los días de espera, rey del asfalto, dueño y señor en la modesta droguería en la que trabaja como dependiente, monarca de un reino que todo lo abarca menos el propio hogar.

Con el equilibrio familiar subvertido, a un rey depuesto –el pater familias, ahora en paro-, le ha sucedido un rey en ausenciis que no tardará en caer –el hermano sacerdote-. Para la comida, las tensiones se desatan en forma de sopapos encadenados provocando la sensación de una única bofetada que se reencarnara de uno a otro integrante del clan Manero. Nuestro héroe habita el escalafón inferior. Es el que recibe las bofetadas: ¡no me despeines!.

Tony se acicala para la batalla frente al espejo de medio cuerpo flanqueado por un panteón de hombres ilustres: Bruce Lee, Rocky, Farah Facet-Majors y Al Pacino. Escena crucial expuesta con una contundencia casi brutal: de la sex symbol, lo primero que contemplamos es un primerísimo plano de sus dos reconocidas glándulas mamarias, tal y como lo hubiera rodado el mismo Manero. Contraplano de nuestro héroe ataviado únicamente con unos calzoncillos de color negro: esta prenda ha pasado a la historia de los fetiches generados por el Séptimo Arte junto al guante de Gilda y la petaca de whisky que Marilyn se saca de la media en Con Faldas... Tony se ajusta la ristra de crucifijos y medallitas con santo alrededor del cuello en lo que constituye casi una ceremonia religiosa. No han transcurrido 10 minutos de proyección y ya hemos visitado tres de los espacios en que se desarrolla la narración: la calle, el ámbito laboral y el doméstico. Queda la discoteca de nombre significativo, 2001 Oddisey, el lugar donde los sueños cobran efímera realidad envueltos en luces de colorines, la insustituible bola de espejos colgando del techo, los ojos cegados por el humo, elementos todos ellos de un rito ancestral: el macho sale de cacería.

Manero precede a sus sobreexcitados colegas en el paseíllo, las aguas se separan a su paso. Como Marcello en La Dolce Vita, es el centro de todas las miradas. Instalado ahora en el tendido de preferencia, rodeado de los suyos, consume un siete siete y espera al destino vestido de mujer. Llega Annette a rendirle pleitesía, qué bonito corte de pelo tienes. Contemple el lector a Manero levantando indolente la mirada en dirección a las partes más visibles de la intrusa, luego más arriba. No hay disimulos. Entrégate, muñeca. Wayne convertido en Bogart convertido en Astaire: eres el rey de la pista. Pobre Annette, la gran perdedora de esta historia, ella nunca será Ginger Rogers, solo una más entre la legión de comparsas, alguien a quien usar y de quien olvidarse. ¿Me dejas que te seque la frente?. Pero Annette no puede evitar morirse por el simple espectáculo de ver a T.M. andando por la calle. Si no es Ginger Rogers será Mary Pickford, la amante desengañada dejará su paso a la sufridora repudiada y abandonada a las puertas del Phillips Dance Studio. Rechazado su ofrecimiento carnal, los preservativos caen de su mano como las cuentas del collar de Hedy Lamarr en Éxtasis. Manero la desprecia. Ahora, Annette es una cualquiera. El desafío no tarde en llegar en forma de una mujer con clase –dícese de las integrantes del sexo opuesto con las que es lícito relacionarse además de acostarse con ellas- por la que se siente irremediablemente atraído: la distante y enigmática Stephanie Mangano.

El futuro sale a su encuentro

Aparece Mangano y la imagen se diluye entre algodones en forma de filtros difusores, como si Badham, otorgando a la susodicha un trato preferente, participara de la distinción entre las cualquiera y las mujeres con clase. Mangano, claro está, pertenece a la segunda categoría, como que vive en Manhattan, se codea con la crême de la crême y se ejercita sobre la barra con música de Chopin. Stephanie no debe quitarse el chicle de la boca para hablar, ella no es de esas. Solo que también ella tiene sus problemillas (de identidad, desarraigo). Las largas peroratas autoexculpatorias y redundantes, sus mentiras evidentes para todo el mundo, menos para Tony Manero, tienen no obstante el noble propósito de embarcar al torpe dependiente provinciano hacia un destino conjunto en amor y armonía. Stephanie habla, la cámara se aquieta, una excepción en un film cuyos diálogos se suceden en forma de travellin´ ininterrumpidos.

En FSN se baila y se habla; lo primero, a cámara quieta o acompasado con movimientos de cámara suaves, envolventes, nada especulativos. Los diálogos se suceden en forma desordenada y dinámica. Las onomatopeyas, lo insustancial, las sentencias y los lugares comunes elevados a la categoría de sentencia forman parte de la expresividad adocenada y neta de Travolta-Manero, una mirada suya dice lo que no dicen las palabras que se le atraviesan en su aturdido cerebro. Manero carece de toda ambición. La seguridad que exhibe en la pista y ante los suyos, su fe en sí mismo, se torna en ingenua torpeza. Junto a la bella, de su mano, da comienzo a su toma de consciencia. Stephanie le lleva a la ópera, Manero se acomoda sus partes. Ahora proyecta una experiencia piloto consistente en baile y ensayos sin sexo: ¿se puede permanecer junto a alguien del sexo opuesto sin intentarlo?. Ofuscado, trata de violarla en el asiento de atrás del haiga, grave error que pagará con la separación provisional pues Stephanie no le abrirá las puertas de su corazón, y la de su casa, hasta cerciorarse de que ha aprendido la lección: ella no es una de esas (las mujeres a las que se puede violar impunemente), bien entendido que, en el código moral del barrio, la violencia sexual no constituye en sí un hecho relevante, al menos no tanto como la muerte violenta de un compañero de juergas –Bobby C- o la apelación a la progenitora de uno en términos injuriosos. En el caso de Annette, la violación por vía doble y consecutivo en el mismo haiga constituye mas bien una forma enérgica de hacer la corte en el que la hembra no tiene voz ni voto.

La cuestión queda zanjada del modo más contundente y menos políticamente correcto, sin detenerse en explicación ni justificación de ningún tipo que hubiera desviado el relato de su curso. Simplemente, Manero (¿arrepentido?) acude a la casa de la víctima y obtiene de ella el perdón y la promesa de un futuro de color rosa en el barrio de Manhattan. Para rubricarlo, el realizador nos pone a los Bee Gees (How Deep is Your Love). Sintiéndose traicionado como Jesucristo en el monte de los Olivos -ni vosotros, mis amigos, sois sinceros conmigo-, Manero –un hombre nuevo, aunque no sabemos por qué- reniega de su pasado. El hombre que os ha obsequiado con la vitalidad y la dulce pasión que soñabais, se encuentra ya al otro lado del puente habitando otra dimensión en la que es posible encontrarse con los astros del show business en la cola de la pescadería. Por lo demás, un final tan convencional como argumental y cinematográficamente inverosímil, acorde con el carácter de un film único e inimitable que, entre otras cosas, dejó instalado en el olimpo hollywoodense al nuevo Gene Kelly, este Travolta-manero que pronto regresaría a lo convencional -Grease, con la pavisosa Olivia Newton-John-, y la posterior redención (Quentin Tarantino)...

Chema García Martínez

(1). dícese de la obra artesanal que, habiendo resultado elegida por una minoría, es elevada al consumo de la mayoría.

Versión original del artículo publicado en Nickel Odeon  nº 25, invierno 2001 (José María García Martínez, "Por qué me gusta Fiebre del Sábado Noche")



lunes, 11 de junio de 2012

miércoles, 6 de junio de 2012




The Neptune Redhot Creole Band was born in Wankie, Zambesia Zimbabwe. They played New Orleans style from 1974 to 1984. The film is made at Jackson Square, New Orleans, 1981

C. J. Fratantoni, clarinete; C. S. Fratantoni, corneta; Sabina V. Siankope, banjo; Louis Siankope, batería; Daniel Siankope, trombón; Joseph Trywell Siankope, contrabajo.

lunes, 4 de junio de 2012




Robin Gibb, in memoriam

La edad enseña acerca de la realidad de las cosas que quedan fuera del alcance del hombre y le colocan ante la evidencia de su fragilidad, dígase de las enfermedades terminales, las catástrofes de la Naturaleza y qué película va a tocarle a uno cuando viaja en AVE.

He vivido experiencias verdaderamente dramáticas al ver surgir en la pantalla el nombre aterrador de Julia Roberts, que si no uno no se arroja del convoy en marcha en circunstancia semejante, ya no lo hace en ninguna. A veces, sin embargo, salta la liebre. Así, en mi último viaje, quiso el destino poner a mi alcance visual un film singular: “Footloose”, remake de la película homónima de 1984, realizado veintisiete años después. En su arranque, un grupo de jóvenes adictos al baile regresa al hogar levemente eufóricos. En éstas, el automóvil que les conduce invade el carril contrario y se estampa contra un camión. Todos sus ocupantes fallecen en el acto. De resultas de ello, la práctica del baile va a quedar terminantemente prohibida en la región donde se desarrolla la acción.

“Footloose” arranca donde “Saturday night fever” lo dejó hace treinta y cinco años. La película, ciertamente notable, es una metáfora de los nuevos tiempos. La fiesta ha terminado; cual renovados “cenicientos”, los teenagers del nuevo siglo deben estar de vuelta en casa a las 10 so pena de reclusión en el hogar por tiempo a determinar.

“Footloose” es el musical de la era Reagan, junto con “Fama”; el exacto reflejo del Nuevo Orden establecido por el tal, cuyas consecuencias todavía vivimos, y sufrimos. Algo así como el reverso negativo de “Saturday night fever”.

Me gusta bailar y me gusta “Saturday Night fever”. No soy un buen bailarín y, francamente, me importa un rábano. Bailar es la manera más entretenida que existe de adelgazar, además de la otra. Cualquier cosa menos calzarse un chándal y echarse a la Casa de Campo. Uno tiene su dignidad.

Por dónde, Robin Gibb –un nombre tan unido a la cinta que dio a conocer a John Travolta-  termina de pasar a mejor vida, como es sabido por haberse publicado la noticia ad nauseam en los sitios en que suelen publicarse este tipo de noticias, fotografía incluida. Y luego va el listillo al que se termina de encargar una apresurada necrológica, y recuerda al R. G. de sus primeros discos con los Bee Gees, los buenos, y se olvida de cuanto vino después, Tony Manero, “Stayin´ alive”, etc., negando cualquier validez a la contribución del susodicho a uno de los fenómenos más fascinantes que produjo el género humano durante la promiscua/convulsa/confusa/puede que utópica década de los setenta. Lo que, por cierto, nada tiene que ver con el hecho de que la voz en falsete del finado me ponga de los nervios, ni que resulte difícil concebir un sonido más desagradable que el que emanaba su garganta, a no ser el de la gaita en sus diversas variantes (gallega, asturiana o escocesa).

Uno vio “Saturday Night fever” en su momento sin dar crédito a cuanto desfilaba ante sus atónitos ojos, aún sin atisbar el verdadero alcance de la cinta, para lo cual iba a precisar de la perspectiva del tiempo. Escribí sobre el tema en un número de “Nickel Odeon”, la revista. Elegí “Saturday Night fever” sobre los demás musicales de la historia del cine en un número dedicado a ese género, y hay quien pensó, y todavía piensa, que me falta un tornillo. Motivos, no les faltan.

Por lo que a servidor respecta, “Saturday Night fever” es un documento fascinante y un verdadero tratado de la más alta filosofía. La inagotable riqueza de matices que atesora la película garantiza materia de reflexión suficiente por décadas; eso, sin contar con su innegable valor testimonial. Cualquiera que pretenda entender la década de los setenta, deberá acudir necesariamente a esta fuente inagotable de sabiduría. Ni Paul Auster ni William Burroughs: Robin Gibb y John Travolta.

Hace sesenta años que la oronda Graciela nos enseñara que el “cerebro es lo último / yo no quiero me digan que lo último no sirve pa´ gozar”. Uno se siempre se ha preguntado por qué utilizar la sesera y mover los pies al son de la música son tenidas por prácticas incompatibles. Para los tratadistas y las gentes del saber, el baile es un lastre del que hubo de librarse el jazz para que la nave no se viniera a pique, o algo así. El jazz se hizo adulto -“moderno”- con el personal diseccionando con gesto severo las improvisaciones de Charlie Parker y Thelonious Monk sin mover sus posaderas del asiento. ¿Fue así, realmente?.

Por donde, Dizzy Gillespie afirmaba que el bebop siempre se bailó: los que no bailaban, decía, eran los críticos. Y también Lester Young, quien hallaba la inspiración para sus solos en la pista de baile, y lo mismo Wayne Shorter (véase mi entrevista al interfecto en algún lugar de este blog), Steve Lacy (un notable bailarín de samba) o Dave Holland quien, en su encuentro con el maestro Habichuela, no se coscó de qué iba el asunto del jondo hasta que el hijo de éste le hizo unos pases a modo de demostración. Hay que haber bailado para entenderlo.

Siempre me ha fascinado la cantidad y variedad de maneras que ha encumbrado el ingenio humano para retorcer el esqueleto al ritmo de la música. De Fred Astaire al pogo. De Nijinsky al “Que baile la gorda”. En la pista de baile todos somos iguales.

Te recordaremos, Robin Gibb; pero mejor, calladito.

Chema García Martínez

domingo, 3 de junio de 2012

CLARK TERRY NECESITA AYUDA




Clark is having a tough time at this point in life.
His extensive medical bills have exceeded his financial
resources… and that is with the help of Medicare! Clark
is truly one of America’s greatest artists and teachers
who has inspired literally thousands of music students,
professional performers, and music teachers.

The Jazz Foundation of America has been a tremendous
help with the astronomical expenses for 24-hour
healthcare that Clark now needs at home. If you would
like to make a donation, you may write a check with
“Clark Terry Account” on the memo line, and mail your
donation to:

Jazz Foundation of America
322 West 48th Street
New York, NY 10036

Or if you’d like to donate online, please use the following JFA link:


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