¿Por qué lo llaman "tributo" cuando quieren decir Neneh
Cherry?
La diva underground descoloca a sus fans en la clausura del Festival de Jazz
de San Sebastián
Idoia y Johana habían viajado
desde Bilbao para ver a Neneh Cherry. “Nos encanta todo lo que hace”,
aseguraban momentos antes de iniciarse el concierto. Hora y cuarto más tarde podía
vérselas aplastándose contra la dura piedra de la plaza de la Trinidad sin entender qué
había sucedido. Su veredicto: “nos ha gustado y no nos ha gustado”. Y como
ellas, los cientos que acudieron a la
Trini esperando encontrarse a la intérprete de “7 seconds” y
“Woman”. Que esta no es Neneh Cherry, que nos la han cambiado.
Empezando porque el del lunes
no fue un concierto “de” Neneh Cherry sino de ella y The Thing (Mats
Gustaffson, saxos; Ingebrigt Häker Flaten, contrabajo; Paal Nilssen-Love,
batería), que es cosa muy distinta; tocar con The Thing, uno de los tríos de jazz
más energéticos del mundo, cambia la perspectiva a cualquiera. Primero, hay que
tener valor para ponerse en medio de estos tres y no salir corriendo; y luego,
seguirles el ritmo suicida con que acometen cada una de sus interpretaciones.
No todo el mundo está en condiciones de soportar tanta presión.
Tampoco fue el de anoche un concierto
en homenaje a Don Cherry, el ilustre progenitor de la cantora, como se empeñó en
calificar la organización antes, durante, y después de que el propio Gustaffson
lo dijera bien claro aprovechando una pausa entre una interpretación y la
siguiente: “esta no es una banda en homenaje a Don Cherry”. Pues ni por esas.
El proyecto arrancó hace unos
meses partiendo a la relación de amistad que une a Cherry y Gustaffson desde
que ambos eran niños y residentes en Suecia. Lo que empezó siendo un juego de idem.
(de niños) terminó en manos de un de esos expertos en marketing que tanto
abundan en el rock cuyo trabajo consiste en encontrar problemas donde no los
hay. Cambiaron de nombre y les añadieron una ingeniosa frase publicitaria:
“free jazz apto para todos los públicos”. Con esto que los integrantes de The
Thing, músicos de jazz, al fin y al cabo, no se han visto en una de estas en su
vida. Por comparar: se cuenta que justo antes su gira con Neneh, viajaron a los
Estados Unidos para tocar junto a una leyenda del jazz, el saxofonista Joe
McPhee, y apenas recaudaron para pagarse los gastos del viaje. Será porque
Neneh es bastante más guapa que McPhee y, además, da espectáculo, Cantar, no es
que cante mucho, pero tampoco Madonna es Maria Callas precisamente, y ya ven donde
ha llegado. Lo suyo, lo de Neneh, es la actitud más que otra cosa. Lo que se
dice un animal de escenario. Verla mientras se la escucha resulta infinitamente
más gratificante que sólo escucharla, dicho sea pensando en quienes están
pesando en adquirir el disco que los susodichos acaban de editar como “The
Cherry Thing” y, acaso, se vean algo defraudados. La entrada en escena del trío
es toda una declaración de principios, con el público todavía buscando un lugar
donde depositar sus reales y el cuarteto tirando a matar con “Too tough too
die”, de los Ramones. De cero a cien en lo que canta un gallo. Y lo que nos quedaba.
La música de Neneh & The
Thing es una bomba de efecto retardado; un Apocalipsis sónico para el que no
existen fronteras de género. El repertorio se compone casi en su integridad por
versiones apenas reconocibles y un tanto asilvestradas de éxitos ajenos (Van
Morrison, Iggy Pop, Mark Knopfler…). Del Free al Noise pasando por ninguna
parte. Como improvisadores, Gustaffson & cía. pertenecen a la categoría de
los salvajes e incontenibles, a la que también pertenece el alemán Peter
Brötzmann, por poner un ejemplo. Por suerte, hay quien se ha encargado de
escribir unos arreglos ajustados a la naturaleza del proyecto y consigue el
milagro de sujetar a la bestia –The Thing- al tiempo que saca lo mejor de una
cantante magra en recursos como es Neneh Cherry. Uno se pregunta qué hubiera
conseguido, puesta en su situación, una Jeanne Lee, por ejemplo.
El concierto finalizó, o lo
“finalizaron”, con un a modo de blues, “Garage”. No hubo bis. La excusa: había
que dejar el escenario libre para la subsiguiente banda en homenaje, esta vez sí,
a Miles Davis, con participación de quienes, en algún momento de su carrera,
tocaron con el trompetista. El nombre de la misma no podía ser más ingenioso:
“Miles Smiles”.
Curioso. Siendo ambos
trompetistas, Miles Davis y Don Cherry tenían muy poco en común, salvo una
cosa: ambos aborrecían los homenajes.
Chema García Martínez