De izqda a
dcha: Ricardo Tejero, saxo; Ebba Rohweder, flauta; Pedro Rato, theremin (o ætérfono) y electrónica; Peter Memmer, chelo; Guillermo Bazzola, guitarra
Foto: JMGM
Mi
madre me lo decía, “pero mira que eres raro, hijo”. Para
mí, no había mejor elogio que ese. “Soy
raro, ¿y qué?”. Ahora, al raro se le llama friki, no es lo mismo. Frikis,
los hay a patadas; darse con un raro pura sangre, sin embargo, constituye una
rareza, la propia palabra lo dice.
Desde
hace un tiempo que los raros madrileños con inclinaciones músico-vocales vienen
reuniéndose para tocar música rara, lo suyo, y hay un público que va a
escucharles, tan raros como ellos. El ciclo de conciertos que organizan no
podía llamarse de otro modo: “Músicas Raras”, solo que al revés.
Tienen
los raros la curiosa manía de numerar sus reuniones, la que yo asistí hacía la
número 31. En cabeza de cartel, el saxofonista Ricardo Tejero con su Ensemble
Progresivo interpretando 2 piezas igualmente numeradas, “Progresiones” núm. 28
y 29, respectivamente.
La
sesión 31 de “Músicas raras” tuvo la particularidad de celebrarse en el barrio
de Tetuán, cuna de rojos y raros, donde se han librado batallas memorables que
nadie recuerda. En mi libro sobre el jazz en España, se habla de lo sucedido
una noche en Tablada 25, no muy lejos de donde estamos, cuando una pareja de
incautos la emprendió con “La chica de Ipanema” y fueron desalojados por la
fuerza por la intendencia del local.
…
“el flautista bajó la cabeza, se sonrojó y sacó un saxo soprano”, escribe José
Manuel Gómez en el susodicho. “De su instrumento comenzó a salir un sonido febril, potente y
desgarrado. Es probablemente la primera vez que el free jazz cobró sentido en
este Madrid; fue un discurso que decía: “CABREO-CABREO-CABREO-CABREO”.
Crónica de
la sesión 31
Un
frío del copón. Ni la menor indicación de ningún “Espacio Naranjo”. Una puerta
de contrachapado, alguien ha dibujado algo encima. Va a ser aquí.
Dentro,
la oscuridad y un Ford Fiesta obstruyendo el paso. Por suerte, uno domina el estilo
Fosbury-Flop. ¡Alehop!. Esto promete.
“¿Es
aquí el asunto?”. Nadie conoce a nadie, nadie sabe exactamente qué están
haciendo esos tipos allá, al fondo.
Un
pasillo y, a su final, una mesa, y unos objetos sonoros (sic) sobre el tablero, y Gregorio
Kazaroff, y una alacena, y una litrona a medio llenar, y un velamen sobre nuestras cabezas, y unas sillas de tijera,
y un butacón apolillado, y Javier Entonado, y una trompeta con sordina, sólo
que no es esa sordina; y un fluorescente envuelto en celofán azul, y un flexo, y
dos parejas con aspecto de enterados, y un niño de teta, y su madre, y un pie
que no debería estar ahí, “perdona, tío, no te había visto”. Y un silencio espeso. La cal sobre el
cemento de lo que parece ser un antiguo garaje cayéndose a pedazos. Que rulen
las litronas, pero como si nada. Escuchar música rara exige sus sacrificios.
Estamos de estreno. Ricardo
Tejero se ha
traído de Londres su Ensemble Progresivo, proyecto en el que ha venido
trabajando los últimos siete años en el que aborda la improvisación desde
una perspectiva compositiva (sic). En su versión madrileña, el Ensemble
Progresivo está integrado por: Guillermo Bazzola:
guitarra eléctrica; Peter Memmer: chelo; Ebba Rohweder: flautas; Pedro Rato: theremin (o ætérfono) y electrónica; Ricardo Tejero: saxo, clarinete
y composiciones.
Escuchar
músicas raras entre tinieblas mientras se tiembla de frío tiene su cosa mística
e iniciática, como volver a las catacumbas o conspirar contra algún orden
establecido. Lo que estamos escuchando, nos cuenta Tejero, nunca volverá a
escucharse. Esta progresión se autodestruirá en 4, 3, 2, 1 segundos…
Hay
aquí una belleza, no por rara, menos atractiva, y un saxofonista que no toca lo
que otros, al que merece la pena escucharse. En ausencia de partituras convencionales
y sin apenas ensayos, el ensemble funciona como un reloj. El conjunto resulta
deslumbrante.
A
la hora del debate post-concierto, los allí presentes intentan fijar los
límites entre la música concreta y el free jazz. Parece interesarles
mucho el tema.
Para
coronar la noche, una ronda a costa de los intérpretes en el bar de la esquina.
Vaya lo recaudado por lo servido.
Chema
García Martínez
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