jueves, 10 de septiembre de 2009

25 años de jazz y rosas en el Johnny


1981: el año de “Nucleares no, gracias” y el de “OTAN, de entrada, tampoco”; el de la Ley del Divorcio, el “23 F” y el secuestro de Enrique Castro, “Quini”; el año en que nos compramos el primer “walkman” y Miles Davis salió de su letargo; el del inicio de la movida madrileña. El mismo año en que arrancó el Festival de Jazz del San Juan Evangelista, un 26 de noviembre, con Art Blakey y sus “Jazz Messengers” y la “crítica joven” –José Manuel Gómez y servidor- presente en la sala con la misión de entrevistar a los integrantes de la banda por encargo del director de la revista “Quartica Jazz”. Wynton Marsalis –entonces, un mocoso- fue el último en pasar ante nosotros y al que más rápidamente despachamos. Nuestro diagnóstico: un sujeto engreído (en eso teníamos razón) y sin ningún futuro. No tuvimos que esperar demasiado para ver como este mismo llevaba al jazz a una nueva era de rancia “posmodernidad”; pura casualidad que ese año saliera elegido Ronald Reagan presidente de los Estados Unidos.

Echa uno la vista a la historia de estos últimos 25 años de jazz y festival y se topa con quienes ya no están y siempre recordaremos, el caso de los cuatro colosos -George Adams, Don Pullen, Cameron Brown & Dannie Richmond- reunidos en un grupo, “Mingus Dinasty”, para muchos, el mejor conjunto de jazz de su época; tampoco olvidaremos -¡como podríamos hacerlo!- al saxofonista Joe Farrell y al trompetista Woody Shaw, ambos fallecidos a poco de tocar en el San Juan; ni al exuberante Eddie Harris o al “bluesman” Memphis Slim, todo un “don Juan” a sus 71 años.
La lista de mitos del jazz que dejaron su huella en la historia del festival es virtualmente interminable: Tony Williams y Elvin Jones; Dizzy Gillespie (¡con Sam Rivers al saxo tenor!) y Lester Bowie; Jackie Mclean, Michel Petrucciani, Philly Joe Jones, Milt Jackson…. con Chet Baker fue el acabóse, más por el morbo que su figura despertaba que por su música; lo de Stephane Grappelli fue otra cosa: Enrique Tierno Galván, aunque no en persona, le condecoró y por una vez, pudimos sentir que la Autoridad estaba verdaderamente “al loro”.

Hubo otras sesiones que marcaron época y, acaso, llamen menos la atención a quienes no las vivieron; aquel octeto que reunió el gigantón George Coleman el primer año de festival (su versión de “On Green Dolphyn Street” no ha sido superada) o la exhibición de serena majestad con que nos obsequió el demasiado olvidado Hannibal Marvin Peterson; o la “jam session” comandada por el saxofonista Dave Schnitter y el trompetista Claudio Roditti el segundo año de festival, que fue estupenda desde la primera nota y lo fue todavía más cuando, finalizando la misma, salió Juan José González –un “must” en el San Juan- para cantarse una de aquellas cosas que se cantaba cada vez que salía a un escenario sin avisar y nadie ha sabido definir porque no hay quien las defina. “Jazz-flamenco-atonal” con la marca de la casa. Juanjo, o sea.

Más conciertos memorables: el protagonizado por el baterista Beaver Harris, que nos permitió compartir momentos de oro junto a algunas leyendas del nuevo jazz, como el pianista Dave Burrell. Otro héroe sin corona del jazz, el también pianista Paul Bley, actuó en dos ocasiones memorables: la primera, en solitario, en el año 1988, y la segunda, nueve años después, en trío, recordando a su amigo, y el de todos, Ebbe Traberg, entrañable pionero de la escritura de jazz, poeta y experto vividor, fallecido en el año 1996.

Porque teníamos el San Juan, pudimos escuchar a Ornette Coleman y “Prime Time” y a Henry Threadgill con “Very, Very Circus”: el tipo de jazz fuera de la norma que no se escucha en ningún otro lugar. Aplíquese lo dicho a quienes, aún siendo jóvenes y suficientemente preparados, encontraron acomodo en una programación que siempre ha huido de lo consabido. Músicos como James Carter, Dave Douglas, David S. Ware, Kurt Elling, Steve Coleman o Uri Caine...

Y los de aquí, “sanjuanistas” de pro como lo es Vlady Bas y lo fue Tete Montoliu (inolvidable su concierto junto al “afilado” Pepper Adams) y hasta Chano Domínguez; o el blues, presencia constante y gozosa a lo largo de todos estos años…

Y todo esto ocurrió en el San Juan… ¿y donde si no?.

José María García Martínez
Socio de Honor

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