Lisboa, plaza del Rossio
Lucía Martínez nos tiene robados a muchos el corazón. Es su música y es su personalidad arrolladora/irresistible. La viguesa ha querido compartir con los lectores de "Jazz y Otras Hierbas" sus recuerdos de un día como cualquier otro en la capital lisboeta entre un concierto y el siguiente. La viguesa se revela en esta pequeña crónica personal como una escritora seductora y sensible. Igual que su música.
Resulta que una no se puede negar a la evidencia de que Lisboa, sea cual sea el humor con el que te levantes, estés o no acompañada, o tengas o no ganas de salir del hotel, es la Ciudad a la que hay que salir a la calle a respirar su luz y colores. Turistas a montones, claro, y yo entre ellos, sola, pero no mal acompañada, bien tampoco...buscando un café “años 50“, en la Plaza del Rossio, no lo encontré, pero aparecieron otros muchos, cada cual más bonito, y más peculiar. El paseo me asombró; mujeres indias color canlela ataviadas de túnicas amarillas adornadas con lentejuelas, vendiendo souvenirs portugueses; hombres blancos como sábanas recién echadas al sol con acentos indeterminados y exageradamente educados, ofreciendo manjares exquisitos de la gastronomía portuguesa. No me resistí a la tentación, y me dejé conquistar por el aroma del pescado “grellado“, como el resto de turistas.
Resulta que una no se puede negar a la evidencia de que Lisboa, sea cual sea el humor con el que te levantes, estés o no acompañada, o tengas o no ganas de salir del hotel, es la Ciudad a la que hay que salir a la calle a respirar su luz y colores. Turistas a montones, claro, y yo entre ellos, sola, pero no mal acompañada, bien tampoco...buscando un café “años 50“, en la Plaza del Rossio, no lo encontré, pero aparecieron otros muchos, cada cual más bonito, y más peculiar. El paseo me asombró; mujeres indias color canlela ataviadas de túnicas amarillas adornadas con lentejuelas, vendiendo souvenirs portugueses; hombres blancos como sábanas recién echadas al sol con acentos indeterminados y exageradamente educados, ofreciendo manjares exquisitos de la gastronomía portuguesa. No me resistí a la tentación, y me dejé conquistar por el aroma del pescado “grellado“, como el resto de turistas.
El café lo tomé en la calle, había una feria de artesanía de la península, y me decidí a tomar el sol por allí. En el momento en el que estaba pagando el café, dispuesta a tomarlo en la fuente del Rossio, empezaron a sonar unas concertinas y unas gaitas, y bien, como no podía ser menos, salí corriendo hacia el sonido, y allí estaban, abuelo y nietos tocando música tradicional. Me senté en medio de la calle con mi café a escucharlos. En el momento que pararon, empezaron a sonar unos bombos y un flautín, y sí, eran ellos, un grupo de A Serra da Estrela, uno de esos sitios mágicos que se puede encontrar en Portugal. Sólo su nombre es ya mágico, cuanto más la fuerza de sus tambores y de su gente. Venían caminando y llegaron a la plaza, me puse cerca de ellos para sentir la vibración de los tambores, de esos bombos enormes, esas pieles curtidas golpeadas con la fuerza del campo, de la tierra. Y sonaron las 16, tiempo ya para salir al aeropuerto camino del Norte.
Ahora estoy en el avión, y contenta de haber salido del hotel en búsqueda de algo que no esperaba.
Precioso día solitario en Lisboa.
Lucía Martínez
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