miércoles, 25 de mayo de 2016


EL VIERNES, HOMENAJE A ESTHER CIDONCHA EN MADRID

AC

domingo, 15 de mayo de 2016


HOY EN EL PAÍS

Esther Cidoncha, todo el jazz en un clic

Pinchar aquí:

sábado, 7 de mayo de 2016


Los 50 años de profesión de un genio del jazz


Los artistas, tras el ensayo
De izqda. a dcha,: Javier Colina, Jerry González, Kirk Lightsey
Foto: JMGM


Sobrevivir a Jerry González


Jerry González está contento. Las cosas, confiesa, le van bien, “todo lo bien que pueden ir en éste perro mundo”, apunta. La noche en que conocimos la muerte de Gato Barbieri –“el Gato ha muerto, tío, puedes imaginártelo”-, Jerry celebra sus 50 años sobre los escenarios rodeado del cariño de los suyos, más quienes se acercaron al madrileño Café Berlín a ver de qué iba la cosa.  Con esto que el camerino del lugar se convirtió en la versión multiétnica del camarote de los Marx, selfie va, coctel “Jerry González” (marca registrada) viene.
 
El estreno del trompetista en el Berlín constituyó un pandemonio musical y pictórico (Marcos Míguez Puhinger trazando el retrato de los artistas sobre un lienzo en vivo y en directo) sin mucho orden y con esos pequeños desajustes que son la sal y la pimienta del verdadero jazz; una celebración de la vida y la música, lo que viene a ser lo mismo. Lo importante, que la cosa va a repetirse a partir a lo largo del año, con diversas actuaciones en diferentes locales de la ciudad y un suculento plantel de invitados al gusto del homenajeado. “En realidad, los homenajeados somos nosotros”, viene a decirme un adicto al jazz de los de alto standing, “que tenemos a un genio de la música viviendo en España”.

Volviendo a la noche de autos, estaba Jerry, su sombrero pork pie color marrón, casi negro, sus gafas innecesariamente negras;  y estaban quienes le acompañaron en su viaje gozoso por un repertorio nada convencional: Javier Colina, Daniel García, Santi Cañada y Kirk Lightsey, primero en la lista de aristas invitados, al piano; “¿recuerdas, Jerry, la última vez que nos vimos?”. Jerry tira de memoria, “en París, hace un par de veranos, creo…” chupito de ron importado para Kirk, botellín marca nacional para Jerry.  “¿te das cuenta de que cuanto más viejos somos, más rápido pasa el tiempo?”. Jerry se lo piensa, “!que nos quiten lo bailao!”, y suelta una de sus risotadas de pirata de película de reestreno en technicolor. Hay un fundirse los 2 en un abrazo; 2 miradas que se pierden en la noche de los tiempos… los viejos amigos no ocultan su felicidad.

“¿Te acuerdas cuando nos conocimos?”, los ojos de Lightsey como 2 platos, “Bradley´s era nuestra casa y la de todos los músicos de Nueva York. Se abría la puerta, “!eh, tíos, aquí estoy de vuelta!”, podía ser Hank Jones o Jaco Pastorius buscando banda para un concierto. Y ahí que nos fuimos tú y yo”. Jerry escucha divertido a su vecino de poltrona: “ese fue el comienzo de nuestro amor, querido Kirk”. Y nueva risotada. Y más arrumacos.

Kirk Lightsey –ilustre tapado del último medio siglo de jazz- ha ido de fino, Chet Baker, Woody Shaw y Dexter Gordon, esa onda; Jerry, neoyorquino de ascendencia española (“el bisabuelo de mi madre vino de Ribadesella para terminar siendo la mano derecha de Maceo en Cuba”) fue por el lado de la guapería, un quítate tú que me pongo yo. La ciudad, entonces, era una selva, literalmente hablando: “me crié en un área de bosque al norte del Bronx. Los críos nos subíamos a los árboles y nos fabricábamos lianas para tirarnos por los desniveles, como Tarzán”. La música fue, para Jerry, un imperativo categórico, y su tabla de salvación: “en donde yo nací, la honra se ganaba con los puños. Lo importante era que supieran que no ibas a aguantar mierda de nadie. A mí, la música me sacó de la calle.”

Trompetista o conguero, jazzista o salsero, y todo a un tiempo: “éste tipo tiene un sentido del ritmo como nadie que yo conozca”, sentencia Lightsey. “Lo que tú no sabes”, le contesta Jerry, “es que yo tocaba free jazz”. Y le cuenta de sus atardeceres conspirativos junto a los especímenes más delirantes de la new thing neoyorquina -Rashied Ali, Clifford Thornton- recién muerto Coltrane. De allí, a la pista de baile con Tito Puente. “Así era mi vida”, sentencia el interesado, “una puñetera locura”.

Corría el cambio de siglo cuando escuchó por vez primera a Camarón: “alguien me puso “Potro de rabia y miel” y me quedé de piedra”. Al poco estaba Jerry buscando su lugar bajo el sol de la noche madrileña, valga el contrasentido: “empecé recorriendo los garitos de flamenco, con mi trompeta y a lo que saliera. Claro que entonces no había otro trompetista que tocara flamenco”.

Y llego el Niño Josele:

-          - Oye, Jerry, que yo quiero tocar jazz”

-         -  “Pero si tú ya tocas jazz, sólo que no lo sabes”.
-           
Hay quien opina que lo mejor de éste Rimbaud del jazz latino” (Fernando Trueba dixit) es lo que no puede contarse. Jerry no está de acuerdo. Sus días de “vampiro internacional”, asegura, han pasado. El hábito, en su caso, no hace al chupasangre, por mucho que haya quién se empeñe en lo contrario.

Jerry González, y ésta es la noticia, ha sobrevivido a sí mismo.  El mundo del jazz tiene suficientes mártires en su santoral para tener que añadir uno nuevo: “por favor, bórrenme de la lista”, le dice al periodista mirándole directamente a los ojos. Ahora tiene cosas mejores en qué ocuparse. Su hija, Julia Amelia, de 2 años. Y Andrea, su compañera, que le ha devuelto la ilusión por la música, la vida.

Sea lo que sea, Jerry lo tiene.

-        -   “¿Y cómo te sientes, Jerry, con todo éste lío del homenaje?”

-       -    “Siento que voy a tener que comprarme ropa nueva”.

CGM

Y también...