domingo, 31 de mayo de 2020


Sobre el Festival de Jazz de San Sebastián 2020
en respuesta a José Miguel López




Ni tanto ni tan calvo. El festival de este año es una solución puntual a una situación puntual, hasta la llegada de la “nueva normalidad”. No nos olvidemos que el festival de Donostia-San Sebastián está organizado por un organismo dependiente de la administración autonómica dedicado al fomento del turismo en la ciudad, subrayo lo último. Lo digo yo que, en mis últimas visitas al festival como corresponsal del periódico en el que colaboro, denuncié no una, sino varias veces, el monstruo incómodo y antipático en que se ha convertido el susodicho, dicho sea sin ánimo de faltar. Aun así, es de notar, el jazz nacional siempre ha tenido cabida en su programación (sugiero consultar programaciones). Otra cosa es que, casi siempre, las estrellas venidas de fuera se hayan llevado las primeras planas. Hay excepciones: Andrea Motis, por ejemplo.

Ahora vamos a tener una edición doméstica para un público, sospecho, mayoritariamente doméstico y menos numeroso por imperativo de la distancia social pero también porque, reconozcámoslo, no es lo mismo programar a Keith Jarrett que a Jorge Pardo. Quede claro que hablo de la capacidad de convocatoria, no de otra cosa.

Entonces, que San Sebastián dedique su programación a lo de aquí significa que no quedaba otra a no ser cancelar la edición de este año, veremos lo que sucede en 2021. Y tampoco me parece que esta sea la alternativa más deseable, y no porque el músico de aquí no lo merezca –queda claro que el jazz en este país pasa por un momento dulce-, como por las consecuencias que se derivan o pueden derivarse de ello.

Así las cosas, hablar que San Sebastián se convierte en el Eivissa Jazz Festival me parece, querido José Miguel, un punto exagerado. Empezando porque, así como San Sebastián, Eivissa también dio un brusco giro a la línea de programación que venía manteniendo porque tampoco les cupo otra después de los consabidos reajustes presupuestarios. No fue, pues, una cuestión “ideológica”, sino monetaria: me consta que es así. Habría que remitirse a los años de gloria del festival, cuando Alejandro Reyes y su muchachada estaba al cargo de la programación artística del mismo, para encontrarse con un saludable equilibro entre los artistas venidos de fuera y los de aquí, y con unos y otros alimentándose mutuamente en los encuentros antes-durante-después del concierto. Como debe ser. En aquel tiempo, sí, Eivissa pudo ser un modelo de referencia para otros festivales de mayor magnitud. Pero es que San Sebastián también fue durante muchos años un festival de dimensiones, digamos, humanas, solo que, con el tiempo, fue cambiando de piel, y hasta hoy. Y aun reconociendo el peso excesivo de otros géneros musicales en la programación (lo que también denuncié, no una, sino varias veces), sin embargo, insisto en ello, nunca ha faltado en ella el jazz de altura –el comercial y el que no lo es-, así como siempre ha habido un espacio para los músicos peninsulares (¿verdad, Iñaki Salvador?), por más que es posible que no siempre fuera el adecuado, o el que proporciona una mayor visibilidad. De ahí, la secular queja del jazzista ibérico al respecto de los festivales masivos, que uno entiende y hasta comparte, hasta cierto punto. Ahí volvemos al asunto del poder de convocatoria, y porqué Cristiano Ronaldo o Lionel Messi ganan siete veces más que ninguno de sus compañeros de equipo en igualdad de condiciones, pero esta es la esencia del sistema, honey. Así, pues, pongamos los pies en la tierra.

Yo creo que en la coexistencia pacífica entre los festivales, digamos, “menores”, o “temáticos”, dedicados al producto nacional, y los macro festivales, sujetos a su propia condición de espectáculos masivos, así como creo que el músico es el mismo por encima de su color, credo o número de pasaporte. Y si esta edición de tránsito del festival de San Sebastián ayuda a sus responsables a repensarse las cosas en el marco de la nueva normalidad, bienvenida sea. No son ellos quienes deben dar respuesta a las demandas del colectivo de músicos, sino otros (administraciones centrales y autonómicas, etc.), así como nuestro deber como periodistas especializados consiste en difundir y dar a conocer su música, y en esto, hay que reconocerlo, tú estás a la cabeza.

Un abrazo.