Sobre el Festival de Jazz de San Sebastián 2020
en respuesta a José Miguel López
Ahora vamos a tener una edición doméstica para un
público, sospecho, mayoritariamente doméstico y menos numeroso por imperativo
de la distancia social pero también porque, reconozcámoslo, no es lo mismo
programar a Keith Jarrett que a Jorge Pardo. Quede claro que hablo de la
capacidad de convocatoria, no de otra cosa.
Entonces, que San Sebastián dedique su programación
a lo de aquí significa que no quedaba otra a no ser cancelar la edición de este
año, veremos lo que sucede en 2021. Y tampoco me parece que esta sea la
alternativa más deseable, y no porque el músico de aquí no lo merezca –queda claro
que el jazz en este país pasa por un momento dulce-, como por las consecuencias
que se derivan o pueden derivarse de ello.
Así las cosas, hablar que San Sebastián se convierte
en el Eivissa Jazz Festival me parece, querido José Miguel, un punto exagerado.
Empezando porque, así como San Sebastián, Eivissa también dio un brusco giro a
la línea de programación que venía manteniendo porque tampoco les cupo otra después
de los consabidos reajustes presupuestarios. No fue, pues, una cuestión “ideológica”,
sino monetaria: me consta que es así. Habría que remitirse a los años de gloria
del festival, cuando Alejandro Reyes y su muchachada estaba al cargo de la
programación artística del mismo, para encontrarse con un saludable equilibro entre
los artistas venidos de fuera y los de aquí, y con unos y otros alimentándose mutuamente
en los encuentros antes-durante-después del concierto. Como debe ser. En aquel
tiempo, sí, Eivissa pudo ser un modelo de referencia para otros festivales de
mayor magnitud. Pero es que San Sebastián también fue durante muchos años un
festival de dimensiones, digamos, humanas, solo que, con el tiempo, fue
cambiando de piel, y hasta hoy. Y aun reconociendo el peso excesivo de otros
géneros musicales en la programación (lo que también denuncié, no una, sino
varias veces), sin embargo, insisto en ello, nunca ha faltado en ella el jazz de
altura –el comercial y el que no lo es-, así como siempre ha habido un espacio
para los músicos peninsulares (¿verdad, Iñaki Salvador?), por más que es
posible que no siempre fuera el adecuado, o el que proporciona una mayor
visibilidad. De ahí, la secular queja del jazzista ibérico al respecto de los
festivales masivos, que uno entiende y hasta comparte, hasta cierto punto. Ahí
volvemos al asunto del poder de convocatoria, y porqué Cristiano Ronaldo o Lionel
Messi ganan siete veces más que ninguno de sus compañeros de equipo en igualdad
de condiciones, pero esta es la esencia del sistema, honey. Así, pues, pongamos los pies en la tierra.
Yo creo que
en la coexistencia pacífica entre los festivales, digamos, “menores”, o “temáticos”,
dedicados al producto nacional, y los macro festivales, sujetos a su propia
condición de espectáculos masivos, así como creo que el músico es el mismo por
encima de su color, credo o número de pasaporte. Y si esta edición de tránsito del
festival de San Sebastián ayuda a sus responsables a repensarse las cosas en el
marco de la nueva normalidad, bienvenida sea. No son ellos quienes deben dar
respuesta a las demandas del colectivo de músicos, sino otros (administraciones
centrales y autonómicas, etc.), así como nuestro deber como periodistas
especializados consiste en difundir y dar a conocer su música, y en esto, hay
que reconocerlo, tú estás a la cabeza.
Un abrazo.
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