martes, 13 de octubre de 2009

Sonny Rollins, porque sí


foto: Coral Hernández


Como si nada de lo ocurrido entre medias hubiera tenido lugar. Vuelve “el hombre”. Sonny Rollins, macho-man, “Saxophone Colossus” para los restos. El hiper-mega-saxofonista regresa a Gasteiz dos años después. Quienes vivimos la noche de aquel día (15-VII-2006) no necesitamos justificación para volver a Mendizorrotza a sudar la camiseta, puesto que de eso se trata. Escuchar a Sonny Rollins es un deber patriótico para todo aficionado al jazz, y un tributo necesario a quien ha contribuido como pocos a engrandecer la leyenda del género.


Theodore Walter Rollins (Harlem, 1930) puede presumir de haber vivido en el filo de la navaja como "el hombre que no le teme a nada", en palabras del también saxofonista Barney Wilen. Un lobo solitario con la capacidad de transformarse en un ser distinto a cada nuevo paso; asomarse a su vasta obra discográfica tan poco convencional produce vértigo.


Autor de una docena de obras maestras imprescindibles, Rollins -un improvisador exuberante donde los haya- ha escrito su propia historia del jazz en torno a la duda metódica, a menudo atormentada. Cada disco, una sorpresa; cada movimiento, una inspiración: “Sonny Rollins era nuestro colega pero era algo más que eso: nuestro guía. Miles dijo que era el dios de las nuevas generaciones y era cierto” (Jackie Mclean).


Durante un tiempo estuvo retirado de la vida pública, poniéndose a prueba, tocando el saxofón al aire libre, frente al mar, o en los bajos del puente de Williamsburg, en Nueva York; probando a escucharse por encima del ruido generado por los automóviles circulando por encima de su cabeza. Visto desde la perspectiva precisa, su trayectoria artística constituye una incesante huída de sí mismo o, si se quiere, un “proceso de liberación” que le ha llevado a despojarse de lo accesorio para centrarse en lo primordial. Como Johnny Carter en “El Perseguidor” (Julio Cortázar, 1959), Rollins toca la música de mañana, hoy. Como Miles Davis, este afable hombretón se ríe a mandíbula batiente de quienes van tras él pretendiendo que toque lo ya tocado. Porque para eso están los discos: para apartar a los pelmazos.


Semejante proceso de depuración no solo musical ha convertido al esteta en un “contador de historias” mezcla de charlatán y seductor, un “hlaïqui”, como los que pueblan la plaza de Jemaa el Fna, en Marrakech. Su mayor afán hoy es el de transmitir a sus semejantes un mensaje conciso, meridiano y bailable, para decepción de algunos, y regocijo de una mayoría. Su música actual es el resultado perfectamente coherente de una vida intensa de búsqueda. Lo que ha perdido en elucubración lo ha ganado en concisión, en inmediatez. Sonny Rollins sigue siendo apabullante, de un modo distinto. Lo vivimos en Gasteiz, con el personal moviendo el esqueleto y la crítica, o un sector de a misma, echando pestes. A estos, ni caso.


Hoy, Rollins es un navegante solitario que ha quedado varado en una pequeña comunidad rural del estado de Nueva York, de donde le sacan de cuando en cuando para tocar ante su público, no importa dónde. Lo último que sabemos de él es que ha negado la autorización para la edición en disco del concierto de celebración del 50 Aniversario de su primera aparición en el Carnegie Hall: “me gustaba todo, menos mi interpretación”. Genio y figura.


Polideportivo de Mendizorrotza
18 de Julio (Viernes) 2008 · 21.00 horas, 40 €

SONYY ROLLINS
Sonny Rollins, saxo tenor
Clifton Anderson, trombón
Bobby Broom, guitarra
Bob Cranshaw, bajo
Kobie Watkins, batería
Kimati Dinizulu, percussion
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3 comentarios:

  1. Publicado en Festival de Vitoria 2008...
    http://www.jazzvitoria.com/2008/es/edicion08_08.html

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  2. pues es cierto, se me olvidó incluir la referencia, !y soy yo el autor del texto!. Verdaderamente, no tengo remedio...

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