Un tipo raro
Chema García Martínez
Uno piensa que existe el jazz porque existe la fotografía de jazz; y existe la fotografía de jazz porque existen los fotógrafos de jazz. Javier Nombela, o sea.
Javier, aclaro, es un tipo raro, como los son todos los que se dedican al extraño oficio de robar el alma a los que, algunos, consideramos nuestros héroes (algo que, según y donde, está considerado como una violación a los principios fundamentales del individuo). Uno se ha acostumbrado a verle instalado allá donde el jazz cobra vida, bajo los escenarios, como si su presencia formara parte de la oferta, con lo que no me imagino ir a un concierto de jazz, ni aquí ni en ningún lugar, y no encontrarle. Y es que Javier vive “en” jazz, que de otro modo no le sería posible hacer lo que hace, puesto que la fotografía de jazz exige conocer de una cosa –fotografía- y de la otra –jazz- y hay quien sabe de una y no de la otra, y así les va. No es el caso del protagonista de estas líneas, a quien tengo por un experto en jazz, tanto como lo es en el arte fotográfico. Por eso, sus retratos no son ajenos a la realidad de la que se nutren, sino jazz en sí mismos.
Una fotografía de Javier nos ayuda a entender, a veces, nos proporciona tanta o más información que la propia música. El perfil hierático (nada jazzístico, por ende) de Herb Robertson, su forma de mantener la trompeta a distancia, que nos lo dice todo del retratado y de su obra. Contémplese a continuación a Santiago de la Muela sumergido en su herramienta de trabajo, imposible precisar dónde empieza Santiago y termina la guitarra. Y la pregunta: ¿qué es más “jazz”, Santiago o Robertson?.
Digámoslo claramente: jazz es todo aquello que hace un músico de jazz. Una música digna de ser amada sobre todas las cosas pero también una forma de entender la existencia y vivirla en consecuencia. Jazz es David Murray observándose a sí mismo desde alguna atalaya situada de su interior más remoto y es Enrico Rava en ese abrazo cósmico al espacio por donde viajan los sonidos. El jazz es una mirada, la de Eddie Henderson, un destello opaco y tan expresivo asomando por entre los hierros retorcidos; o Laïka Fatien, radiante en un universo hollywoodiense de formas y colores puro Minelli, que esto también es el jazz.
Me pregunto –un decir, en realidad sé la respuesta- por qué Javier prefiere los “antes” y los “después” a los “aquí y ahora”. Por qué su gusto en escudriñar al guerrero en el reposo –Louis Sclavis- o cargando pilas –Perico Sambeat- o en posición de alerta, el rostro de Joe Lovano elevado hacia las alturas y las manos en posición. Lo que sigue nos lo podemos imaginar y es posible que, a ojos del artista, resulte demasiado obvio. Aún así, Nombela nos muestra también al artista en pleno vuelo, y es ese jazz escrito a sangre y fuego en un acceso apasionado, los “bright moments” de Rahsaan Roland Kirk; la vehemencia del vehemente -Joachim Kühn-; la inminencia del “big bang” comprimido en un 1/125 de segundo -Lee Pearson-…
A veces, muy raramente, el fotógrafo vuelve su mirada hacia su propia cámara, y surgen las hermosas “jazz-abstracciones” y esas a modo de metáforas visuales donde una sordina abollada es una sinfonía concertante y Reggie Jonson aparece convertido en un Jesucristo doliente de Caravaggio. De nuevo, Javier lo ha conseguido: ha detenido el tiempo para adaptarlo al tiempo del jazz, que es otro. Por eso, y por otras muchas cosas, sus fotografías no se explican, como tampoco nadie, todavía, ha sido capaz de explicar el jazz.
¿Quieren saber de jazz?: “escuchen” las fotografías de Javier Nombela.
Texto para la exposición de JAVIER NOMBELA “La Oscuridad” (Báculo Galería de Arte, 19 de junio a 25 de julio 2008)