Cantando con Tom Zé en
Nueva York
Tom Zé en Nueva York
foto: JMGM
Canciones sobre sexo
adolescente y arengas contra Temer
A
las puertas del Howard Gilman Opera House, en Brooklyn, 2 voluntarias
debidamente acreditadas como integrantes del comité “Defend Democracy in Brazil”,
asaltan al viandante: “¿viene Vd. al concierto de Tom Zé?”, le preguntan, antes
de hacerle entrega de una “Carta abierta al presidente ilegítimo Michel Temer”,
a la que acompaña la letra de la “Marchinha fora Temer”, original del arriba
mencionado: “Cante com Tom Zé!”.
La
cosa, que el más desaliñado/iconoclasta/inestable (literalmente) de los
cantautores octogenarios bsarileños, está aquí para contar sus cosas anti Temer
y demás al numeroso público que ha acudido al suntuoso coliseo de estilo neo-alguna cosa, la mitad, o más, de presunto origen
brasileño, todos con su flyer correspondiente.
El concierto, mitin, o lo que sea, está organizado por una asociación non profit dedicada a la promoción de
las “músicas del mundo”, que son todas las que no son Beyoncé y Justin Bieber,
o sea, todas, o casi. Y el personal, el local, que no se cosca de nada.
Resulta
que Tom Zé ha venido a su presentación en la ciudad de los rascacielos y los starbuscks concienciado de su deber como
embajador de la música brasileña. Alguien de su séquito le ha convencido de
hacer las presentaciones en inglés, sólo que Tom Zé no habla inglés (pequeño
detalle sin importancia). Y es entonces que baja del escenario de un salto, ¡ale
hop!, para consultar con la espectadora bilingüe de la primera fila, “por
favor, sabe Vd. cómo se dice “criança” en
inglés?”. Y es entonces que el patio de butacas le contesta a coro: “!child, Tom, se dice child!”. Y así.
El
portunglés de Zé es lo que tiene: que
no hay quien lo entienda, da igual si uno es angloparlante, luso parlante, o
ambidiestro. Pero así es Tom Zé: se le quiere como es, naïf y delirante; un niño jugando a ser artista, y empleado de
gasolinera y, de nuevo, artista. Y está el mono de trabajo con el que sale a
escena, que es un recuerdo del Zé-currante anterior a David Byrne y a su “descubrimiento”
por parte de la crítica anglo. Sin Byrne, sin todo lo demás, ahí seguiría, con
su mono y sin su guitarra. Brasil castiga la heterodoxia y a los heterodoxos
como Tom Zé o Hermeto Pascoal. Hay que haber cumplido los 80 para que el
heterodoxo deje de serlo y se convierta en “leyenda”, y aparezca en los ecos de
sociedad de O Globo.
Con
esto que un concierto de Tom Zé es una mezcla de canción, performance, y algo
que no se sabe qué es y tiene que ver con lo aleatorio, lo imprevisible, aún
cuando todo en su música esté atado y bien atado. Y si no es él, está Daniel
Maia, guitarra eléctrica y otros menesteres, por lo que pudiera suceder.
La
música de Tom Zé es así: una máquina de precisión donde una pieza lleva a la
otra, y a la siguiente. Lo imprevisible viene de la mano del propio artista. Tom
Zé-dadá, working class hero, anti
tropicalista y anti todo. Un punky, a su modo.
En
su recital del sábado, Tom Zé ofreció una muestra cumplida de su nuevo disco,
especie de tratado erótico sui generis, en el que explora la sexualidad
infantil, o adolescente, a través de sus propios recuerdos: “las letras son
absolutamente platónicas”, avisa, “las representaciones son absolutamente
carnales”. El artista mete mano al maletín de avituallamiento que le acompaña
para extraer del mismo un panty color puta-carmesí y calzárselo por encima del
mono, con lo que da suelta a la mujer que todo hombre lleva dentro, o eso se
supone. La cosa va de símbolos: el fondo de una guitarra previamente
despiezada es convertido en el objeto de
los sueños húmedos del artista niño-adolescente. Cronista apresurado de la
cotidianeidad, Tom Zé canta para hacernos más felices e inteligentes, o eso
dice; y nosotros se lo agradecemos.
De
sus anteriores actuaciones en suelo americano, sus composiciones inspiradas en
las páginas amarillas y los avisos de la megafonía del metro neoyorquino. De su
repertorio añejo, las clásicas “Cademar”, “Fliperama”, “Augusta, Angélica e
Consolação”, “Menina, amanhã de manhã”... muestras de un genio movido por
la curiosidad hacia cuanto le rodea: “a curiosidade inventó a humanidade”,
explica el susodicho al auditorio en su medio inglés, como si fuéramos a
entenderle.
A
la salida, una pareja de voluntarias –éstas son otras- le llegan a uno una cartulina
en la que se le pide su opinión sobre lo visto y oído, acompañado por un
cuestionario personalizado: “¿se considera Vd. “hombre”, “mujer”, “transgénero”
o “género no confirmado”?”. América, o sea.
Chema
García Martínez
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