miércoles, 14 de junio de 2017


Cantando con Tom Zé en Nueva York

Tom Zé en Nueva York
foto: JMGM


Canciones sobre sexo adolescente y arengas contra Temer

A las puertas del Howard Gilman Opera House, en Brooklyn, 2 voluntarias debidamente acreditadas como integrantes del comité “Defend Democracy in Brazil”, asaltan al viandante: “¿viene Vd. al concierto de Tom Zé?”, le preguntan, antes de hacerle entrega de una “Carta abierta al presidente ilegítimo Michel Temer”, a la que acompaña la letra de la “Marchinha fora Temer”, original del arriba mencionado: “Cante com Tom Zé!”.

La cosa, que el más desaliñado/iconoclasta/inestable (literalmente) de los cantautores octogenarios bsarileños, está aquí para contar sus cosas anti Temer y demás al numeroso público que ha acudido al suntuoso coliseo de estilo neo-alguna cosa, la mitad, o más, de presunto origen brasileño, todos con su flyer correspondiente. El concierto, mitin, o lo que sea, está organizado por una asociación non profit dedicada a la promoción de las “músicas del mundo”, que son todas las que no son Beyoncé y Justin Bieber, o sea, todas, o casi. Y el personal, el local, que no se cosca de nada.

Resulta que Tom Zé ha venido a su presentación en la ciudad de los rascacielos y los starbuscks concienciado de su deber como embajador de la música brasileña. Alguien de su séquito le ha convencido de hacer las presentaciones en inglés, sólo que Tom Zé no habla inglés (pequeño detalle sin importancia). Y es entonces que baja del escenario de un salto, ¡ale hop!, para consultar con la espectadora bilingüe de la primera fila, “por favor, sabe Vd. cómo se dice “criançaen inglés?”. Y es entonces que el patio de butacas le contesta a coro: “!child, Tom, se dice child!”. Y así.

El portunglés de Zé es lo que tiene: que no hay quien lo entienda, da igual si uno es angloparlante, luso parlante, o ambidiestro. Pero así es Tom Zé: se le quiere como es, naïf y delirante; un niño jugando a ser artista, y empleado de gasolinera y, de nuevo, artista. Y está el mono de trabajo con el que sale a escena, que es un recuerdo del Zé-currante anterior a David Byrne y a su “descubrimiento” por parte de la crítica anglo. Sin Byrne, sin todo lo demás, ahí seguiría, con su mono y sin su guitarra. Brasil castiga la heterodoxia y a los heterodoxos como Tom Zé o Hermeto Pascoal. Hay que haber cumplido los 80 para que el heterodoxo deje de serlo y se convierta en “leyenda”, y aparezca en los ecos de sociedad de O Globo.

Con esto que un concierto de Tom Zé es una mezcla de canción, performance, y algo que no se sabe qué es y tiene que ver con lo aleatorio, lo imprevisible, aún cuando todo en su música esté atado y bien atado. Y si no es él, está Daniel Maia, guitarra eléctrica y otros menesteres, por lo que pudiera suceder.

La música de Tom Zé es así: una máquina de precisión donde una pieza lleva a la otra, y a la siguiente. Lo imprevisible viene de la mano del propio artista. Tom Zé-dadá, working class hero, anti tropicalista y anti todo. Un punky, a su modo.

En su recital del sábado, Tom Zé ofreció una muestra cumplida de su nuevo disco, especie de tratado erótico sui generis, en el que explora la sexualidad infantil, o adolescente, a través de sus propios recuerdos: “las letras son absolutamente platónicas”, avisa, “las representaciones son absolutamente carnales”. El artista mete mano al maletín de avituallamiento que le acompaña para extraer del mismo un panty color puta-carmesí y calzárselo por encima del mono, con lo que da suelta a la mujer que todo hombre lleva dentro, o eso se supone. La cosa va de símbolos: el fondo de una guitarra previamente despiezada  es convertido en el objeto de los sueños húmedos del artista niño-adolescente. Cronista apresurado de la cotidianeidad, Tom Zé canta para hacernos más felices e inteligentes, o eso dice; y nosotros se lo agradecemos.

De sus anteriores actuaciones en suelo americano, sus composiciones inspiradas en las páginas amarillas y los avisos de la megafonía del metro neoyorquino. De su repertorio añejo, las clásicas “Cademar”, “Fliperama”, “Augusta, Angélica e Consolação”, “Menina, amanhã de manhã”... muestras de un genio movido por la curiosidad hacia cuanto le rodea: “a curiosidade inventó a humanidade”, explica el susodicho al auditorio en su medio inglés, como si fuéramos a entenderle.

A la salida, una pareja de voluntarias –éstas son otras- le llegan a uno una cartulina en la que se le pide su opinión sobre lo visto y oído, acompañado por un cuestionario personalizado: “¿se considera Vd. “hombre”, “mujer”, “transgénero” o “género no confirmado”?”. América, o sea. 

Chema García Martínez



Publicado en El País - Brasil

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