La carretera es un río de vida surcado por una multitud incesante de atribulados navegantes. A los costados, los eucaliptos dan cobijo a un variopinto ejército de mercachifles de toda condición. Los hay para todos los gustos. Llaman la atención los puestos de frutas y verduras, el colmo de la delicadeza y el gusto refinado. Junto a ellos, los talleres automovilísticos ofrecen su mercancía -fundamentalmente, tubos de escape usados- con la que forman caprichosas esculturas. Aquí, todo cuanto pueda venderse, se vende.
Al fondo, la frontera con Suazilandia.
fotos: J. M. García Martínez
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