EL GESTO FURTIVO
Reflexiones taurino-musicales en torno a la cuestión gitana, y así
“Miles… ¿qué?”
Curro Romero
Original de Miles Davis
Hay unos premios a la cultura gitana, o a los que la hacen,
que otorga el Instituto de Cultura Gitana, y una gala en la que se hace entrega
de los mismos a la que uno acude año tras años con la deferencia y el agradecimiento
debidos, pues es cosa muy de ver y de disfrutar, y vengan las bellezas gitanas
a la puerta del teatro luciendo carnes y joyería al por mayor, y cómo lo lucen,
y sigan su paso los que, por viejos, son merecedores de todo respeto, y las
criaturas como pequeños microorganismos vociferantes yendo de un lado a otro,
todos de fiesta. El gitaneo es alegre y sabio en tiempos de crisis. “España es
gitana o no es”, dice Diego Fernández Jiménez, director del susodicho, “pero la
historia la escriben los payos”.
El gitaneo es una forma de ver la vida que uno, pobre payo
sin oficio ni beneficio, envidia hasta donde puede envidiarse lo más sagrado. Del
mismo modo que el año pasado en el Ateneo, los gitanos tomaron al asalto el
Centro Cultural Conde Duque iluminándolo todo a su paso, y el acto protocolario
quedó convertido en otra cosa que uno no sabría definir muy bien, ni falta que
hace. Demasiado ocupado estaba uno disfrutando del espectáculo.
Sobremesa con Los Chunguitos
“Las copias no valen
para ná”, proclaman Juan y José Salazar, los hermanos Chunguitos,
vanagloriándose de que, como ellos, no hay nadie, y qué verdad es esa. “Antes
de escucharnos ya saben que somos nosotros porque como nosotros, no hay”. Les
explico –les trato de explicar- que esa es, o era, la esencia del jazz: “poz
claro”, sentencian a coro con obvio conocimiento de causa.
Resulta que Los Chunguitos, premio compartido “8 de Abril de
Música”, hacen “rumba urbana de raíces gitanas”, como los Chichos, sus rivales
en los tiempos del Sonido Caño Roto (o Cañorroto), y quienes vinieron antes que
ellos, los Chorbos, las Grecas y Manzanita, cada uno en lo suyo. Ellos siguen
viviendo allí, al ladito mismo del campo del Rayo: “tengo un chalet fuera pero
no sé para qué porque no voy nunca”, me suelta Juan Salazar, de chupa verde y
voz perfectamente audible a una
distancia de quinientos metros a un kilómetro. De niños, recorrían la plaza de
Santa Ana cantando a los turistas, y al que no soltaba la mosca, patada en las espinillas
al canto: “pero ese era mi hermano, que es un gamberro”, apunta nuevamente Juan.
Que conste.
En fechas próximas, Chunguitos y Chichos unirán sus voces y
sus camisas con chorreras en un espectáculo conjunto que va a reunirles por vez
primera sobre un escenario. La Internacional Chunguista
ha puesto sobre aviso a sus miembros. Se prevén delegaciones de Japón y los
Estados Unidos. El Caño Roto Sound triunfa en 2012.
Lo que no puede ser
y, además, es imposible
Hay cosas que no se entienden en la vida como, por ejemplo,
Curro Romero. La frase no es mía, o no literalmente. Dicho de otro modo: hay
toreros y hay Curro Romero. Lo dicen quienes saben y ha de ser cierto, cuando
ellos lo dicen.
Confieso no sin pesar mi ignorancia supina en torno al arte
de Cúchares. En mi vida he puesto un pie en una plaza de toros si no ha sido
para escuchar jazz o asistir a un espectáculo cirquense con mis hijas. De Curro
Romero sé lo que se cuenta, que no es poco; lo que, en tiempos, me contó Ebbe
Traberg, si bien él era más proclive a sucumbir a los encantos acaso más
previsibles de un Antoñete que a los del anárquico y genial diestro de Camas.
El toreo de arte y ensayo y el de genio y tronío, o de arte e inspiración, por
decirlo al taurino modo. Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es
imposible, salvo que uno se llame Curro Romero.
A duras penas consigue el homenajeado izarse al escenario
donde va a serle entregada la metopa y el legajo correspondientes. Hoy, el
diestro se mueve a pasitos, ligeramente inclinado hacia delante, como si fuera
a venirse abajo de un momento a otro (cosa que, por suerte, no ocurre). “La
raza gitana es distinta”, suelta en su discurso de agradecimiento en el que
vino a equiparar a toreros y flamencos, representantes de sendas manifestaciones
artísticas “mú serias” y no poco fatigosas. Sabe de lo que se habla. A Curro
Romero le han cantado Caracol y Camarón, y Juan Salazar, en la Plaza Mayor de Chinchón:
“el maestro paró la faena para oírme tocar”, manifiesta con un orgullo que se
entiende. Cuentan que había quien iba a verle al coso de La Maestranza sólo por
verle hacer el paseíllo y ya estaban de vuelta en el catre o donde fuera antes de que hubiera salido el primer
toro. Y es que de Curro Romero se aprovecha hasta los andares, que si luego
salía la faena por Antequera era lo de menos. Hay toreros y hay Curro Romero.
Veo a CR recibiendo su galardón -¿es realmente él?- y estoy
viendo a Miles Davis envuelto en perfume de azahar una tibia noche sevillana de
verano, su imagen de perfil aplastada contra la mole grisácea de los
amplificadores de sonido, su gesto efímero –una suerte de media verónica-
convertido en aire, en sonido, en esencia/quintaesencia; fina estampa, trazo
fugaz que nos cambia la vida y distingue a los que se distinguen: “los genios
no necesitan de nosotros”, escribía Traberg. Miles, Curro: La Maestranza les unió.
Quienes asistimos a aquel concierto/mucho-más-que-un-concierto nunca lo
olvidaremos.
Veintitantos más tarde, me arrimo al maestro de lo inexplicable
con una mezcla de respeto reverencial y temor para el que no encuentro razón
alguna que lo justifique. “Hay un músico de jazz que una noche, hace mucho
tiempo, se transformó en Vd.”, le digo. Creo que no entendió una palabra.
Chema García Martínez
El maestro de Camas con el autor de este blog
Lista completa de los “Premios de Cultura Gitana 8 de Abril”
en http://www.institutoculturagitana.es/inicio.php
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