jueves, 28 de enero de 2010

MILES DAVIS: EL GENIO DEL CUADRILÁTERO


EL GENIO DEL CUADRILÁTERO


Una sombra pelea contra su sombra bajo la blancura del gimnasio. El silencio acompaña las ráfagas de golpes que remueven el aire. Un cuerpo envarado que se aduja y se estira, le da mil vueltas al ring. Es Miles Davis y lleva guantes verdes.

Los héroes de Miles fueron Sugar Ray Robinson, Johnny Bratton y Jack Johnson. Ese trío le sirvió de inspiración cada vez que decidía salirse de los tremedales de la vida. El boxeo fue para él un espacio al cual asomarse y encontrar sosiego. ¿De dónde creen Uds. que sacó fuerzas para liderar tantas bandas exitosas, para ser, literalmente, el jefe de tantos monstruos del jazz? Miles Davis, por si no lo saben, lideró conjuntos en los que no solo tocaron gigantes, sino que esos gigantes descubrieron que podían ser tales sólo cuando tocaron bajo sus órdenes. Que lo digan Bill Evans, John Coltrane, Chick Corea, Wayne Shorter y un largo etcétera de músicos monumentales.

Miles fue una persona compleja que tuvo que forjarse su propio caparazón indestructible para permanecer incólume ante los desafueros de su época. Estamos hablando de un hombre tímido que se escondía detrás de un muro de palabras obscenas para que los pervertidos de su mundo se las vieran negras, si pensaban joderlo. Hablamos de alguien que le daba la espalda al público en sus conciertos; de alguien que no le pasaba una a nadie, ni siquiera a sus mejores amigos.

(Una noche en que la luna le sentó mal a Max Roach, Miles lo sentó de culo con un soberbio derechazo a la barbilla. Así sería el golpe, que a Max se le evaporaron los efectos de su borrasca química y continuó tocando su batería como si nada hubiese pasado).

Quien observe con atención la vida de este visionario nacido en Alton, Illinois, en 1926, se dará cuenta de que la música y el boxeo le dieron estructura a ese impulso de supervivencia al que muchos confundieron con misantropía. Aunque no fuera evidente, Miles Davis siempre se ganó la vida a golpes. Que apareciera de vez en cuando en un gimnasio, pegándole a un saco de arena o a una pera de cuero, no tiene nada de raro, sobre todo si ese hombre tenía que lidiar con sus propias adicciones, con el racismo que gobernaba su entorno y con su propia capacidad para adelantarse a sus contemporáneos.

A lo largo de su vida, Miles vislumbró el futuro de la música varias veces. Si te pones a pensarlo con cabeza fría, te darás cuenta de que no debe ser fácil crear formas nuevas y saber que esas formas preludian el porvenir. Este trompetista-boxeador, este músico y maestro, le abrió las puertas al cool jazz, al jazz modal, a la fusión eléctrica y al mismísimo hip hop. ¿Cómo no habría de buscar refugio en un gimnasio, si la creación del futuro produce desequilibrios en cualquier época?

El secreto de Miles radicaba en enfocar la música desde distintos puntos de vista, en saber dónde debía alargar las frases y dónde debía poner los acentos. Nada de circos de solfeo ni de chorros de notas… De ahí que los silencios de su trompeta se nos asemejen a la actitud del boxeador que observa con paciencia a su contrincante, le haga algunas fintas y logre que su cabeza se mueva hacia donde él ha lanzado a toda velocidad una mano demoledora, lista para el impacto certero. Eso, damas y caballeros, es pura y simple perfección; puro arte en el que se conjugan la música y el boxeo.

Esté donde esté, Miles debe vendarse las manos y subirse a un ring todos los días a lanzar golpes y a pelear con su sombra. Desde ahí nos hace recordar que la buena música siempre viene del futuro.

Y por eso le estaremos agradecidos siempre.

Roberto Echeto

(remitido por su autor a este blog)



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