foto: JMGM
La ciudad de los
muertos
Hace catorce
mil seiscientos días, equivalente a cuarenta años, un avión de Iberia me
depositaba en el aeropuerto de Heathrow. No sólo a mí, naturalmente.
Londres:
destino soñado para quien comenzaba su despertar a la vida, o así… a Londres se
iba a abortar, ver películas guarras o comprar ropa de marca en Harrods;
algunos íbamos a por discos de jazz.
Un rápido
pasar por el control de pasaportes, eran otros tiempos, y volando a Dobell´s,
el vetusto emporio del jazz al que se acaba de dedicar una exposición
retrospectiva, cuyos dependientes no se distinguían por su simpatía,
precisamente, menos aún con quien recién aterrizaba desde el Profundo Sur y
hablaba un inglés de tercera. De mi primera estancia londinense recuerdo los discos
del susodicho establecimiento, muchos y caros, y a Yul Brynner, a quien me
encontré saliendo él de representar “El rey y yo”, y yo, de tomarme unas birras
en un pub del Soho famoso por la exuberancia de sus camareras, mayormente
españolas.
“Buenas
tardes”, le dije.
“Buenas
tardes”, me contestó.
Como material
para una posible entrevista se me quedó algo corto.
Luego de eso
volví a Londres en repetidas ocasiones, a recargar mi arsenal discográfico y
oír algo de ese jazz en vivo que se nos hurtaba aquí, y lo que no era jazz, los
primeros grupos de reggae, el primer punk. Recuerdo a Sonny Terry y Brownie
McGhee actuando en The Venue, un local dedicado al rock, y a Earl Hines no sé
si en Pizza Express, y a John Stevens, Stan Tracey, Fred Frith & Chris
Cuttler, … el Ronnie Scott´s quedaba fuera de mis dominios, una pasta, y
demasiado vigilado. Mis intentos de deslizarme discretamente entre la multitud
terminaron en expulsión y escarnio público. No voy a dar detalles.
Ninguno de
los que vi en mis primeras visitas a Londres está vivo, tampoco Ronnie Scott,
que, a poco, estaría organizando el primer Festival de Ibiza, con Rahsaan
Roland Kirk.
Londres
rinde culto a sus muertos, y los muertos ocupan un lugar de preferencia en sus camposantos
urbanos, las paredes de los edificios y los museos; los londinenses los adoran.
Y es que no
hay nada mejor que morirse en Londres. Uno sólo tiene que haber escrito un best seller o haber alentado una
revolución no importa dónde para serle reconocido su derecho a placa allá donde
vivió, o donde fue preso, o en el pub donde un día ahogó sus penas.
Ya no
escucho jazz en Londres; ni en Londres, ni en (casi) ningún otro lugar. Eso es
lo más fastidioso de ser aficionado al jazz, que se supone que uno debe
escuchar jazz allá donde va. Luego ocurre que cuando venciendo mi natural
resistencia, me propongo hacerlo, excepcionalmente, no hay localidades, o el
lugar se halla a una distancia de “apenas” setenta kilómetros (me ha ocurrido),
o… otra cosa es que a los londinenses les chifla lo suyo, y cuanto mayores,
mejor. El Ronnie, a fecha de hoy, es un desfile de cadáveres, John Mayall o Charlie
Watts, que ahora toca jazz, o eso dice, y Charles Tollivier, norteamericano, algo
más joven que los anteriores, pero en peor estado, según me cuentan. La pereza,
ese mal que me paraliza allá donde voy, y en Madrid también, tiró de mi con
fuerza la noche en que tenía previsto escuchar a Joe McPhee en el actual epicentro
de la movida londinense, el Café Oto. En su lugar, regresé junto con mi
costilla al Pizza, más vale bueno conocido etc., a celebrar la ceremonia de los
muertos en memoria de Ella Fitzgerald y Peggy Lee, que oficiaron Sarah Moule,
en el papel de la segunda, y Shireen Francis, como Ella. Hay que reconocerlo: en
esto de homenajear a los que ya no están, los londinenses no tienen rival.
Fiesta mayor en Dobell´s
Muertos y más
muertos. La más viva entre las ciudades muertas del mundo exhibe orgullosa sus
muertos tras las vitrinas de los museos y sobre los escenarios. La veteranía,
aquí, son dos grados, y un paso necesario para el reconocimiento urbi et orbi,
que es el que llega con la muerte.
Cuarenta
años después de mi aterrizaje en Heathrow, la Ciudad de los Muertos vive en el
recuerdo de unas olimpiadas que han sido la panacea para los londinenses, como
lo fue para los barceloneses la suya. ¿Cómo hacerles entender que, allá donde
uno vive, se brindó con la noticia de la eliminación de la candidatura para las
olimpiadas de 2020?.
Madrid,
sospecho, sigue siendo different.
Chema García
Martínez
Es que el fracaso de la candidatura olímpica, merecía un brindis de "botella", no como tu artículo, que merece un brindis de burbúja gala.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTu amabilidad me abruma.
ResponderEliminarDe la Botella, mejor no hablar.
Para ti, el deseo de un buen y feliz fin de semana lleno de jazz y otras hierbas...