Tiene el día tonto. El que más temen las estrellas. Lizz Wright -lo último en cantautoras casi jazzísticas- recibe a los medios para hablar de su tercer disco: The orchard. La estadounidense afronta un maratón de entrevistas y desplazamientos promocionales. Ayer, Oslo; hoy, Madrid; mañana, Berlín.
Ha aprovechado el poco tiempo libre para pasearse por el madrileño barrio de Las Letras, donde está alojada. “Antes estaba siempre preparada para hablar de lo que fuera, pero ya no tengo esa energía”, confiesa. “Eso de estar en permanente alerta a ver qué me van a preguntar para contestar algo que no haya dicho antes me deja exhausta”. Y es que Liz Wright ha vivido en 28 años lo que otros en toda una vida. Y lo que le queda. “Por eso he hecho este disco, para recordar lo que soy y lo que fui. Algunas veces estoy en un lugar y siento algo muy dentro que me dice: aquí es donde empieza mi música. Y eso fue lo que sentí justamente mientras estaba apoyada en la cerca contemplando los campos de la casa de mi abuela en Hahira (Georgia). Fue como si el tiempo se detuviera, y pude sentir la tristeza de mis antepasados que trabajaron aquella huerta; ésa es la tierra de donde vengo y ahí es donde empieza todo para mí”.
The orchard (La huerta) es la banda sonora de la infancia de Wright en una pequeña comunidad rural del sur de Estados Unidos: "La foto de la portada está tomada a sólo 10 millas de donde nací", explica la cantante. “Ésa soy yo y ése es mi lugar, aunque ahora viva en Nueva York. Me he pasado la vida cantando en aquellas pequeñas iglesitas del sur adonde la gente acude buscando una cura para sus males o algo de calor humano? cantar para ellos es como cocinar, se trata de mezclar los ingredientes y esperar a que el potaje alcance la temperatura adecuada; y a un tiempo, se supone que uno trata también de comunicarse con Dios. Por eso, mis canciones son para mí como un plato de comida y como una oración. La única diferencia es que ahora tengo un micrófono delante, lo que a veces resulta un verdadero incordio”.
Cinco años después de su primera aparición sobre un escenario, cantando a Billie Holiday en un homenaje a la diva del jazz, sigue siendo la misma larguirucha tímida y encantadoramente torpe sobre las tablas. Una dama en apuros con la voz más condenadamente hermosa que pueda imaginarse. “El otro día leí una reseña sobre mí en una revista en la que decía algo así como que mi voz es el no va más, pero como compositora dejo que desear. Estuve pensando un rato y me dije: vengo del lugar donde nació el blues. Lo que hago forma parte de esa tradición en la que lo único que importa es el sentimiento y lo demás sobra. Ésa es su grandeza y su miseria: si tienes demasiadas palabras que decir y sobre las que pensar, o si has de sugerir una idea demasiado compleja, la emoción se pierde. Ésa es la razón por la que me gustan las letras sencillas. Dicho esto, me gustaría encontrarme con el tipo que escribió eso e intercambiar con él unas palabras”.
Si una parte de la crítica ha puesto algún reparo a sus habilidades componiendo, la industria lo tiene claro: Lizz Wright un valor en alza. Incluso en una época como la actual, su sello no ha dudado en tirar la casa por la ventana para vestir su tercer disco. El mejor productor -Craig Street (Cassandra Wilson, K. D. Lang, Me Shell NdegéOcello)- y los mejores músicos de sesión, incluyendo al guitarrista Oren Bloedow -un tótem de la escena de vanguardia neoyorquina- o a Joey Burns y John Convertino, de Calexico. “Antes de empezar a grabar, Craig me preguntó por la música que escucho y le hablé de Calexico. Cuando vi aparecer a Joey y a John no me lo podía creer. Estaba deslumbrada”.
Por el mismo precio, en The orchard pueden encontrarse algunas versiones memorables de Ike & Tina Turner (I idolize you), Patsy Cline (Strange), Sweet Honey in the Rock (Hey mann) y Led Zeppelin (Thank you): “Un amigo me cantó la canción sin decirme de quién era, me gustó y decidí que entraba. Así de simple”. Lo más sorprendente: My heart, una sugerente invitación al baile con la joven dama de la canción sureña convertida en el reverso tenebroso de Jennifer López. “Todo empezó como una broma entre mi amigo Toshi (Reagon) y yo, que si no soy capaz de cantar algo tan rápido y tan simple? nos pusimos con ello, él tocando la guitarra y yo cantando, y cuando me quise dar cuenta ya estaba metida hasta el cuello. Lo que empezó como una broma terminó siendo una canción; el tipo de canción en el que el cuerpo va antes que la voz. Bailas un poco, cantas un poco, sigues bailando, cantas otro poquito”.
Aceptémoslo: Lizz Wright es atípica en todo. Una estrella sin vis escénica, ni una imagen definida, ni una vida privada que vender a la prensa rosa; una cantautora que interpreta versiones de otros autores y una cantante de jazz que no canta jazz, aunque comenzó haciéndolo. Volvió a hacerlo en abril del pasado año, con ocasión del multitudinario homenaje que se le tributó a la gran Ella Fitzgerald en la Universidad del Sur de California. “Yo me veía en medio de todo aquel pandemonio, rodeada de tantos iconos de la música americana, aquí Quincy Jones y un poco más allá Stevie Wonder, y no me lo creía. Pero, a un tiempo, estaba inusualmente tranquila. Era como si hubiera recibido una invitación de la propia Ella para unirme a la fiesta. Llevaba un tiempo empapándome de su música y ya formaba parte de mí. Y luego estaban todas las demás, como Natalie Cole o Patti Austin, que se portaron tan fenomenalmente conmigo. Me bastaba con estar por ahí dando vueltas en torno a ellas para sentirme la más guapa del baile”. Un baile al que sólo faltó Abbey Lincoln, la cantante y activista en pro de los derechos de los afroamericanos por la que Lizz Wright siente veneración. “Gracias a personas como ella puedo sentirme orgullosa de ser una afroamericana en este momento, pese a todo y pese a todos”. En cuanto al futuro, Wright se declara una “posible votante” de Barack Obama: “Ya era hora de que alguien en Estados Unidos hablase de juntar nuestras energías, de que es necesario cambiar, que ya está bien de vivir permanentemente aterrorizados”.
(publicado en El País Semanal 09/03/2008)
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