Cita con las estrellas
El legendario pianista del cuarteto original de John Coltrane estaba de vuelta y habitó entre nosotros en noche venturosa y fresquita, cual corresponde al país. Cierto es que en el camino se ha dejado algunas cosas; que su derecha ya no es la que era ni su punch tiene la contundencia de antaño. Y aun así, McCoy es McCoy y no hay dos como él. Uno de los últimos sonidos reconocibles del jazz. Un creador cuya obra va más allá del entendimiento del común de los mortales. Un poeta de marca mayor, como lo fueron Ellington y Art Tatum, una referencia en Tyner.
El concierto, se supone, era un homenaje a Coltrane en el 40º aniversario de su fallecimiento. Quien acudió el jueves al pabellón de Mendizorroza esperando escuchar los viejos himnos de batalla del saxofonista se quedó con las ganas. Total, para qué, si McCoy lleva a Coltrane incorporado y no hay cosa suya que no recuerde a su antiguo empleador en un sentido u otro.
Por si acaso, se trajo a Gary Bartz, el más coltraniano de los saxofonistas alto de la historia, que toca el alto como si tocara el tenor y el soprano como si nunca hubiera existido Coltrane. No fue su mejor noche. Tampoco acabaron de funcionar, es un parecer, los músicos elegidos para dar soporte al maestro tocando el contrabajo y la batería. Lo de menos. Aquí, los más, vinimos a escuchar a Tyner y todo lo demás nos trajo sin cuidado.
Todo fueron piezas propias, y las que no lo eran, lo parecían (In a mellow tone). Total: una hora y algunos minutos con McCoy Tyner que se pasaron en un suspiro.
Tras el pianista, sesión de cine. Spike Lee, que la mañana del miércoles acudió de incógnito al Guggenheim bilbaíno, hizo su aparición vistiendo una camiseta del Barça con el número 14 de Thierry Henry. Su discurso de presentación fue tan breve como incoherente: habló de lo mucho que le gusta el fútbol, del Barça, de Henry -"con él nos vamos a divertir mucho más"-, pidió un aplauso para quien terminaba de ocupar el escenario y apenas contó alguna cosa del espectáculo que íbamos a presenciar.
La cosa vino a ser un a modo de repaso sonoro y visual a los muchos años de colaboración entre Lee y el trompetista Terence Blanchard y las 15 películas que entrambos han producido: de Bamboozled a Clockers (Camellos), X, Jungle fever (Fiebre salvaje), Mo' better blues (Cuanto más, mejor)... Sobre el escenario, el susodicho, su quinteto y una orquesta de cuerdas al completo, la Gazteiko Kamara Orkestra, dirigida por Iker Sánchez. Tienen mérito: la jovencísima formación alavesa apenas tuvo tiempo de echarle un vistazo a los papeles y ya estaba viéndosela ante el selecto público del festival y con las cámaras de televisión como testigos. Mientras los músicos tocaban, por la pantalla desfilaba una Nueva York de thriller habitada por rostros conocidos, los de Wesley Snipes, Denzel Washington, Samuel L. Jackson, Malcolm X, Mohamed Alí, Angela Davis...
Era una gala de ringorrango y todo el mundo tuvo que ajustarse al guión, algo nada habitual en el jazz. El público vitoriano, ruidoso de habitual, calló y escuchó como en la iglesia, emocionado ante las imágenes sobrecogedoras de los cadáveres flotando por las calles de Nueva Orleans (When the levees broke: a réquiem in four acts), aburrido por la larga duración del espectáculo y su algo cargante afán didáctico, una característica en el cine de Lee. Lo mejor fue el efímero esplendor de una estupenda Patti Austin; sólo alguien como Spike Lee puede darse el lujo de traerse a la diva del soul para cantar, únicamente, dos temas.
(publicado en El País 21/07/2007)
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