Capítulo 1: Dave Douglas
El San Juan tiene muchas cosas: una historia, un bar a la entrada a euro la caña de cerveza; un festival que este año se dedica a Miles Davis, del que llevamos tres jornadas. Rebobinando.
Primero fue un concierto hermoso con el aforo a medias tirando a tres cuartos. Luego, uno que ni fu ni fa, pero más bien fu, con el personal como sardinas en lata. Y el tercero, este viernes, que lo tuvo todo, buena música y una entrada a tono con el acontecimiento. Protagonistas: Dave Douglas y sus secuaces, quienes fueron de menos a más, pero así es el Johnny y así son las gentes que lo habitan, que le sacan al músico lo que no tiene.
En lo que a uno respecta, el susodicho interpretó una música esencialmente “bonita”; no se me ocurre otro calificativo más ajustado. Curioso: ni él ni quienes tocaron con él tenían la más remota idea del repertorio que iban a interpretar en su nueva gira europea hasta hace un par de días. Como aquel que dice, estaban subiendo a la escalerilla del avión en Nueva York cuando se pusieron a ello. Con esto que lo que escuchamos fue todo material nuevo y a estrenar. Algo que resulta difícil de creer ni de concebir. Pero así es el jazz, y así nos gusta.
Es un consuelo en estos tiempos dar con alguien que todavía entiende esta música como una apuesta a ganador y colocado. Frente a él, quienes salen al ruedo previamente derrotados y son triste mayoría. El nuevo jazz que ha nacido viejo, o sea: ha tenido que venir un "semi veterano" como Douglas para recordanos que todavía hay quiense juega la vida sobre el escenario una noche sí y otra también. Los resultados, el viernes, saltaron a la vista, o al oído.
Capítulo 2: Lester Bowie
En Dave Douglas se comprenden todos los trompetistas que han sido en la historia del jazz. Anoche, por ejemplo, hubo momentos de puro Louis Armstrong –el Armstrong de los “All Stars” y subsiguientes- y hasta un Lester Bowie tan escasamente maquillado como nada obvio.
En conversación que tuve con el trompetista, pendiente de salir publicada en el periódico en el que colaboro, éste me hizo llegar su admiración por el “doctor” a quien, sin embargo, no conoció. Nada tiene de raro, pues, que, escuchándole, se me viniera a la cabeza “aquella” noche. La noche que siguió a la primera vez en que Lester Bowie pisó suelo ibérico, acompañado por Roscoe Mitchell, Joseph Jarman, Malachi Favors y Don Moye-“Art Ensemble of Chicago”, recién editado su “Nice Guys”; y el estupor que produjo la “mise en scène”, que desconocíamos absolutamente. En ninguna de las ulteriores visitas del sexteto se produjo un clima parecido al generado en aquella ocasión. Y llegó la noche…
Uno recuerda teniendo junto a uno a Bowie, hallándonos ambos y algunos otros sentados en torno a una mesa de corta estatura, en un rincón oscuro del Balboa Jazz Club de la calle homónima; viéndose uno y otros en la necesidad de refrenar los impulsos del trompetista, empeñado como estaba en acudir al coso de Las Ventas con ánimo de sumarse a la banda del lugar. Por suerte, los “gin-tonics” con los que regamos generosamente la tertulia obraron el efecto que se les atribuye y Bowie se contentó con incorporarse al conjunto del club, que dirigía la cantante Connie Philp, según creo recordar, con quienes interpretó la versión más delirante de “La Chica de Ipanema” de la que existe testimonio grabado. Una cinta de casete que servidor atesora y nunca ha dado a conocer, porque nadie se lo ha pedido.
Capítulo 3: Donny McCaslin
Donny McCaslin es un tipo entrañable y un intérprete de categoría, lo que pudo derivarse de todas y cada una de sus intervenciones a lo largo de la noche. Para muchos, el larguiducho saxofonista nacido en California y residente en Nueva York, fue el auténtico protagonista, más aún que el propio Dave Douglas.
Conocí a McCaslin en circunstancias bien particulares. Él, en su estado habitual, como músico en ejercicio, formando parte del conjunto del guitarrista Fernando Tarrés; servidor ejerciendo de presentador improvisado en programa doble, ante un auditorio de varios miles, en el teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires. Una coyuntura de la que salí milagrosamente bien parado y me valió la popularidad -efímera pero gozosa- entre la muy generosa afición bonaerense.
Nuestro segundo encuentro tuvo como escenario el foyer del colegio mayor, y como testigo, a Robert Latxague, viejo amigo, a quien el lector conoce por sus afiladas crónicas en Jazz Magazine. Remito al lector a la instantánea adjunta en la que puede verse a ambos celebrando el record de visitas que ostenta desde el viernes Dave Douglas, con sus cinco apariciones consecutivas en el “Johnny”, el cava y las copas de puro cristal de Bohemia por gentileza de S. M. Alejandro Reyes.
Tras despedirnos los dos amigos de quien nos acaba de proporcionar tan gratos momentos sobre el escenario, marchamos raudos a disfrutar de los esplendores de la noche madrileña no sin antes comprobar, aunque sin sorpresa, que a la tarde había sucedido la correspondiente noche. La Providencia que guia los pasos de los habitantes de la noche nos condujo hasta el “Bar Metropolitano”, fundado en 1936, y próximo al lugar donde antaño alzábase el campo de fútbol del mismo nombre en el que vivió sus primeros años de gloria el club Atlético de Madrid. En semejante lugar de alcurnia indiscutible, que su risueña nueva propietaria ha devuelto a su antiguo esplendor, el Bar Metropolitano, digo, disfrutamos de una nueva noche de música, surrealismo y confesiones a la Ribera del Duero, se me entienda. Sin Lester Bowie, pero con la Tuna de Informática y Empresariales de la Universidad Autónoma. Sin “La Chica de Ipanema”, pero con “La Mer”, de Charles Trénet, en versión de guitarra y mandolina que los tunos interpretaron en algo parecido al idioma francés, en honor al ilustre visitante. Grandes momentos en la historia de la Humanidad. La vida, o sea.