El librito tiene algunos años, puesto que fue impreso en Burgos, en 2007. “El Jazz en la Boca” es una cosa rara que se le mete a uno en los entresijos, como se le mete la música de aquellos a los que Ildefonso Rodríguez admira, y con quienes ha tocado, Butch Morris, por ejemplo, y cómo olvidarse de aquella tarde con ambos, Ildefonso y Butch + la orquesta F.O.C.O., en la madrileña Casa Encendida (Festival Hurta Cordel).
Observador de los sonidos cotidianos (consciente de ellos), amante del azar, músico-pensador, este leonés de 57 tacos se viene con este libro de impresiones, casi greguerías, que son la música y la palabra reunidas y cada una por su cuenta; música del instante, palabras que siguen a la música y se acercan al Gran Misterio, sin conseguirlo. Y son las manos y los oídos de Ildefonso Rodríguez, "músico de fiestas de pradera, bodas, conciertos, performances y jam sessions".
Soy músico, en origen, por el saxo tenor y por el jazz y nada más que por eso. Ahora mi tarea es ser un músico más orgánico: he ampliado los instrumentos (clarinetes, guitarra, trombón de pistones, flautas, algo de percusión) y cuando toco música improvisada los modifico, preparo híbridos, hago injertos; aprendo a tocar el gamelán de las cosas pequeñas; y procuro oír dentro de mí las estelas de todas las músicas posibles.
Lo que sigue es una pequeña muestra recogida al puro azar –muestra improvisada, al fin y al cabo- de lo que se contiene en las 215 páginas de "El jazz en la boca".
Después de un concierto sudoroso, un conocido me reprochó el que insistiese en tocar una música tan intelectual. Cómo puede llamarse intelectual a alguien en plena actividad sudorosa. Franco, Pinochet (por poner algunos) eran grandes intelectuales. (Aunque, también es verdad, el sudor no es una prueba de nada).
Yo me esfuerzo por expresarme con algo que suene como avellanas tiernas, de leche.
La improvisación me parece el estado natural de cualquier instrumentista.
"Jazz": esa palabrita que empieza por jota y termina por zeta; mejor no hablar de ella.
El más negro de todos los boleros se llama "Strange Fruit".
En la improvisación se oye el pensamiento, como Ulises oyó sus pensamientos en el canto de las sirenas.
Parker hizo ley de lo inestable: tocó contra sí mismo y contra su doble, abriéndose a la angustia.
Art Pepper. Tocaba así y fue desgraciado. Tuvo más ira que cualquier poeta beatnik. Pero siempre hubo razón en su arte y convite bajo su parra.
La improvisación debe poner, por encima de todo, el oído, que, a su vez, no pone más reglas que las de su propia actividad formal instantánea: ordena y desordena mientras la mano sigue tocando. Es el sendero del oído. La improvisación libre hace más largo y zigzagueante el sendero; lo lleva al laberinto (laberinto interno); allí los nombre sobran, se suceden los hechos musicales con tal vértigo e indeterminación que sólo el oído del instante es capaz de reaccionar ahí.
Definición de músico: alguien adiestrado para distinguir en el mundo los intervalos de tercera mayor y tercera menor; y para confundirlos después
Ildefonso Rodríguez: "El jazz en la boca". Editorial Dossoles. Burgos, 2007
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