viernes, 7 de agosto de 2009

Crecer en jazz

Cristina baila un "agarrado" con el pianista Randy Weston.

Mi padre fue, en su momento, lo que se conoce como un “personaje público”, algunos ya los sabéis, la mayoría no ni falta que hace, Además era un buen tipo y, lo más raro, le gustaba el jazz, de donde que uno pudo crecer escuchando a Armstrong y a Dave Brubeck y hasta a Art Tatum. Luego uno ha sido padre por cuenta propia y ha tenido sus propios hijos, dos, que también han crecido escuchando jazz.


Sara y Cristina han mamado de la teta del jazz tanto como de la de su madre. Ninguna de las dos ha olvidado de donde vienen y ambas leen a su padre. Son mis dos primeras “fans”.


A Sara, su madre le llevaba en el capacho en sus idas y venidas por el foso de los fotógrafos en los festivales de Madrid, Vitoria, San Sebastián… “la hija del jazz”, la llamó un rotativo vitoriano en su primer año de vida.


Y con Cristina, otro tanto. Todavía hoy le habla a uno de cuando acompañó a Clark Terry cantando “Bye Bye Blackbird” en el San Juan Evangelista, o de Dizzy Gillespie, a quien también escuchó tocando en vivo, que para ella era “el trompetista de los mofletes”. Por algún motivo, su muerte le impactó particularmente. Mala cosa si uno caía enfermo en su presencia: “seguro que te vas a morir, como el de los mofletes”. Todo un consuelo.


Hoy, Cristina es una mujer hecha, derecha y con toda una vida por delante. Jazz, me parece, escucha más bien poco. Lo suyo es el reggae y Daft Punk, esas cosas. Hace unos días me dio la noticia de que voy a ser abuelo.


Mola mazo.


Sobremesa familiar. Sara y Randy, cada una/o a lo suyo.

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