domingo, 9 de agosto de 2009

Randy Weston: "Los tambores de África son el latido de la vida"

foto: Luis Alberto García

Randy Weston (Brooklyn, 1926) no pasa inadvertido. Sus 2,06 metros de antiguo jugador de baloncesto le hacen sobresalir por entre las hordas de japoneses que dan vueltas en torno al popular Puppy, el perro gigante obra de Jeff Koons, símbolo del nuevo Bilbao, a las puertas del Guggenheim. El pianista y compositor está en la capital vizcaína para inaugurar la nueva oferta de ocio cultural 365 Jazz Bilbao, organizada por la Fundación Bilbao 700-III Milenium, que traerá a la ciudad a los grandes nombres del género a partir de octubre, de Ron Carter a Patricia Barber, Eliane Elias, Abdullah Ibrahim...

Autor de media docena de interpretaciones imprescindibles -Hi-fly, Blue moses, Little Niles, Berkshire blues...-, Weston fue cocinero antes que músico: "Las grandes estrellas del jazz, como Dizzy Gillespie o Miles Davis, solían bajar desde Manhattan al término de su jornada para cenar en el restaurante de mi padre, en Brooklyn. La cocina estaba abierta 24 horas, siete días a la semana. Yo le ayudaba y hablaba con todos ellos, me encantaba estar en el ajo y, poco a poco, empecé a tocar con algunos de ellos, como Kenny Dorham o Cecil Payne".

Pregunta. Además de cocinero, su padre era un admirador de Marcus Garvey, el padre de la Vuelta a África.

Respuesta. Fue él quien me inculcó el sentimiento de pertenencia a la comunidad universal de los afroamericanos. Me hablaba sobre África, sus civilizaciones, sus religiones, me decía que yo era un africano nacido en América, que algún día regresaría a África... y así lo hice.

P. Alguien ha dicho que su estilo interpretativo combina la música de Thelonious Monk con los ritmos africanos.

R. África es el latido de los tambores, que es el latido de la vida. A través de los ritmos, los tambores evocan el origen sagrado de la vida, de ahí su poderío. Esto se manifiesta en las músicas tradicionales de África y Brasil, Cuba, Jamaica, Haití, en el jazz, en el blues, en Marvin Gaye y en Stevie Wonder. Y en Monk, naturalmente. Recuerdo la primera vez que me invitó a su apartamento en la calle 63. Tenía un cuadro de Billie Holiday, el piano y un aparato de radio sonando muy bajo. Estuve no sé cuanto tiempo atosigándole con preguntas del tipo "¿cómo haces esto?" o "¿cuál es el secreto de esto otro?". Y él, sin abrir la boca, hasta que, al final, me dijo: "Escucha todo tipo de músicas". Eso fue todo. Cuando más tarde le escuché tocando Misterioso entendí lo que me quería decir. El poder está en la música. Hay que escuchar primero y percibir ese poder antes de adentrarse en los detalles técnicos.

P. También tocó con Charlie Parker.

R. Toqué con él en una sola ocasión. Yo estaba en un club con unos amigos escuchando a Tadd Dameron y Fats Navaro cuando apareció él. Bajó ceremoniosamente por la escalera de entrada y todo el mundo se volvió. Era la estrella del momento. El caso es que se sentó junto a nosotros, hablamos y en un momento decidió cambiar de club. Mis amigos y yo le seguimos. Entonces ocurrió una cosa curiosa. Bird se levantó y dijo algo al oído al que tocaba la batería, éste se levantó sin decir nada y dejó su lugar a uno de mis amigos. Luego hizo lo mismo con el pianista, que se levantó sumiso, y yo me senté en su lugar. Así hizo con todos los demás hasta que él mismo se puso a tocar con nosotros. Fueron solamente 45 minutos pero estuve en éxtasis todo un año. ¡Había tocado con Dios!

P. En los años sesenta fijó su residencia en Tánger, donde fundó el club African Rhythms.

R. Fue una experiencia muy bonita. Estaba situado cerca del Café París y muy pronto se convirtió en uno de los centros neurálgicos del Tánger internacional. Por allí pasó todo el mundo, la ciudad era pequeña y todos nos conocíamos. Evelyn Waugh fue el primer socio. Entre los habituales, estaban Brian Gysin, William Burroughs, Paul Bowles y muchos tangerinos que aprendieron a apreciar el blues de Chicago y la música de James Brown.

(publicado en El País 18/08/2008)


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