Tinieblas en la Ciudad de la Luz
Estatua de Diderot en el bulevar St-Germain
Lo confieso:
tengo una debilidad. Se llama París. ¿Qué es lo que me gusta de París?: no lo
sé.
Escribir en París es una obligación ineludible / escribir en Paris es distinto a hacerlo en cualquier otra ciudad del mundo. Uno se ve observado por los fantasmas de Sartre y Simone de Beauvoir, y por el camarero que no le quita ojo.
París es una
ciudad edificada sobre las palabras, y las ideas, y una tarjeta postal con un
Cupido mofletudo y sonrosado apuntando al corazón…
París esconde un
corazón frío y despiadado. El de una ciudad tan deslumbrante como inhóspita.
Los periódicos
advierten: se ha detectado una plaga de lobos a las puertas de París. Un poco
más allá, la noticia de que un agricultor se suicida en Francia cada dos días.
No se ha demostrado la relación entre ambos hechos.
Precio del jamón
Patanegra: 25 € los 100 gr. El precio del paté ha subido considerablemente. El
de los quesos, afortunadamente, se mantiene.
El viernes 11 de
octubre Francia celebró el medio siglo de las muertes de Edith Piaf y Jean
Cocteau; con más algarabía y boato el de la primera.
En París hace
frío. Por eso los cafés cuentan con una terraza-invernadero para que los
clientes puedan disfrutar de la luz solar, caso de haberla. Los bares parisinos
son la expresión de la lucha del hombre contra la Naturaleza.
“París envejece
con gran clase”, escribe Vinicius de Moraes. Los lectores de Maigret no podemos
estar más de acuerdo con la frase.
París es gris y
húmeda, norteña y desapacible, romántica
y cabrona. Los camareros sonríen –toda una novedad- y todos saben saludar en
español/castellano. Cannes, en cambio, es soleada y apacible, y todos hablan
español, y nunca llueve, por eso, cuando lo hace, el personal sale a la calle
cara de pasmo e incredulidad. “Esto no puede estar pasándonos”, se dicen los
unos a los otros.
Argentinos y
brasileños exponen a su paso su complejo de alguna cosa. Son mayoría entre los turistas. Les siguen norteamericanos, españoles y japoneses.
Al Frente
Nacional de Le Pen le ha salido un duro competidor en la carrera por el título de
“Xenófobo del Año” en el partido gobernante. Los socialistas ahora se dedican a
expulsar niños camino de la escuela. La
nacionalidad francesa, se nos dice, no se adquiere: se merece. En los días buenos, puede verse Lampedusa en el
horizonte.
Como toda ciudad, París es sugestión y ficción. En última instancia, es lo que nosotros queremos que sea.
Lost in
Saint-Germain-des-Prés
Guillaume
Hanoteau, en “La edad de oro de Saint-Germain-des-Prés”, habla de “la santísima
trinidad” que enmarca la “ruta magnética” del barrio bohemio por antonomasia de
París; la que recorría la caterva de malditos de buena familia en sus noches de
vino y rosas (marchitas).
Juliette Greco y al fondo, la torre de la abadía
de St Germain, símbolo del barrio bohemio parisino
Acá la abadía que
da nombre al barrio, la más antigua de París, fundada por Childebert, rey
merovingio.
Allá, la brasserie Lipp, fundada por el alsaciano
mr. Lippman. Allí acostumbraban a comer las “derechas”, y, luego, Sartre y
Camus, y los músicos de jazz que ocuparon el barrio en los cincuenta, y, más
luego, un servidor con su esposa. Las hambres no entienden de ideologías.
Les Deux Magots,
al otro lado de la plaza Sartre-Beauvoir, reunía a la facción surrealista en torno
a una taza de café y un croissant; el más surrealista de los bollos.
El casi contiguo Café de Flore vio la competencia feroz
entre la “banda de Prévert” y la
“familia Sartre”. Éste último poco menos que vivió allí durante los años de la
ocupación. Amparado en la tolerancia de los camareros del local, Sartre se hizo
famoso por estirar sus consumiciones hasta extremos heroicos. Un único café
podía valerle para todo el día.
Durante el rudo
invierno de 1942, el Café de Flore contaba con el mayor de los tesoros: una estufa de carbón.
Tras la guerra,
la mayoría de los músicos de jazz residentes en la ville lumière se mudaron desde las alturas de Montmartre a Saint
Germain, y con ellos marchó la intelectualidad. Había comenzado la guerra entre
las facciones “tradicionalista”, encabezada por Bechet y Luter, y la
“modernista” de los “boppers”.
Existencialistas, dadaístas y surrealistas abandonaron los cafés para buscar refugio en las cavas. Se convirtieron en “los trogloditas de SGDP”.
Vinicius de
Moraes habló de la decepción que le supuso conocer personalmente al “genial jazzman americano Sidney Bechet”. En cambio,
Zutty Singleton y él quedaron amigos inseparables. Algo en lo que tuvo mucho
que ver la feijoada que el brasileño organizó en honor del baterista.
Una noche Boris
Vian se citó con Charlie Parker en el Café de Flore. No consta lo que tomaron. Sí
que, saliendo del establecimiento, doblaron la esquina por Saint-Benoît y
caminando unos pocos pasos, se llegaron hasta las puertas del antiguo bistrot que el escritor y trompetista
aficionado había convertido en el Club de Jazz Saint-Germain-des-Prés: el “santuario
de Saint-Benoît”, en palabras de nuestro Ebbe Traberg.
“Antes de entrar
por la vetusta puerta de aquel santuario había que enfrentarse al cancerbero
más antipático que pueda imaginarse”, escribió Ebbe,” y dejar una cantidad de
francos que entonces parecía una fortuna”. El Club Saint Germain fue el punto de
encuentro entre Traberg y la pianista Mary Lou Williams, por quien aquel sentía
profunda admiración. Allí escuchó a
Django Reindhart “tocando el bebop de la manera más dura que recuerdo haber
oído”.
Todo el jazz de
París –en una época en que París era todo jazz- se concentraba en una humilde
callecita que parecía ostentar el monopolio del género.
Miles, Greco & Boris Vian
Miles Davis y Juliette
Greco -la novia de luto y el “chico mono” del que escribió Vian- pasearon su
amor por St Germain. Allí, pudo el trompetista probar las mieles del amor
interracial sin un policía machacándole el cráneo por detrás.
“Las hojas
muertas”, de Prévert, vino a sepultar “las ilusiones calcinadas por la
estallido de una bomba” (Hanoteau). En “The incredible Chet Baker play and
sings”, puede escucharse la versión más deprimente y hermosa jamás interpretada
de la canción. La grabó el trompetista en la ciudad de Milán, en el año 1977.
Saint-Benoît después de la batalla
Poco después de
la guerra abrió sus puertas Le Montana, un
“bar americano” cuya fama se sustentaba en el hecho de ser el último en cerrar
sus puertas. Ello le convirtió en el preferido de las gentes del cine y los
adictos a los productos de farmacia. Para entonces, Sartre, Simone de Beauvoir
y Camús sólo acudían a cocktails.
Hasta que se
cambió su perfil para convertirse en un club “de diseño”, Le Montana contaba
con un pianista “de la casa”, la mayoría músicos de jazz. Uno de los que más
tiempo ocuparon dicho puesto fue René Urtreger, a quien escuché en semejante
lugar hace más tiempo del que quiero recordar.
Hoy me alojo en
el único hotel de la rue Saint-Benoît, situado frente a la casa que habitó Marguerite
Duras. La mancha del jazz se ha extendido al barrio todo, incluyendo el vecino
Quartier Latin, entre los miniclubes y los establecimientos como La Locanda, en los que puede
disfrutarse de unos fetuccini con gambas mientras se escucha a Oscar Peterson o
Erroll Garner con una calidad de sonido inusual para un establecimiento de
estas características.
Consulto la guía
Pariscope. Muchos conciertos,
ninguno imprescindible. La guía Pariscope no miente.
Como muchos, hubiera
dado un brazo o un codo por ver a Blakey en el club St. Germain, o a Miles con
Tadd Dameron en la sala Pleyel; a cambio, como “el mejor cous cous de la
ciudad” con Ramón López & family, que no es moco de pavo.
Un cartel, una
fotografía, un nombre. Leslie Lewis engrosa la lista de norteamericanos expatriados
que han elegido la ciudad del Sena para hacerse escuchar. Se habla de una
versión ajustada/verosímil de Sarah Vaughan, salvo cuando canta “Feel like
making love”; nobody´s perfect. En
sus actuaciones en Chez Papa, rue Saint-Benoît al fondo, está acompañada por
Gérard Haggen, o Hagen, al piano; y el siempre encomiable Pierre Boussaguet, al
contrabajo.
Domingo 13, día
de mi salida. En la sala Pleyel se celebra uno de esos saxophone summits que
tanto gustan a algunos, con Liebman, Lovano y Ravi Coltrane homenajeando al
padre del último. Hace casi medio siglo, el susodicho fue abucheado durante su
concierto junto a Miles Davis en la sala Olympia. En 1913, tuvo que salir la
autoridad a contener al respetable durante el estreno de “La consagración de la
primavera”, de Stravinski. Escenario: el
Teatro de los Campos Elíseos.
El pasado sábado 19
Vinicius de Moraes hubiera cumplido cien años.
Texto y fotos (excepto archivo): Chema García Martínez