Para más de uno, es el mayor acontecimiento del otoño jazzístico español. Anthony Braxton, multiinstrumentista (flauta; saxos alto, sopranito, soprano, barítono, bajo y contrabajo; clarinete y clarinete contrabajo…), compositor y filósofo norteamericano, considerado “el músico más importante en el jazz surgido después de Ornette Coleman”, actuará en el madrileño colegio mayor San Juan Evangelista, dentro del XXVI Festival de Jazz San Juan Evangelista. Será un único concierto en Europa, el viernes 26, a las 22 horas.
Han tenido que pasar 22 años y 6 meses para que Braxton regrese a la Villa y Corte. Por algún motivo, nuestro país se le resiste al gigante del jazz contemporáneo, al que sí ha podido escucharse en fecha menos lejana en Coruña y Sevilla. “Simplemente, hay lugares en los que toco mucho y otros en los que no. España es de los que no”.
Es el más atípico de los músicos atípicos. Anthony Braxton (Chicago, 1945) creció escuchando los discos del cuarteto Dave Brubeck. Su ídolo era el saxofonista blanco Paul Desmond. “Pero es que yo no sabía que era blanco hasta que alguien me lo dijo. Simplemente, me gustaba. Era una cuestión de prejuicio racista a la inversa. A mis colegas en el barrio no les gustaba simplemente porque no era negro”.
El currículo de Anthony Braxton es, cuanto menos, inusual en un músico de jazz. Profesor de Composición e Historia en la Wesleyan University, en Middletown, Connecticut; apasionado de la filosofía y el ajedrez (estudió los secretos del juego con Marcel Duchamp), Braxton responde al patrón del intelectual en ejercicio: “para el músico es importante pensar la música. Antes de tocar una nota es preciso entender los porqués, por qué uno toca lo que toca, entender que la música es un arma poderosa”. Con razón, el mundo del jazz recela de quien hace de la reflexión una forma de inspiración: “mi estrategia consiste en crear una música tridimensional holística con la que abordar los desafíos del tercer milenio. Busco la vibración que refleje los valores espirituales del individuo y modificar los comportamientos. Simplemente, quiero cambiar el mundo”.
Cuestión de términos: para Braxton, la música es una experiencia “trans-idiomática”, “trans-armónica”, “trans-estructural” y “tri-céntrica”, “por eso mis composiciones tienen tres nombres: el título gráfico, su título en palabras y el número de “opus”. Para quien se enfrenta por vez primera a su música, bautizada como “Ghost Trance Music”, la experiencia puede resultar desconcertante: “se trata de crear el contexto apropiado para la exacta compresión de los términos “composición” e “improvisación”, lo que yo llamo “lógicas mutables”. También Beethoven y Mozart escribían parte de la música e improvisaban la otra y su música era libre porque el aspecto técnico no era más importante que la persona. Hay que aprender música y aprender la vida, mezclarse con la gente, vivir…”.
Se entiende que el autor de “3 Compositions of New Jazz” y presidente en ejercicio de la Tri-Centric Foundation – básicamente, una plataforma para interpretar su propia música- no encaje dentro del concepto de “jazz” preconizado por músicos como Wynton Marsalis. “Sé lo que dice Wynton de mí…. que mi música no es jazz. Mi música no habla de jazz o de “afroamericanos” sino de vivir en el mundo y aprender de todo lo que ocurre a tu alrededor, la música que escuchas caminando por la calle… yo no niego la tradición, lo que digo es que, si Wynton y la “Neoclásica” están en el poder, es porque alguien los ha puesto ahí y eso fue la época de lo que llamo de “Las Grandes Purgas”, los años ochenta, cuando se decidió excluir del mercado a todo el que tenía algo verdaderamente original que decir. Una especie de racismo al revés. Yo fui uno de los afectados, al parecer no soy lo suficientemente negro”.
Por si alguien lo dudaba: Braxton no discrimina en lo que toca a sus fuentes de información. “Por lo que a mí respecta, no existe diferencia entre mi trabajo y el de George Clinton o Barbra Streisand. Mis influencias van de Bach y Schönberg a Albert Ayler, John Coltrane, Charles Mingus, John Cage, Karlheinz Stockhausen o Liza Minelli. En mi definición como músico es tan importante mi experiencia como miembro de la Association for the Advancement of Creative Musicians (organización fundada por el pianista Muhal Richard Abrams en el año 1965 de la que formaron parte, entre otros, los integrantes de Art Ensemble of Chicago) como la música de The Platters, Frankie Lymon, Bill Haley and the Comets y Little Richard, uno de mis primeros maestros”. Y es que el “enfant terrible” también tiene su corazoncito. Momento para las confesiones: “si yo supiera cantar como Marvin Gaye, no haría lo que hago”. Con todo esto, ya no sorprende que al Braxton cerebral-pero-no-tanto le haya salido un hijo roquero, Tyondai Braxton, líder del cuarteto de “Art Rock” “Battles” al que pudo escucharse en el pasado Primavera Sound.
Llegado a su madurez creativa, Braxton disfruta de su propia parcela artística a prueba de intrusos: “me siento un privilegiado por haber podido hacer lo que hago. Todo ha sido decisión mía, vivir al margen del mercado, componer operas que nadie quiere estrenar, perder constantemente dinero con tal de ser siempre yo mismo…” Con todo ello, la apretada agenda del jazzista apenas tiene un hueco libre, entre sus recitales en trío, cuarteto, quinteto u orquesta interpretando material estándar o propio; su trabajo de compositor y como intérprete de “saxofón solo” –una de sus constantes desde “For Alto” (1968)- y/o sus grupos episódicos junto a William Parker, Andrew Cyrille, Roscoe Mitchell…
Braxton viajará a Madrid con uno de sus proyectos más personales, el “Diamond Curtain Wall Trío”: “es el proyecto en el que he estado trabajando durante los últimos años. El concepto de “cortina de diamante” está basado en un programa interactivo y visual llamado “Supercollide” realizado en la Wesleyan University. La idea es que la función de la electrónica interactúe como si fuera un cuarto miembro que improvisa con el grupo”. El propio Braxton será el encargado de la ejecución del instrumental electrónico. Junto a él estarán dos de sus colaboradores habituales, el trompetista Taylor Ho Bynum, y la guitarrista Mary Halvorson.
Han tenido que pasar 22 años y 6 meses para que Braxton regrese a la Villa y Corte. Por algún motivo, nuestro país se le resiste al gigante del jazz contemporáneo, al que sí ha podido escucharse en fecha menos lejana en Coruña y Sevilla. “Simplemente, hay lugares en los que toco mucho y otros en los que no. España es de los que no”.
Es el más atípico de los músicos atípicos. Anthony Braxton (Chicago, 1945) creció escuchando los discos del cuarteto Dave Brubeck. Su ídolo era el saxofonista blanco Paul Desmond. “Pero es que yo no sabía que era blanco hasta que alguien me lo dijo. Simplemente, me gustaba. Era una cuestión de prejuicio racista a la inversa. A mis colegas en el barrio no les gustaba simplemente porque no era negro”.
El currículo de Anthony Braxton es, cuanto menos, inusual en un músico de jazz. Profesor de Composición e Historia en la Wesleyan University, en Middletown, Connecticut; apasionado de la filosofía y el ajedrez (estudió los secretos del juego con Marcel Duchamp), Braxton responde al patrón del intelectual en ejercicio: “para el músico es importante pensar la música. Antes de tocar una nota es preciso entender los porqués, por qué uno toca lo que toca, entender que la música es un arma poderosa”. Con razón, el mundo del jazz recela de quien hace de la reflexión una forma de inspiración: “mi estrategia consiste en crear una música tridimensional holística con la que abordar los desafíos del tercer milenio. Busco la vibración que refleje los valores espirituales del individuo y modificar los comportamientos. Simplemente, quiero cambiar el mundo”.
Cuestión de términos: para Braxton, la música es una experiencia “trans-idiomática”, “trans-armónica”, “trans-estructural” y “tri-céntrica”, “por eso mis composiciones tienen tres nombres: el título gráfico, su título en palabras y el número de “opus”. Para quien se enfrenta por vez primera a su música, bautizada como “Ghost Trance Music”, la experiencia puede resultar desconcertante: “se trata de crear el contexto apropiado para la exacta compresión de los términos “composición” e “improvisación”, lo que yo llamo “lógicas mutables”. También Beethoven y Mozart escribían parte de la música e improvisaban la otra y su música era libre porque el aspecto técnico no era más importante que la persona. Hay que aprender música y aprender la vida, mezclarse con la gente, vivir…”.
Se entiende que el autor de “3 Compositions of New Jazz” y presidente en ejercicio de la Tri-Centric Foundation – básicamente, una plataforma para interpretar su propia música- no encaje dentro del concepto de “jazz” preconizado por músicos como Wynton Marsalis. “Sé lo que dice Wynton de mí…. que mi música no es jazz. Mi música no habla de jazz o de “afroamericanos” sino de vivir en el mundo y aprender de todo lo que ocurre a tu alrededor, la música que escuchas caminando por la calle… yo no niego la tradición, lo que digo es que, si Wynton y la “Neoclásica” están en el poder, es porque alguien los ha puesto ahí y eso fue la época de lo que llamo de “Las Grandes Purgas”, los años ochenta, cuando se decidió excluir del mercado a todo el que tenía algo verdaderamente original que decir. Una especie de racismo al revés. Yo fui uno de los afectados, al parecer no soy lo suficientemente negro”.
Por si alguien lo dudaba: Braxton no discrimina en lo que toca a sus fuentes de información. “Por lo que a mí respecta, no existe diferencia entre mi trabajo y el de George Clinton o Barbra Streisand. Mis influencias van de Bach y Schönberg a Albert Ayler, John Coltrane, Charles Mingus, John Cage, Karlheinz Stockhausen o Liza Minelli. En mi definición como músico es tan importante mi experiencia como miembro de la Association for the Advancement of Creative Musicians (organización fundada por el pianista Muhal Richard Abrams en el año 1965 de la que formaron parte, entre otros, los integrantes de Art Ensemble of Chicago) como la música de The Platters, Frankie Lymon, Bill Haley and the Comets y Little Richard, uno de mis primeros maestros”. Y es que el “enfant terrible” también tiene su corazoncito. Momento para las confesiones: “si yo supiera cantar como Marvin Gaye, no haría lo que hago”. Con todo esto, ya no sorprende que al Braxton cerebral-pero-no-tanto le haya salido un hijo roquero, Tyondai Braxton, líder del cuarteto de “Art Rock” “Battles” al que pudo escucharse en el pasado Primavera Sound.
Llegado a su madurez creativa, Braxton disfruta de su propia parcela artística a prueba de intrusos: “me siento un privilegiado por haber podido hacer lo que hago. Todo ha sido decisión mía, vivir al margen del mercado, componer operas que nadie quiere estrenar, perder constantemente dinero con tal de ser siempre yo mismo…” Con todo ello, la apretada agenda del jazzista apenas tiene un hueco libre, entre sus recitales en trío, cuarteto, quinteto u orquesta interpretando material estándar o propio; su trabajo de compositor y como intérprete de “saxofón solo” –una de sus constantes desde “For Alto” (1968)- y/o sus grupos episódicos junto a William Parker, Andrew Cyrille, Roscoe Mitchell…
Braxton viajará a Madrid con uno de sus proyectos más personales, el “Diamond Curtain Wall Trío”: “es el proyecto en el que he estado trabajando durante los últimos años. El concepto de “cortina de diamante” está basado en un programa interactivo y visual llamado “Supercollide” realizado en la Wesleyan University. La idea es que la función de la electrónica interactúe como si fuera un cuarto miembro que improvisa con el grupo”. El propio Braxton será el encargado de la ejecución del instrumental electrónico. Junto a él estarán dos de sus colaboradores habituales, el trompetista Taylor Ho Bynum, y la guitarrista Mary Halvorson.
(versión completa del artículo publicado en El País 24/10/2007 con el título "Anthony Braxton: aspiro a cambiar el mundo con mi música tridimensional")
Vaya con Braxton. Habrá que descubrirlo.
ResponderEliminarUn músico interesante, sin duda. Particularmente no me gusta todo lo que hace, pero es de los músicos que hay que seguir de cerca.
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