Había visto muertos de verdad y oía constantemente relatos espantosos de las matanzas, fusilamientos y mutilaciones… ¿qué más puede pedir un corazón infantil que se está abriendo a la vida?
(Chumy Chumez)
(Chumy Chumez)
Los músicos de jazz mueren, por viejos, accidente u otras causas; a veces nacen, aunque no como músicos de jazz, salvo excepciones, que no se conocen. Por regla general, mueren más de los que nacen. A menudo fallecen antes de haber fallecido.
De pequeños, jugábamos a colarnos en las “Pompas Fúnebres” de la calle Galileo, hoy Centro Cultural Galileo, a tocar los coches de muerto y salir en desbandada, los de niño valían el doble. La muerte nos fascinaba tanto como las pastillas de leche de burro, a peseta el puñáo, y verles las bragas a las niñas en clase.
El 95% de los músicos que he visto, entrevistado o admirado han muerto. Cuando murió Monk me tocó escribir sobre él en el diario Ya, en el que colaboraba. Fue uno de mis primeros muertos. Luego se me han ido muriendo otros y he de reconocer que las necrológicas me ayudaron a llegar a fin de mes en más de una ocasión. Hubo quien escribió al periódico alegrándose de las muertes de los músicos de jazz porque era el único modo de que el jazz apareciera en los papeles. Y así era.
Luego llegó lo que llegó, la “Joven Crítica”, de la que ya se ha hablado en este blog, y de la que seguiré hablando, si nadie me lo impide. Durante un tiempo la cosa fue de esta guisa: músico que entrevistábamos José Manuel Gómez y servidor, músico que la “palmaba”. A veces era cuestión de meses, a veces de días. Aquello llegó a generarnos un complejo de culpa del que no fue fácil desprendernos. Recuerdo mirar a nuestro interlocutor y pensar, “no sabe lo que le espera al pobrecito”.
Morirse es una cabronada, sea uno músico de jazz o no. Nacer es uno de los espectáculos más recomendables a los que puede asistirse por invitación. Cuando uno se quiere dar cuenta, allá está la pequeña criatura pringosa protestando por dios sabe qué urgencia inaplazable. Hasta que el galeno decide poner fin a su sufrimiento y lo deposita en el regazo de su madre. Ese primer contacto madre-hija, dicen los expertos, determina el carácter de ambas, la criatura recién venida al mundo y su progenitora. Yo he tenido el privilegio de asistir como espectador asombrado y ocioso a los partos de mis hijas Sara y Cristina, el último de los cuales coincidió en día y hora con un recital de Carla Bley en el teatro Alcalá. Vanos fueron mis esfuerzos por retener el acontecimiento el tiempo suficiente para permitirme asistir al concierto. Permanecí junto a la parturienta y soporté sus exabruptos y amenazas. "O Carla Bley o yo". La elegí a ella.
Siempre me he preguntado cómo debió ser el parto de Lester Young, y el de Brew Moore, o el de Miles Davis; si sus progenitores estuvieron allí para escuchar el primer Fa Sostenido de su vástago o se encontraban en ese momento en la barra de un bar abrazados a una camarera de prietas carnes, brindando con los parroquianos a la salud del nasciturus. Seguro que Miles le montó la de dios a la comadrona, puede que la tocara el culo.
Mi nacimiento tuvo lugar en una habitación al fondo del pasillo del domicilio familiar, en la calle Alberto Aguilera, de Madrid. Entonces, como apunta Chumez, todo se hacía en casa, nacer y morir, y no como ahora.
Nací un 29 de agosto, el mismo día de Charlie Parker, aunque algunos años más tarde. Es algo que suelto en las conversaciones siempre que puedo. Curioso: él tocaba el saxo, yo también. Él, en público; yo, en la intimidad. Por lo demás, cualquier oyente advertiría las diferencias de matiz entre su estilo y el mío.
Un reciente estudio publicado la Universidad de Bristol, al Sur de Inglaterra, explica los motivos por los que los nacidos el 29 de agosto y aledaños hemos sido distinguidos por la Madre Naturaleza con una constitución ósea de primera división. El hecho, se dice, tiene su explicación en los niveles de vitamina D absorbidos por los afortunados gestantes a través de nuestras mamás respectivas, debido a la mayor exposición a los rayos del sol al final de la gestación.
Y sigue:
La evidencia es que a los 10 años, los niños nacidos en agosto y septiembre eran 0,5 centímetros más altos que los nacidos en primavera e invierno y tenían un área ósea 12,75 centímetros cuadrados mayor (…)
Y concluye:
Los huesos más voluminosos suelen ser más fuertes y menos propensos a romperse a causa de la osteoporosis en los estados avanzados de la vida.
Charlie Parker y el menda. Unos tiarrones.
Chema García Martínez
Referencias
Chumy Chumez, Yo fui feliz en la guerra. Barcelona, Plaza y Janés, 1986
http://www.portafolio.com.co/bienestar/2009-02-05/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_PORTA-4794159.html
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