Realmente no soy una persona que se arredre fácilmente cuando viajo a países duros o inseguros, ni ante costumbres extrañas.....recuerdo una pequeña actuación en Siria a la que no pudo asistir ninguna mujer del país (la cosa no era en Damasco ni en Alepo, sino en un pueblo pequeño cuyo nombre no recuerdo), al final pasaron a besarme todos los dignatarios, tales como el alcalde, el imán, etc., dándome apasionados besos y regalándome flores como si yo fuera una soprano vienesa. Aunque tocaba sólo, lo lleve con enorme dignidad y entereza.
Ya que hablamos de Oriente Próximo (o Medio, no tengo muy claro cuál es cual...aunque Siria está lejísimos, desde luego), me resultaba llamativo en Damasco el ritual del café, que era negro y denso, pero te daban como una especie de comunión cafetera, un pequeño poso en una diminuta tacita. Al principio pensé que habían limpiado mal la taza y quedaba algo del anterior café, pero no, es que la cosa es así... a cambio te daban montones de ellos, así que, al final sí que te acababas tomando un café como dios manda, o Alá en este caso, pero dividido en 10 o 12 pequeñas dosis.
Lo que iba a contar es que, cuando tenía como 20 años (hace ya más de tres décadas, seamos realistas), y dada la escasa posibilidad de tener saneados ingresos como guitarrista de free jazz en la “Ezpaña” del Franco agonizante, me enrolé con otros tres músicos y una cantante en un grupo que interpretaba música sudamericana (desde boleros a joropos), algún estándar de jazz, alguna canción de Frank Sinatra, e incluso “Yesterday” en versión Ray Charles. Por cierto que a mí la que me gusta es su versión de “Eleanor Rigby”, pero esa no se tocaba y yo era un mandado en aquel grupo.
El caso es que habían conseguido un contrato de varios meses en Líbano a través de un oscuro manager. Yo solo me comprometí a estar 2 meses, con la promesa de tener preparado un sustituto y, además, pagarle el viaje. Era algo factible, pues las condiciones económicas eran buenas, y también el alojamiento en un hotel de lujo y comida árabe estupenda, etc. Lo malo fue cuando, una mañana, el amable recepcionista del hotel nos recomendó no salir a la calle "porque hay guerra...". El argumento nos pareció de bastante peso, desde luego, así que durante 2 semanas prácticamente no salimos del hotel en el que podías ver varios canales de TV árabes, concretamente tres, mientras practicabas los acordes de “My way, I did it my way...”
Salí de aquel bello paraje prácticamente con lo puesto, la guitarra y el pasaporte. Entonces, el Madrid de finales de los 70 me pareció maravilloso, y los sueldos de los pequeños clubs de la época, hasta generosos.
Alguno de los otros músicos que decidieron quedarse y siguieron actuando mientras se escuchaban las bombas y las ráfagas de ametralladoras, tuvo el arrojo de tildarme de insolidario e informal a su regreso a España, “no veas lo difícil que nos fue encontrar el Líbano un guitarrista sustituto capaz de tocar jazz y joropos venezolanos...”
Pero no es necesario salir a países lejanos para correr jugosas aventuras jazzisticas. Hace unos pocos años fuimos a tocar a Málaga, el festival era en la Universidad. Lo organizaba un colega afincado allí, Denis, saxofonista de pro, y antiguo miembro de Tabletom, un grupo de rock sinfónico andaluz que merecería capítulo aparte, baste con decir que su cantante es el autor de la famosa frase, " lo estoy dejando, lo estoy dejando, solamente me meto de vez en cuando...". Bueno, pues Denis, además del concierto en la Universidad, nos programó otros en Marbella y alrededores. El caso es que, como no se personó a ver el estado del hotel en el que íbamos a estar alojados, dado que se iba a dormir a su casa, no se enteró de que estaba en obras.
Llegamos allí cansados después una larga prueba de sonido y con la imperiosa necesidad de echarnos una siesta, como a las 4 pm., y al entrar al pasillo, comprobé que no era que estuvieran haciendo una pequeña reforma, no, prácticamente el hotel estaba siendo demolido, de hecho la fachada principal no existía, había una gran cantidad de andamios con persona de distintas etnias, razas y lenguas allí subidos... fue tirarme en la cama y empezar los martillazos, los ruidos, los gritos en polaco y los bellos sonidos de los compresores y las lijadoras, incluso alguna radial de excelente afinación por agudos que empleaban para cortar las vigas de acero. Confieso que, además del cansancio, no pasaba por un buen momento personal, así que a los 15 minutos me volví a vestir, y bajé a recepción para tener unas palabritas con la dirección del hotel. Era evidente que nosotros éramos los únicos clientes del hotel, de hecho, los pasillos estaban llenos del polvo de las lijadoras y dudo que alguna persona menos aguerrida que nosotros hubiera podido soportarlo. No tardé mucho en comprenderlo: los amables directivos de la empresa hotelera pensaron: "bah, son músicos, llegarán tardísimo y borrachos, así que ni se van a enterar de cómo lo tenemos, además como paga la organización del festival, es decir, la Universidad..."
Mi voz puede alcanzar una gran cantidad de decibelios cuando me cabreo, como fue el caso... hasta los albañiles pararon de currar, el director del hotel salió pálido. Tras disculparse, nos reservó habitaciones en un hotel de 5 estrellas a cambio de no contarle nada a los organizadores de la Universidad. Lo mejor es que en ese hotel (en el de 5 estrellas, claro...) se alojaba... ¡David Bisbal!!, así que cuando regresamos de noche tuvimos que atravesar un cordón policial y una nube de fans “teenagers”. Por suerte, no hubo víctimas.
Ya que hablamos de Oriente Próximo (o Medio, no tengo muy claro cuál es cual...aunque Siria está lejísimos, desde luego), me resultaba llamativo en Damasco el ritual del café, que era negro y denso, pero te daban como una especie de comunión cafetera, un pequeño poso en una diminuta tacita. Al principio pensé que habían limpiado mal la taza y quedaba algo del anterior café, pero no, es que la cosa es así... a cambio te daban montones de ellos, así que, al final sí que te acababas tomando un café como dios manda, o Alá en este caso, pero dividido en 10 o 12 pequeñas dosis.
Lo que iba a contar es que, cuando tenía como 20 años (hace ya más de tres décadas, seamos realistas), y dada la escasa posibilidad de tener saneados ingresos como guitarrista de free jazz en la “Ezpaña” del Franco agonizante, me enrolé con otros tres músicos y una cantante en un grupo que interpretaba música sudamericana (desde boleros a joropos), algún estándar de jazz, alguna canción de Frank Sinatra, e incluso “Yesterday” en versión Ray Charles. Por cierto que a mí la que me gusta es su versión de “Eleanor Rigby”, pero esa no se tocaba y yo era un mandado en aquel grupo.
El caso es que habían conseguido un contrato de varios meses en Líbano a través de un oscuro manager. Yo solo me comprometí a estar 2 meses, con la promesa de tener preparado un sustituto y, además, pagarle el viaje. Era algo factible, pues las condiciones económicas eran buenas, y también el alojamiento en un hotel de lujo y comida árabe estupenda, etc. Lo malo fue cuando, una mañana, el amable recepcionista del hotel nos recomendó no salir a la calle "porque hay guerra...". El argumento nos pareció de bastante peso, desde luego, así que durante 2 semanas prácticamente no salimos del hotel en el que podías ver varios canales de TV árabes, concretamente tres, mientras practicabas los acordes de “My way, I did it my way...”
Salí de aquel bello paraje prácticamente con lo puesto, la guitarra y el pasaporte. Entonces, el Madrid de finales de los 70 me pareció maravilloso, y los sueldos de los pequeños clubs de la época, hasta generosos.
Alguno de los otros músicos que decidieron quedarse y siguieron actuando mientras se escuchaban las bombas y las ráfagas de ametralladoras, tuvo el arrojo de tildarme de insolidario e informal a su regreso a España, “no veas lo difícil que nos fue encontrar el Líbano un guitarrista sustituto capaz de tocar jazz y joropos venezolanos...”
Pero no es necesario salir a países lejanos para correr jugosas aventuras jazzisticas. Hace unos pocos años fuimos a tocar a Málaga, el festival era en la Universidad. Lo organizaba un colega afincado allí, Denis, saxofonista de pro, y antiguo miembro de Tabletom, un grupo de rock sinfónico andaluz que merecería capítulo aparte, baste con decir que su cantante es el autor de la famosa frase, " lo estoy dejando, lo estoy dejando, solamente me meto de vez en cuando...". Bueno, pues Denis, además del concierto en la Universidad, nos programó otros en Marbella y alrededores. El caso es que, como no se personó a ver el estado del hotel en el que íbamos a estar alojados, dado que se iba a dormir a su casa, no se enteró de que estaba en obras.
Llegamos allí cansados después una larga prueba de sonido y con la imperiosa necesidad de echarnos una siesta, como a las 4 pm., y al entrar al pasillo, comprobé que no era que estuvieran haciendo una pequeña reforma, no, prácticamente el hotel estaba siendo demolido, de hecho la fachada principal no existía, había una gran cantidad de andamios con persona de distintas etnias, razas y lenguas allí subidos... fue tirarme en la cama y empezar los martillazos, los ruidos, los gritos en polaco y los bellos sonidos de los compresores y las lijadoras, incluso alguna radial de excelente afinación por agudos que empleaban para cortar las vigas de acero. Confieso que, además del cansancio, no pasaba por un buen momento personal, así que a los 15 minutos me volví a vestir, y bajé a recepción para tener unas palabritas con la dirección del hotel. Era evidente que nosotros éramos los únicos clientes del hotel, de hecho, los pasillos estaban llenos del polvo de las lijadoras y dudo que alguna persona menos aguerrida que nosotros hubiera podido soportarlo. No tardé mucho en comprenderlo: los amables directivos de la empresa hotelera pensaron: "bah, son músicos, llegarán tardísimo y borrachos, así que ni se van a enterar de cómo lo tenemos, además como paga la organización del festival, es decir, la Universidad..."
Mi voz puede alcanzar una gran cantidad de decibelios cuando me cabreo, como fue el caso... hasta los albañiles pararon de currar, el director del hotel salió pálido. Tras disculparse, nos reservó habitaciones en un hotel de 5 estrellas a cambio de no contarle nada a los organizadores de la Universidad. Lo mejor es que en ese hotel (en el de 5 estrellas, claro...) se alojaba... ¡David Bisbal!!, así que cuando regresamos de noche tuvimos que atravesar un cordón policial y una nube de fans “teenagers”. Por suerte, no hubo víctimas.
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