La noticia, la conoce el lector de CUADERNOS DE JAZZ: Benny Carter falleció pacíficamente la mañana del sábado 13 de julio en el hospital Cedars-Sinai de Los Angeles a los 95 años de edad, después de un proceso degenerativo rápido e indoloro. Cuentan quienes le trataron en su lecho de muerte que, aunque enfermo, Carter se mantuvo lúcido y hablador hasta el último momento.
Benny Carter tuvo una muerte acorde a lo que fue su divisa en vida: una muerte, podría decirse, callada. La misma discreción, el mismo estar a la sombra y alejado de quienes se llevan el aplauso fácil y la palmadita en la espalda, ha llevado a que su muerte pasara desapercibida, o casi, entre nosotros, al coincidir con la de su compañero de generación, el sonero cubano Compay Segundo. Precisamente, la discreción y caballerosidad de las que siempre hizo gala, escondieron con demasiada frecuencia un talento polifacético como se han conocidos pocos, si alguno, en la historia del jazz..
Carter fue muchas cosas: un caballero, un hombre bueno, modesto; uno de los mejores arreglistas del “swing” (con una importante ramificación en Hollywood); un magnífico director de orquesta sin suerte, o sin carisma, que viene a ser lo mismo; un multiinstrumentista (saxofonista, trompetista, pianista...) versátil... incapaz de asumir cualquier otro papel, Benny Carter fue “el tercero en discordia”: como director de orquesta, su nombre figura en las enciclopedias inmediatamente tras los de Duke Ellington y Count Basie; como safoxonista alto, se le cita en tercer lugar del escalafón tras Johnny Hodges y Charlie Parker. Con ambos tocó en fecha señalada del año 1952, en sesión de las Norman Granz Jam Session Series que se recoge en el disco correspondiente y también en el volumen fotográfico recién dado a la luz.
Es de creer que la vida y obra de BC resulta de sobras conocida: el lector tiene a mano cuanta información precise sobre la última de las leyendas del jazz, y muy especialmente la biografía documentada Benny Carter: a Life in American Music (Edward Berger), del año 1982, y revisada. Conviene precisar, en cambio, que Carter mantuvo una larga y profunda relación con nuestro país, que visitó por vez primera en enero de 1936, con motivo del III Festival de Jazz organizado por el Hot-Club de Barcelona. Su actuación en dicha ciudad dirigiendo a la Orquesta del Hot-Club, dejó profunda huella al punto que no fueron pocos los saxofonistas patrios que adoptaron su estilo. Es por cierto que, quien esto firma, tuvo la oportunidad de comprobar el excelente estado de la memoria del aludido quien, medio siglo después, aún recordaba los nombres de quienes con él tocaron.
Tuvimos la fortuna de que Carter regresara en numerosas ocasiones a nuestro país: Madrid, Barcelona, San Sebastián (Festival de Jazz).... con demasiada frecuencia, los críticos trataron la música del veterano "jazzman" con una condescendencia inapropiada a quien, hasta el último momento, se mantuvo en los más altos parámetros de auto-exigencia y toleró con paciencia infinita las impertinencias y vaguedades de esos mismos críticos primerizos en las ruedas de prensa. Que el saxofonista era algo más que un viejecito viviendo de las rentas, lo demostró en un Festival de Jazz de Palma de Mallorca, primeros años ochenta, en que actuó acompañado por Tete Montoliu (¿pueden imaginarse dos músicos más distintos?). Su solo sobre The Man I Love condensó en sus 32 compases magistrales la esencia de una música a la que llamamos jazz. Una obra maestra, redonda, perfecta, que vale por una vida toda; un solo expresivo y conmovedor de los que acostumbramos a escuchar en los discos solo que, esta vez, teníamos a su hacedor ante nuestras propias narices.
El tiempo se detuvo durante los 32 compases de aquel inolvidable The Man I Love. Montoliu dejó de tocar. Simplemente, se puso de pie, y, dirigiéndose al lugar que ocupaba Carter, rompió a aplaudir. El mismo, a quien no terminaba de cuadrarle el papel que le había asignado el promotor de la gira, terminaría confesando: puede que Carter no sea un “bopper” pero es uno de los mejores músicos de jazz de la historia y tocar con él es un honor. Así que, cuando se presenta la oportunidad de tocar con un maestro como él, los problemas se diluyen y solo queda lo que importa, que es la música.
(publicado en Cuadernos de Jazz septiembre 2003 )
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