La cosa, que en la ciudad de Vitoria organizaban un festival de música africana. Un menú a base de Mori Kanté tocando la kora, el león Mahlathini con su trío de reinonas, las “mahotellas”; y Doudou N'Diaye Rose y su ejército de tamborileras -todas mujeres, hijas o primas del susodicho- recién venidas desde Dakar, Senegal. Como para perdérselo.
Y ahí que nos fuimos José Manuel Gómez y servidor, la “Crítica Joven”, carretera, manta y pensión, la más barata que encontramos.
Lo que recuerdo:
- una música de primera y tan divertida como es posible.
- los perritos calientes del bar del pabellón de Mendizorrotza que constituyeron nuestro alimento principal y casi único durante los 3 días de festival.
Lo que no:
- cómo acabamos teniendo frente a nuestro casete Philips a pilas al semental senegalés.
- de dónde salió ella, nuestra traductora español-francés y viceversa.
Ella. Bonaerense, residente en París, carnes turgentes, escote de vértigo. El tipo de panorama que deja a la imaginación lo necesario para que esta se dispare hasta donde la vista no alcanza, que era más bien poco. Y nosotros, la verdad, necesitábamos menos que poco.
Ella, bendita sea, se inclinaba una y otra vez sobre la mesita que nos separaba por algún motivo. Nosotros, cada vez que lo hacía, conteníamos la respiración. No veíamos el momento en que sus cosas fueran a salirse a respirar.
Inevitablemente, nuestras mentes calenturientas terminaron por converger en algún punto muy distante de Dakar, la música de los tambores y el complejo polifónico rítmico característico de la música africana integrado por elementos muy simples que jamás se oyen aisladamente, sino dentro de un conjunto instrumental. Habíamos iniciado el peligroso descenso hacia las profundidades del glorioso desfiladero. Pura espeleología.
Lo que siguió: silencios embarazosos de los que no éramos conscientes, preguntas truncadas a medio formularse, expresiones sin sentido una tras otra…
- “Y Vd. qué opinión le merece el jazz europeo actual”
- “Eso pregúnteselo a un músico de jazz europeo”
- “Ah, claro”
Vivimos para contarlo y hasta creo recordar que aún fuimos capaces de completar algo parecido a una entrevista, un trocito aquí, otro allá. Finalmente, decidimos no publicarla, cuestión de pundonor.
Que a nosotros, a profesionales, no nos ganaba nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario