foto: Coral Hernández
Lo de ayer, jueves, que José Luis cumplió los 37 sobre un escenario, el del madrileño Café Central, y el respetable que le cantó el “cumpleaños feliz” en versión que no pasará a la historia por sus valores musicales, pero bueno.
Conozco a JL desde hace años, muchos. Cuando se vino de Valladolid y sacó aquel “Núcleo” que a algunos puso les pelos de punta y a algunos nos hizo salir de las trincheras para ir en su defensa cual Daoíz y Velarde sacando los cañones a la plaza del pueblo. Aquellos tiempos en que Federico González y servidor ejercimos de conspiradores frente al establishment jazzístico en nuestros desayunos semi-clandestinos en un hotel almeriense en el que estábamos alojados por alguna razón. JL, su música, era uno de nuestros temas favoritos; apoyarle constituía un deber implícito a nuestra condición de críticos en edad de merecer y con ganas de tocar los bajos a algunos. Federico se nos fue y yo tengo algunos años más (aunque me conservo estupendamente), incluso JL tiene algunos años más, y un hijo, que me conste; y una esposa amante, que me consta, y una cuenta corriente saneada, y casa en el campo.
Uno vio a JL anoche tan sobrado, tan vallisoletano, el mismo que alguna vez fue la “bestia negra” de nuestro jazz convertido en un respetable miembro de la comunidad del jazz. Viéndole, resulta difícil explicar lo que ocurrió en aquel entonces. Acaso JL nunca fue un vanguardista, o sí lo fue, a su modo, cuando mezclaba a Coltrane y a Agapito Marazuela, cosa que sigue haciendo, aunque se lo calle. Otra cosa es que JL nunca se ha disfrazado de nada que no sea él mismo. Y otra, que ha cambiado mucho, para bien.
Hoy JL se contenta con hacer una música incuestionablemente bonita. Música sin adjetivos y con bastantes pronombres y sustantivos elocuentes. Ha vestido su discurso con los ropajes de lo que alguno definiría como la “madurez expresiva”, se ha sacudido el pelo de la dehesa. Toca sus cosas, sus saxos, sus cachivaches. Y seduce. El respetable le pide más madera y él responde con “Les feuilles mortes” y “Afro blue”, y su propias composiciones con títulos como “Tradición y contradicción” o “La casa del pueblo”. Le falta un disco que bien pudiera haberse grabado en este mismo sitio aprovechando que el Pisuerga pasa por la plaza del Ángel, solo que no quiere, él sabrá por qué.
José Luis va a estar hasta el domingo en el Central, acompañado por su cuarteto de marras, Moisés Sánchez, piano; Iñigo Azurmendi, contrabajo; y Tommy Caggiani, batería.
¡Por muchos años!
Tu amigo Chema
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