jueves, 1 de enero de 2009

Tete, años setenta

Por aquel entonces no había americanos ni sitios donde escuchar jazz. Los rostros eran siempre los mismos: Iturralde (Pedro), Bas (Vladi), “la Canal” (Street Jazz Band) y, una vez al año, Tete (Montoliu), lo más parecido a un verdadero músico de jazz, acompañado por Eric Peter y Peer Wyboris. A todos estos les escuchábamos en el San Juan a mitad de precio que en el Whisky, o por la patilla, de poderse. El hambre de jazz que nos corroía las entrañas convirtió a todos aquellos en gigantes de primera magnitud comparables a los más grandes; y sus recitales, en acontecimientos multitudinarios, con el personal ocupando el escenario, colgando de los entresuelos, agazapado debajo del piano. Nunca se ha vivido cosa igual, y nunca se verá.

El San Juan fue nuestro verdadero hogar y Tete, nuestro santo mayor al que festejábamos una vez al año. Por aquel entonces, servidor acudía a los lugares de escuchar jazz con Federico González a quien el lector conocerá por haberme precedido en el diario donde actualmente colaboro. Ambos descubrimos el jazz a un tiempo; ambos revendíamos nuestros discos, los que no nos gustaban, en el Campillo del Mundo Nuevo, los domingos por la mañana. Y entrambos urdimos la que entendimos iba a ser nuestra consagración como críticos primerizos de jazz: una entrevista con Tete Montoliu. Casi nada.

Tener a Tete a tiro significaba, para quienes comenzábamos a adentrarnos por las procelosas aguas de la síncopa, la primera oportunidad de poner a prueba nuestros conocimientos sobre la materia. Una verdadera entrevista, como las que leíamos en Jazz Magazine y no podían leerse en ningún otro sitio y, mucho menos, en ninguna revista o diario en español, con alguna excepción. El jazz mediático, en los años setenta, en España, no existía.

Metódicos como éramos –Federico lo fue toda su vida- nos preparamos un cuestionario como si nos fuera la vida en ello o como un atleta se prepara para correr la final de los cien metros lisos en unos Juegos Olímpicos. Nada quedó para el azar. Cada pregunta la sopesamos, consensuamos y contrastamos acudiendo a la escasa documentación que teníamos a nuestro alcance. Podíamos haber escrito un tratado con aquel cuestionario. Y allá que nos fuimos. Al San Juan.

Al final, resultó ser una de aquellas maravillosas tardes de domingo en el San Juan en las que todo se conjugaba para convertir la experiencia del jazz en la más apetecible que pueda concebirse. Terminado el concierto, nos encontramos con Tete esperándonos en los camerinos, acompañado por su segunda mujer y el caniche del que ésta no se desprendía. Amable, distante, receloso: poco podíamos imaginar la que se nos iba a venir encima.

Cito de memoria (la entrevista nunca fue transcrita y es posible que aun descanse en el armario de entrevistas inéditas, si no fue borrada por algún alma caritativa):

Pregunta: “¿Cuál es su opinión acerca del estado del jazz en España?”

Respuesta: “el jazz en España no existe”.

Pregunta: “¿Cuáles son los músicos españoles preferidos de los que ha tocado?”

Respuesta: “ninguno”

Pregunta: “sin embargo, está Pedro Iturralde”

Respuesta: “El jazz en España soy yo. Iturralde no es un músico de jazz”

Pregunta: “¿Cuáles son sus pianistas preferidos?”

Respuesta: “todos”

Pregunta: “¿cree Vd. que la música clásica debe mezclarse con el jazz”

Respuesta: “jamás”

Pregunta: “Vladi Bas dice que la música de jazz y la de JS Bach tienen mucho que ver”

Respuesta: “Vladimiro Bas nunca tiene razón”

Pregunta: “¿qué es el “swing” para Vd.?”

Respuesta: “no tengo ni idea”

Pregunta: “¿le interesan las modernas corrientes del jazz eléctrico de Miles Davis, Weather Report, etc.?”

Respuesta: “las detesto”

etc…

Decir que Tete nos machacó es poco. Nos estrujó, nos aniquiló, nos arrolló nos hizo trizas y nos redujo a la nada, o menos. No tuvo piedad.

Pronto comprendimos que no había nada que hacer, salvo aceptar el varapalo que, con seguridad, nos merecimos y era proporcional a nuestra petulancia de relamidos ignorantes recién llegados al patio. Eso, y sacar la moraleja, cualquiera que fuese.

Tal que así fue nuestro bautismo en el jazz. Cinco minutos con Tete fueron suficientes para que todo lo que habíamos hecho antes (nuestras entrevistas, nuestros artículos), quedara de súbito en un segundo plano invalidado y sin importancia. Lo que vino después, lo irá averiguando el lector.

2 comentarios:

  1. Un bautismo con fuego marca para toda la vida... ¿O no?

    ResponderEliminar
  2. Y tú que lo digas. Federico y yo solíamos recordar aquella escena cómica... éramos dos verdaderos pardillos y Tete no tuvo piedad con nosotros. Alguna vez se lo comentamos y él se acordaba perfectamente y, por lo visto, nos "detectó" a la primera. Nunca se lo agradeceremos lo bastante.

    ResponderEliminar