X Jornadas Jazz en la UPM. James Carter Organ Trio
El más difícil todavía
James Carter, saxos tenor, alto, soprano; Gerard Gibas, órgano Hammond B3; Eli Fountain, batería
21 de abril. INEF, Madrid.
J. M. García Martínez
Wynton Marsalis le negó tres veces, por incontrolable: toda una tarjeta de presentación. Si a Wynton no le gusta James Carter, hay otros a los que sí, entre ellos, los muchos que abarrotaron la sala del INEF. Salió el portento a escena hecho un figurín y con un Hammond B3 a su vera, el instrumento de moda en el jazz y entre los grupos de rock “indie”. Ni quien lo tocó ni quien ocupó el lugar del batería en ausencia del titular, hicieron cosa digna de reseñarse. Sí lo hizo Carter. Lo que tiene el susodicho, que comienza a soplar y ya no hay quien le pare. De su instrumento lo aprovecha todo. Tiene tanto que decir y se mueve a tal velocidad que llega a abrumar. Es pretérito y es contemporáneo, todo a la vez. Músico de interrogantes antes que de respuestas. Irónico e histriónico. Carter toca a galope tendido pero nunca pierde el control ni recurre jamás a la frase hecha. La balada -My whole life thru- la tocó al viejo estilo noble y sentimental de los baladistas de antaño. Y en “Stereo”, batió algún “record” de resistencia. Entre los aficionados, hubo quien pidió menos pirotecnia y más coherencia, pero Carter sí es coherente. Ortodoxo, no.
(Publicado el 23 de abril de 2005 en El País)
nota del autor: para cuando esta crónica fue publicada hacía muy poco que su protagonista habíase incorporado al "establishment" jazzístico. Su carrera, hasta entonces, había sido cualquier cosa menos un camino de rosas. Carter era el "enfant terrible" que los miembros de Art Ensemble of Chicago prohijaron y al que la crítica, en su mayoría, miraba por encima del hombro. Lester Bowie fue su portavoz oficioso: "escribe sobre él y pasa de Wynton", me recomendó, la última vez que pude charlar con el doctor. Que la música de James Carter no encaje en los gustos estéticos de los "media" debería ser argumento suficiente como para amarle locamente.
21 de abril. INEF, Madrid.
J. M. García Martínez
Wynton Marsalis le negó tres veces, por incontrolable: toda una tarjeta de presentación. Si a Wynton no le gusta James Carter, hay otros a los que sí, entre ellos, los muchos que abarrotaron la sala del INEF. Salió el portento a escena hecho un figurín y con un Hammond B3 a su vera, el instrumento de moda en el jazz y entre los grupos de rock “indie”. Ni quien lo tocó ni quien ocupó el lugar del batería en ausencia del titular, hicieron cosa digna de reseñarse. Sí lo hizo Carter. Lo que tiene el susodicho, que comienza a soplar y ya no hay quien le pare. De su instrumento lo aprovecha todo. Tiene tanto que decir y se mueve a tal velocidad que llega a abrumar. Es pretérito y es contemporáneo, todo a la vez. Músico de interrogantes antes que de respuestas. Irónico e histriónico. Carter toca a galope tendido pero nunca pierde el control ni recurre jamás a la frase hecha. La balada -My whole life thru- la tocó al viejo estilo noble y sentimental de los baladistas de antaño. Y en “Stereo”, batió algún “record” de resistencia. Entre los aficionados, hubo quien pidió menos pirotecnia y más coherencia, pero Carter sí es coherente. Ortodoxo, no.
(Publicado el 23 de abril de 2005 en El País)
nota del autor: para cuando esta crónica fue publicada hacía muy poco que su protagonista habíase incorporado al "establishment" jazzístico. Su carrera, hasta entonces, había sido cualquier cosa menos un camino de rosas. Carter era el "enfant terrible" que los miembros de Art Ensemble of Chicago prohijaron y al que la crítica, en su mayoría, miraba por encima del hombro. Lester Bowie fue su portavoz oficioso: "escribe sobre él y pasa de Wynton", me recomendó, la última vez que pude charlar con el doctor. Que la música de James Carter no encaje en los gustos estéticos de los "media" debería ser argumento suficiente como para amarle locamente.
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