La idea fue, según creo, de José Luis. Un: !¿y por qué no hacemos algo juntos?!; y Jorge, que podía haber dicho que no, dijo que sí, porque así es él. Y ahí que se fueron a recorrer los campos y auditorios los dos tenores mayores del reino, juntitos y en comanda y tocando las cosas que ellos acostumbran.
Adviértase que Jorge y José Luis tocan jazz; sépase que el jazz es fruta mestiza y no deviene del extravío de nadie ni del criterio arbitrario de ningún tipo, mucho menos de una decisión de despacho, sino del impulso natural que lleva a los distintos a reunirse. Cuanto más distintos los jazzistas, más que les gusta arrejuntarse; que si es el uno o el otro, el guiso adquiere un sabor u otro. Lo que tiene esta música, y no tienen otras, que lo recicla todo y todo lo concilia y hace unidad de lo dispar.
José Luis y Jorge: solo el jazz pudo reunirlos.
Vea el lector a este Jorge, menudo de cuerpo y largo de espíritu, cátedro de todos los vientos, pues los toca todos. Maestro de ambos mundos, del jazz y del flamenco, y en ambos respetado por igual. Jorge, de “Dolores” y de Paco de Lucía; de Chick Corea y de Camarón. Músico de las mil fuentes y siempre él.
Vea ahora a José Luis, estirpe de castellano joven, alegrándole las tardes a la fauna plumífera castellana de Olmos de Esgueva, villa que perteneció al Infantazgo de Valladolid, en la que reside y en la que toca su saxo por las calles. J.L. le tiene tomado el aire a esas tierras. Tuvo que venir para agitar las aguas estancadas de lo jazzístico. Fue nuestro “enfant terrible” y hay quien, aún, no se lo perdona.
Yo les he visto, al uno y al otro juntos, una sola vez, en la serrana localidad de Soto del Real, en Madrid, y eso me bastó para gozarme con lo que es y figurarme lo que será. Si tocaron una pieza u otra, no podría asegurarlo. Tampoco, a mi parecer, tiene la menor importancia dicho dato. Sí importa saber que, puesto el uno junto al otro, siguen siendo ellos mismos y su manera de hacer, y todo lo que nos gusta de ellos, se mantiene, enriquecido por la presencia del contrario.
Escuchar a Jorge Pardo y a José Luis Gutiérrez compartiendo un mismo espacio constituye un raro privilegio al que no podemos renunciar.
Dos que saben de qué va el asunto.
José María García Martínez (2005)
Adviértase que Jorge y José Luis tocan jazz; sépase que el jazz es fruta mestiza y no deviene del extravío de nadie ni del criterio arbitrario de ningún tipo, mucho menos de una decisión de despacho, sino del impulso natural que lleva a los distintos a reunirse. Cuanto más distintos los jazzistas, más que les gusta arrejuntarse; que si es el uno o el otro, el guiso adquiere un sabor u otro. Lo que tiene esta música, y no tienen otras, que lo recicla todo y todo lo concilia y hace unidad de lo dispar.
José Luis y Jorge: solo el jazz pudo reunirlos.
Vea el lector a este Jorge, menudo de cuerpo y largo de espíritu, cátedro de todos los vientos, pues los toca todos. Maestro de ambos mundos, del jazz y del flamenco, y en ambos respetado por igual. Jorge, de “Dolores” y de Paco de Lucía; de Chick Corea y de Camarón. Músico de las mil fuentes y siempre él.
Vea ahora a José Luis, estirpe de castellano joven, alegrándole las tardes a la fauna plumífera castellana de Olmos de Esgueva, villa que perteneció al Infantazgo de Valladolid, en la que reside y en la que toca su saxo por las calles. J.L. le tiene tomado el aire a esas tierras. Tuvo que venir para agitar las aguas estancadas de lo jazzístico. Fue nuestro “enfant terrible” y hay quien, aún, no se lo perdona.
Yo les he visto, al uno y al otro juntos, una sola vez, en la serrana localidad de Soto del Real, en Madrid, y eso me bastó para gozarme con lo que es y figurarme lo que será. Si tocaron una pieza u otra, no podría asegurarlo. Tampoco, a mi parecer, tiene la menor importancia dicho dato. Sí importa saber que, puesto el uno junto al otro, siguen siendo ellos mismos y su manera de hacer, y todo lo que nos gusta de ellos, se mantiene, enriquecido por la presencia del contrario.
Escuchar a Jorge Pardo y a José Luis Gutiérrez compartiendo un mismo espacio constituye un raro privilegio al que no podemos renunciar.
Dos que saben de qué va el asunto.
José María García Martínez (2005)
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