jueves, 29 de enero de 2009

El furor creativo de Joachim Kühn



JK at home. Foto: J. M. García Martínez

Es una leyenda incontestable del jazz contemporáneo. Pianista, compositor e improvisador, a sus 60 años, Joachim Kühn vive el apogeo de una carrera que inició con seis, interpretando a Schumann. Las salas de conciertos y los clubes de jazz de todo el mundo se lo disputan, pero, a Kühn, lo que realmente le "pirra" es perderse en la medianoche estrellada de Ibiza, donde reside, y tocar su música en alguno de los quioscos playeros de la isla con el mar como horizonte. Junto a él, nunca falta el grupo de sus colegas y discípulos, encabezado por Gori Ruiz, batería venido de la música rock, y Miguel Bosch, pescador de día, saxofonista de free jazz por las noches. "En el principio, me planteé sólo vivir aquí y salir de gira para tocar, pero un día formé un grupo con ellos dos y algún otro y empezamos a tocar y el cuarteto mejoró y ahora toco con ellos y participo en jam sessions y con todo esto me mantengo activo cuando no estoy de gira".

Kühn, de quien se acaba de editar la biografía, escrita por Marc Sarrazy, vive apenas ligado al mundo exterior por el fax que le mantiene en contacto con su representante en Alemania. El cotizado intérprete y compositor confiesa que ni siquiera sabría cómo accionar el botón de encendido de un ordenador. La música es toda su vida: "Nunca he hecho otra cosa, no sé hacer nada, excepto tocar música". Antes de residir en Ibiza, vivió en Nueva York y en París -uno de los mejores lugares del mundo para el jazz-, ciudad que dejó para cumplir con su deseo de pasar un año sabático en la isla. "El asunto es que han pasado 10 años y no he podido encontrar nada mejor".

Pirámides de CD -es un consumidor compulsivo de discos-, instrumentos musicales de toda procedencia, cadenas de sonido "personalizadas", apenas algún objeto o mueble que no mantenga relación, directa o indirecta, con la música. Un piano gran cola en el epicentro de la sala de estar aguarda a revivir en sus entrañas un arranque de inspiración de su dueño. "Vivo en contacto permanente con mi piano. La existencia como un ciclo sonoro. La música es mi modo de vivir, imposible imaginar que pudiera parar un solo instante: vivo como toco, como hablo, hago el amor del mismo modo que toco el piano". Sin medias tintas: Joachim Kühn es compromiso, pasión, exceso... impresionista y expresionista a un mismo tiempo, antirromántico visceral, Kühn presume de hacerlo todo al mismo tiempo. Su legendario furor creativo le lleva a posar sus dedos sobre instrumentos que cualquier otro hubiera rechazado por inservibles, aunque no siempre fue así. "Viajé con mi propio piano durante 12 años. Donde quiera que tocara, la casa Bechstein me enviaba un piano de 2,75 metros completamente nuevo desde Berlín. Pero, según te haces mayor, te das cuenta de que ni el instrumento es la música ni la música es el instrumento. La música es una persona interpretando lo que siente y el instrumento no es más que un intermediario".

Joachim Kühn nació en el año 1944 en la localidad alemana de Leipzig. En la Alemania oriental, el jazz no estaba prohibido, pero tampoco autorizado, salvo el free jazz, que era "altamente decadente". Aprovechando su participación en el concurso para músicos jóvenes organizado por el pianista Friedrich Gulda en Hamburgo, en el año 1966, buscó refugio en la Embajada de Bélgica. No por casualidad, en su reencuentro con la ciudad donde vio la luz, 30 años más tarde, contó con un aliado inesperado en su paisano Johann Sebastian Bach. "Me propusieron tocar a mi estilo sobre los motetes de Bach en la iglesia de San Nicolás, donde vivía Bach, a seis metros de donde está enterrado, tocando el mismo instrumento que él utilizó: ¡sólo esperaba que el maestro no se estuviera revolviendo en su tumba! Pero fue el propio director del coro quien me dijo que, de vivir, Bach improvisaría como yo. Bach fue el primer jazzman de Leipzig... aunque no supieran entonces lo que es el jazz". De la experiencia, queda el testimonio de un disco sorprendente como pocos, Bach now!

El nombre de Joachim Kühn está unido a los de todos aquellos con quienes ha compartido escenario, desde Gato Barbieri a Joe Lovano; de Bobby McFerrin a Ornette Coleman; de la mítica Eartha Kitt a la coreógrafa Carolyn Carlson. En España, ha podido escuchársele en diversas ocasiones, la primera, en el año 1968. En aquella ocasión tocó, junto con su hermano Rolf, clarinetista, en el Festival de Jazz de Barcelona. "La ciudad, el festival, el Palau, todo era increíble, ¡cuánta vida!, la gente en las calles, ¡todo era felicidad!". A pesar de haber protagonizado diversas giras de conciertos, lo cierto es que Kühn sigue siendo apenas reconocido en el país que le acoge. Éste es el motivo por el que el músico se plantea muy seriamente la conquista de un público difícil como pocos. "En España me dicen que soy demasiado moderno. Y, por supuesto, es jazz moderno, pero es que se supone que el jazz es moderno".

Con más de 150 grabaciones a sus espaldas y una reciente carrera como pintor -"la música es como una pintura abstracta. No tienes necesariamente que comprenderla, simplemente, te gusta o no"-, Kühn no se concede un momento de respiro. Acaba de recibir el disco que incluye el primer cuarteto de cuerdas escrito siguiendo su propio sistema de "Disminuidas Aumentadas", un "método de liberación musical" que reúne a las vanguardias del siglo XVIII -Bach- y del siglo XX -Coleman-. Viene de tocar para los presos en la cárcel en Rabat, junto a un conjunto de músicos gnaua, y se prepara para un invierno agitado en el que alternará el jazz con los proyectos sinfónicos. "Para mí, vivir es trabajar, mantenerse activo. El músico lo que debe hacer es tocar música. No debes preocuparte de nada más, ni del dinero ni de cualquier cosa que te pueda distraer". Preocupaciones, las justas: excepto cuando se halla de gira, la vida de Kühn es, como su música, pura improvisación. "Toco lo que se me ocurre a cada momento, hago cuanto se me viene en gana, salvo que tenga que ir a echar una carta a la oficina de correos. Duermo cuando tengo sueño, como cuando tengo hambre, da igual si son las cinco de la madrugada. Me niego a que nadie venga a decirme lo que tengo que tocar o lo que tengo que hacer".


Mar y Sal, julio 2005. Vicente, el dueño del establecimiento, posa ante el artículo

Publicado en El País 24/08/2004.

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